EL FUEGO DE CADA DÍA
El espejo que soy me deshabita
muestra el vacío profundo de mí mismo,
abisal absorbe todo cuanto soy
me disipo, ausente interpelo, grito
para que el eco me oriente en la niebla
pero el silencio graba mi nombre
en la roca inmanente de mi no ser,
mi mirada reflejo del espejo
se congela, en un círculo penetra
en mí, me despuebla su luz. Olvido.
El árbol del discurso del que brota
la semilla que planto en mi espíritu
sus palabras son frutos, canto, vida
con inmensa raíz de tallo indivisible
pero de flor doble que resplandece,
en la señal etérea del abismo
en un no estar a la deriva en el río
que no cesa, en sus ondas concéntricas
hallo palabras que eluden el cerco
de los signos, volar hasta la aurora.
El fuego de cada día incendia el árbol,
arde en círculos, se despliega ávido
en un mundo de vértigo, en él sueño
con deshacer la soledad en llamas
volar sobre el vacío como un pájaro
de música y en la cima del vértigo
en un instante diáfano habitar
la aurora hecha mediodía, en su luz
un blanco que azulea, abrir el espacio
de transparencia en el que deseo vivir.
El olvidado asombro de estar vivo
un camino abrupto hacia lo ignoto
de desamparo con eterno rostro
en el que el canto de nuestra esencia
como fruto en sazón guía con sonidos
nuestros días, en nuestro paraíso,
en la hondonada del cierto abismo
percibir nuestra intimidad, el fuego
único, en su unidad intransferible,
¡Oh, vida por vivir y ya vivida!