Fue Octavio Paz quien nos enseñó que “La palabra es el hombre mismo. Sin ellas, es inasible. El hombre es un ser de palabras”[1]. Efectivamente, el lenguaje es aquella capacidad que posee una persona para interrelacionarse e interactuar con el resto de seres humanos haciendo uso de un código común, de un sistema de rasgos lingüísticos que permite el intercambio de datos, ideas, pensamientos o sentimientos mediante una determinada formulación de signos verbales o palabras que transportan una determinada carga de información.
Pero, partiendo de esta premisa básica, el lenguaje y las palabras son instrumentos que no siempre contribuyen, de manera definitiva, al ejercicio de la comunicación, dado que en el ser humano confluyen por igual elementos objetivos (estables) y subjetivos (alterables). En el ámbito de la objetividad, donde la transmisión informativa se circunscribe a referencias, hechos o realidades imparciales, sin “contaminación” con las emociones, los prejuicios, los sentimientos o las interpretaciones, el lenguaje cumple su función de transmisor de la información de manera veraz y exacta.
Sin embargo, una vez que traspasamos el umbral de esa austera objetividad, nos adentramos en un terreno caliginoso, movedizo, como es el de la subjetividad, donde cohabitan las percepciones individuales, las emociones, ideas o creencias, alambicadas por la experiencia personal, conformando un ingente inventario de sentimientos interpretativos de la realidad que, además, mutan y cambian con el discurrir del tiempo. De nuevo, Octavio Paz, confirma esta idea: “El Hombre es un hacedor de palabra, a partir de la realidad que vive. Sin embargo, es subjetiva esa realidad de uno a otro”[2].
Y, es ahí, en ese ámbito de la subjetividad donde se enmarca el trabajo literario y, más concretamente, el poético, porque la poesía tiene la capacidad de modelar, constituir y elevar una nueva educación de la subjetividad, una nueva educación sentimental que acompañe al hombre en su tiempo. De ahí el trabajo, casi obsesivo, de Juan Ramón Jiménez por encontrar la palabra precisa, el logos áureo, cuando escribe en su poemario Eternidades: “Inteligencia, dame / el nombre exacto, y tuyo, / y suyo, y mío, de las cosas”[3].
A lo largo de toda su vida, pero especialmente desde su poema Eternidades (1918) hasta su poema Espacio (1954), escrito dos años antes de su muerte, Juan Ramón, que había vislumbrado y percibido la fuerza creadora y transformadora que habita en las palabras, y en el lenguaje, para participar en la modelación o transformación de la subjetividad, ofreció su labor poética a nombrar lo que permanece en el silencio, a desentrañar ese silencio y a darle nombre:
“Yo te busqué tu esencia. ¿Qué sustancia le pueden dar los dioses a tu esencia, que no pudiera darte yo? Ya te dije al comenzar: Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo. ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte a un dios, en otro dios que es éste que somos mientras tú estás en mí, como Dios? …/…
Qué regalo de mundo, qué universo májico,/ y todo para todos, para mí. Yo, universo inmenso,/ dentro, fuera de ti, segura inmensidad./ Imájenes de amor en la presencia/ concreta; suma gracia y gloria de la imajen,/ ¿vamos a hacer eternidad, vamos a hacer la eternidad,/ vamos a ser la eternidad?/ Vosotras, yo, podemos/ crear la eternidad una y mil veces,/ cuando queramos. Todo es nuestro/ y no se nos acaba nunca. ¡Amor,/ contigo y con la luz todo se hace, y lo que hace el amor no acaba nunca!”[4].
(Fragmento del poema Espacio)
No es de extrañar que Octavio Paz dijese que Espacio era “el más grande y complejo poema escrito en español en este siglo”[5], donde el poeta de Moguer había desplegado una conciencia sin tiempo ni espacio. Y, posiblemente, movido y conmovido por ello, el poeta mexicano, decidiera en algún momento de su vida creativa acometer la escritura de El mono gramático (1970), el inclasificable texto del Premio Nobel, del que él mismo ha afirmado: “A falta de una expresión más exacta, lo llamo relato, aunque realmente no lo es. Es la historia de un hombre que camina por un camino mitad real mitad inventado, un sendero que lleva a Galta, un poblado cercano a Delhi. Ese camino es también un lenguaje que se busca y se pierde, se interroga y se afirma”[6].
“Lo mejor será escoger el camino de Galta”[7]. Con esta frase comienza una compleja obra, pero, quizás, una de las obras mayores de Paz. Un texto que acude y bebe de la literatura de la India, pero que asume el trayecto emprendido por el Renacimiento y por el Barroco, por románticos y simbolistas, para cuestionar las insuficiencias del lenguaje para nombrar el mundo o la existencia (el lenguaje hablado frente al lenguaje plástico), desde una interpretación del mundo a través de esa mirada filosófica que nace con el acto mismo de poetizar: “En los vericuetos del camino de Galta aparece y desaparece el Mono Gramático: el monograma del Simio perdido entre sus símiles”[8].
El lenguaje, como medio de conocimiento y las relaciones “entre el propio ser y el lenguaje y entre el lenguaje y el mundo”[9], tal y como ha indicado Pere Gimferrer. El camino de Galta, en la India, y un jardín de Cambridge serán los escenarios que utiliza Paz para llevar a cabo una abisal reflexión poética, filosófica, casi mística, del sentido del lenguaje y sus relaciones con la realidad, de las vinculaciones entre idea y verbo, entre palabra y percepción, enlazando con el centro medular de la conferencia Mundo real y mundo poético de Pedro Salinas, conferencia que había sido leída por el poeta en varias ciudades de España entre la primavera de 1930 y el año 1933. Allí se puede leer lo que sigue:
“La poesía es una mística de la realidad. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino que participa de ella. El poeta es un cultivador de grietas. Fracturar la realidad aparente o esperar que se agriete, para captar lo que está más allá del simulacro”[10].
Que incursiona con la reflexión medular de El mono gramático:
“Hay que destejer inclusive las frases más simples para averiguar qué es lo que encierran y de qué y cómo están hechas (¿de qué está hecho el lenguaje? Y, sobre todo, ¿está hecho o es algo que permanentemente se está haciendo?) …/… Quizás las cosas no son cosas sino palabras …/… Ciertas realidades no se pueden enunciar pero, cito de memoria, “son aquello que se muestra en el lenguaje sin que el lenguaje lo enuncie…”/… Aquello que se dice en el lenguaje sin que el lenguaje lo diga: aquello que realmente se dice (aquello que entre una frase y otra, en esa grieta que no es ni silencio ni voz, aparece) es aquello que el lenguaje calla”[11].
La conciencia del poeta será la única fuerza capaz de crear, más allá del lenguaje, una auténtica realidad de las cosas: “el nombre exacto de las cosas” que buscara Juan Ramón. Ese nombre que no es decible, sino perceptible y que se esconde en los “huecos del silencio”. En la magnífica introducción del poemario Escritos en la corteza de los árboles, de la poeta sevillana Julia Uceda, ésta escribe:
“La creación poética, es un acto de palabra creadora al nombrar lo que no estaba nombrado todavía …/… En algunas culturas llaman a lo que aún no es ni tiempo ni espacio “el tiempo del sueño”…/… Entre cada espacio, un hueco de silencio. O de tiempo. Estos espacios se encuentran en la mayoría de los poemas …/… Quien escriba poesía, o eso crea o intente, es una persona desamparada que no sabe por dónde va ni adónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio”[12].
La función de la palabra poética no reside en la lectura, interpretación o reescritura de la historia, personal o colectiva (objetividad), ni tampoco en el olvido, sino que surge de una visión interiorizada de distintas manifestaciones de lo real que a su vez es un todo en movimiento (subjetividad). Lo que interesa a la poesía es crear vacíos que posibiliten la transformación de un sistema semántico en otro. El poeta crea, con este procedimiento, una estética visionaria que tiene como origen y meta un “punto cero” en el que se manifiesta el lenguaje poético, tal y como se lee en el capítulo nueve de El mono gramático:
“No son el otro lado de la realidad sino el otro lado del lenguaje, lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado, porque es lo contrario del nombre …/… no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir que lo veo …/… el árbol no es el nombre del árbol …/… si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está en el hueco.
Las cosas reposan en sí mismas, se sientan en su realidad y son injustificables. Así se ofrecen a los ojos, al tacto, al oído, al olfato -no al pensamiento. No pensar: ver, hacer del lenguaje una transparencia …/… Cada individuo, cada cosa, cada instante: una realidad única, incomparable, inconmensurable. Volver al mundo de los nombres propios.
La sabiduría está en lo instantáneo. Es el tránsito”[13].
El lenguaje poético como desnudamiento y desvalimiento para, desde el silencio, interrumpir el discurso logocéntrico y producir una emoción nueva, donde, siguiendo a Gimferrer: “nuestra conciencia se reconoce a sí misma y los vocablos se concilian con el mundo que designan”[14]. Así lo ha expresado, también, de manera magistral, la poeta María Victoria Atencia:
“He visto que suelo ocuparme de temas muy leves o aparentemente leves …/… que de una taza no me importan su asa o su cuenco, sino el vacío que la colma y al que debe su condición de taza, y me pregunto qué tengo yo de ella, y la miro con los ojos que la vieron los míos, si es que ellos no son yo misma en un tiempo que sólo en apariencia se sucede …/… De la poesía sólo sé que no se escribe por razonamiento, así es que carece de un proyecto previo. Sé que se sobrepone a su autor, porque rechaza cuanto sobra a su redacción exacta, con una voluntad distinta a la de quien la escribe; una voluntad de redacción que el autor debe, trabajosamente, descubrir. Sé que se abstiene de nombrar, porque habla de algo de lo que el autor no sabe el nombre, pero que el lector enteramente entiende aunque sin saber qué ha entendido. Y, especialmente, sé que no se alza desde la memoria personal, sino desde una memoria colectiva que viene desde el pasado, y que se anticipa también a lo que el hombre pensará, sentirá, temerá o creará cuando pasen muchísimos años. Lo que me conmueve de la taza, que he citado, es su adentro vacío, como representación de un hueco mayor y en el que es preciso adentrarse. El poema es un salto al vacío. Porque lo que busca la poesía es “abandonarnos” en esa especie de “nada” que no es una falta de consistencia sino de referencia”[15].
Hanuman, el jefe de los monos con capacidad de volar, además de otros extraordinarios poderes y virtudes, y una de las figuras destacadas del Ramayana (uno de los textos sagrados de la India, atribuido a Vālmīki) será el protagonista del libro: “el mono/grama del lenguaje, de su dinamismo y de su incesante producción de invenciones fonéticas y semánticas. Ideograma del poeta, señor/servidor de la metamorfosis universal”[16], el guía o acompañante de este camino hacia Galta que emprende Paz en esta gran metáfora del desnudamiento, para alcanzar una nueva visión del tiempo, del espacio, de la vida y de la muerte, borrando o eliminando los límites temporales en el deseo o en la necesidad de fundir en un todo el aquí y el ahora, en un eterno presente, conciencia del poeta que anhela a percibir esa verdadera realidad que existe, atemporal, más allá de las cosas y sus nombres: “el nombre exacto de las cosas” al que aspiraba Juan Ramón:
“Escribir y hablar es trazar un camino: inventar, recordar, imaginar una trayectoria, ir hacia… …/… El sentido es aquello que emiten las palabras y que está más allá de ellas, aquello que se fuga entre las mallas de las palabras y que ellas quisieran retener o atrapar. El sentido no está en el texto sino afuera. Estas palabras que escribo andan en busca de su sentido y en esto consiste todo su sentido.
La poesía no quiere saber qué hay al final del camino.
La poesía busca, se contempla, se funde y se anula en las cristalizaciones del lenguaje.
La visión de la poesía es la de la convergencia de todos los puntos. Fin del camino”[17].
[1] HERNÁNDEZ, O. El hombre y sus palabras. Mesa de trabajo blogia – Universidad Bolivariana de Venezuela, 21/09/2013. https://mesadetrabajo.blogia.com/2013/092103-el-hombre-y-sus-palabras.php
[2]Ibid.p.1.
[3] JIMÉNEZ, J.R. (2002). Eternidades (1916-1917). Madrid, España. Visor Libros.
[4] JIMÉNEZ, J.R. (2019). Espacio. Madrid, España. Grupo Pandora.
[5] MORILLO, J. Reeditan ilustrada «Espacio»: la obra total de Juan Ramón Jiménez. ABC-Sevilla, 18/07/2019. https://www.abc.es/sevilla/cultura/sevi-reeditan-ilustrada-espacio-obra-total-juan-ramon-jimenez-201907182310_noticia.html
[6] PAZ, O. (1998). El mono gramático. Valencia. Galaxia Gutenberg.
[7] Ibíd. p. 11.
[8]Ibíd.p.103.
[9] GIMFERRER, P. (1982). Octavio Paz. El escritor y la crítica. Madrid, España. Taurus ediciones.
[10] SALINAS, P. (1996). Mundo real y mundo poético y dos entrevistas olvidadas 1930-1933. Valencia, España. Editorial Pre-textos.
[11] PAZ. Op. cit., pp.24-25.
[12] UCEDA, J. (2013). Escritos en la corteza de los árboles. Barcelona, España. Fundación José Manuel Lara.
[13] PAZ. Op. cit., pp.46-47, 24-25, 95-96, 17.
[14] GIMFERRER, Op. cit., p.41.
[15]ATENCIA, M.V. (1996).Sobre la taza, su asa y su hueco. Málaga, España. Revista El laberinto de zinc, número 2.
[16] PAZ. Op. cit., p.105.
[17] PAZ. Op. cit., pp.104, 124.