Juan Malpartida (Marbella, 1956) es escritor, ensayista, poeta y crítico. Durante muchos años ha sido Director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Ha recibido el Premio Anthropos de Poesía por Espiral (1989); el Premio Bartolomeu March al mejor artículo de crítica literaria publicado en 2003 por “Ezra Pound en su laberinto”; el IX Premio de Poesía Fray Luis de León por A un mar futuro (2011); y el Premio Ciudad de Barbastro por Camino a casa (2015). Traductor de Charles Tomlinson, T. S. Eliot y André Breton. Otros libros suyos que quiero destacar son Al vuelo de la página. Diario 1990-2000 (2011) y los ensayos Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta (2018), Mi vecino Montaigne (2021) y El mundo como ensayo, que publicará la luz en Acantilado. Ha leído y releído la obra de Octavio Paz durante décadas como muy pocos. Incluso ha tenido la suerte de ser su amigo y mantener correspondencia escrita. Fruto de todo ello es la monografía Octavio Paz. Un camino de convergencias (2020). Curiosamente esta entrevista comienza por la persona y termina con una reflexión sobre la persona. Tanto Paz como María Zambrano coincidieron, entre tantas cuestiones, en la importancia ético-política de la noción de “persona” para el desarrollo de las democracias y evitar totalitarismos.
- Comencemos si te parece bien por la personalidad. ¿Cuáles son los aspectos de su persona que más te impresionaron y admiras?
-Por un lado su capacidad para escuchar, a veces tan activa que en mis primeros encuentros con él llegaba a intimidarme. ¿Por qué? Porque una escucha así te enfrenta contigo mismo de modo especial. No era pedante, a pesar de su enorme cultura e inteligencia, o mejor dicho, porque era lo suficientemente inteligente para no ser pedante. También observé pronto que valoraba la amistad, y por lo tanto su cuidado, algo que observé en el trato con otros y conmigo mismo hasta el final de su vida. Volviendo al lado intelectual, siempre me sorprendió el alto grado de imaginación aliada a la inteligencia. En realidad esto es una obviedad, porque toda verdadera inteligencia es imaginativa. Era un hombre más bien serio, pero cordial, y aunque se reía con ganas, carecía de percepción para los chistes. Su mujer solía advertirle: “¡Octavio, es un chiste…!
- Si bien podría ser, al igual que Antonio Machado o Jorge Luis Borges, uno de esos poetas-filósofos, como los denominó Jorge Santayana, con Octavio Paz es relativamente frecuente preguntarse qué se admira más, si al poeta de Piedra de sol, Pasado en claro o El mono gramático, o bien al ensayista, autor de El arco y la lira, Sor Juana Inés de la Cruz o La llama doble. ¿Con cuál de ambos te quedarías? ¿A cuál has releído más?
-Yo creo, Sebastián, que esta disyuntiva, en casos como el de Paz o el de Goethe, la elección dice algo de nosotros, pero no es un dato que contenga alguna objetividad sobre la obra. Depende mucho de nuestra educación estética, por ejemplo. Paz es un poeta inmenso, uno de los mayores del siglo XX. También es uno de sus mayores ensayistas. Además, a veces esos géneros se funden, como en El mono gramático, una de las obras más bellas que he leído en mi ya larga vida de lector. He releído muchos de sus poemas decenas de veces, incluso me sé algunos de memoria o fragmentos, y muchas líneas sueltas. Pero también recuerdo muchos pasajes de sus libros estrictamente reflexivos. El arco y la lira, Los hijos del limo, Conjunciones y disyunciones y La llama doble, por hablarte de libros completos, los he releído muchas veces. Y en cuanto a ensayos sueltos y entrevistas, podría decir lo mismo. Hubo un momento en mi juventud en que creía sabérmelo de memoria. No separaré, pues, lo que en la realidad (su obra) es una prodigiosa unidad.
- Octavio Paz se anticipa a José Ángel Valente en defender la poesía como conocimiento, primero, en “La poesía”, un poema que ve la luz en septiembre de 1941 en Letras de México. Y posteriormente en uno de sus ensayos más perdurables, El arco y la lira (1956), donde mantiene: “El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos” (p. 41). El origen de la obra de arte, de Heidegger, donde se expone el arte como un ponerse en obra la verdad, se escribe entre 1935 y 1937, pero no se publica hasta 1950. Curiosamente, María Zambrano, que escribió sobre “la razón poética” por primera vez en 1937, llegó a mantener una buena relación con Octavio Paz, ¿hasta qué punto puedo influirle o más bien son ideas que comienzan a emerger en este contexto?
-Yo creo que hay una confluencia de sensibilidades e intereses. María Zambrano era deudora de las ideas sobre poesía y filosofía de Antonio Machado, aunque ella le dio un sesgo personal a esta meditación, como es visible en Poesía y filosofía. Yo creo que la poesía y la poética de Paz no postulan del todo algo así como el conocimiento. Es un tema complejo. Este término es más propio de las ciencias o de la filosofía, empeñadas en conocer una realidad, la lógica de un sistema, los procesos de la naturaleza, el significado de una actitud o incluso, en el caso de la filosofía, el significado del significado. Paz, poeta reflexivo, defendió algo más sencillo: la poesía como testimonio lúcido de la vida. Al mismo tiempo, sus poemas son propuestas de realidad, no solo una poesía que quiera dar cuenta de algo que ha sucedido, experimentado, así sea oscuramente. Un poema como Piedra de sol, por ejemplo, se apoya en muchas experiencias sentimentales, intelectuales, incluso históricas del autor, pero es algo más, es la cristalización verbal de algo que no estaba en ninguna parte, ni siquiera en la historia de la lengua poética española. En Paz, tanto el teórico como en el poeta, la poesía cumple esta labor, la de testimoniar algo que solo se da cuando se cumple el poema. Aunque José Ángel Valente tuvo otra deriva en lo teórico, me atrevo a decir que si leemos su poesía, su admirable poesía, podría aplicársele lo mismo que te acabo de decir. Pero no podríamos decirlo de todos los poetas, porque algunos, como Gil de Biedma, pretendieron un realismo más estricto. Incluso así, yo me atrevería a decir que los mejores poemas de Gil de Biedma lo son a pesar de la poética que, con inteligencia y tozudez, defendió en ocasiones. Lo bueno de toda creación artística, concluyo, es que trasciende a las elucubraciones de su autor.
- Aunque luego has publicado otros poemarios, en Huellas. Poesía1990-2012, concretamente en el epílogo, “Los días del tiempo”, expones tu concepción de la poesía como forma de conocimiento. ¿Puedes argumentarla brevemente?
-Yo cuento en ese texto añadido al final de mi poesía reunida entonces, y que también recogí para abrir el libro de ensayos Margen interno, una larga historia de convivencia con la poesía, paralela al aprendizaje de mi vida sentimental, intelectual, etcétera. Ese texto, aunque hable incluso de la teoría fractal, es poco teórico; creo que es más bien una descripción de mi vida como lector de poesía y como poeta, al menos en los aspectos esenciales que quise reflejar. No recuerdo que utilizara ahí la palabra conocimiento, y por las mismas razones que ya he expuesto al hablar de Paz. Amo el conocimiento en el sentido científico y filosófico, y de hecho soy muy lector de ciencia y de filosofía, pero creo que la vida de cada cual, incluida la del científico y la del filósofo, es algo más que conocimiento, y siendo así, sería raro que pudiéramos entender la poesía bajo un concepto que, sin duda radicalmente importante, no abarca toda la experiencia de la poesía.
- En “Los días del tiempo”, confiesas que “en Octavio Paz aprendí a pensar esa hermosa relación de la poesía como otredad”. ¿Puedes desarrollar esta idea, así como la poesía, recurrente en Paz como en tu obra, de la poesía como conciliación de contrarios?
-Tu pregunta exigiría un ensayo, y yo ya he escrito mucho sobre esto en el libro que dediqué a Antonio Machado y en el que escribí sobre Paz, y poco puedo añadir. Pero por no ser tan parco te diré que la experiencia de la otredad, tan bien pensada y expresada por Machado y llevada aún más lejos por Paz, se opone a los laberintos de la conciencia del existencialismo, y a tantas derivas, un poco espurias, de la idea de Kant de los trascendentales. Machado intuyó que lo que somos está constituido por nuestra relación con el mundo, no de modo binario (yo y mundo) sino como algo inherente. Fue una forma de dar respuesta a la soledad del hombre, derivada muchas veces de lo que pensamos. Hay que tener mucho cuidado con lo que pensamos. En Machado y en Paz se dan la reflexión lúcida de que la poesía revela la heterogeneidad del ser, oponiéndose a la homogeneidad, sea del concepto o de la ideología.
- En tu ensayo, Octavio Paz. Un camino de convergencias, haces hincapié en un asunto que ya habías abordado en tu monográfico dedicado a otro poeta-filósofo, Antonio Machado, “la esencial heterogeneidad del ser”. En uno de los endecasílabos de Piedra de sol dejó escrito: “Los otros todos que somos nosotros”. Al igual que Antonio Machado, Paz era un enamorado de la otredad, consciente de que no se puede llegar a ser yo sino a través de los otros. ¿Qué podemos aprender de la obra de Paz respecto a la otredad en estos tiempos caracterizados por el uso y abuso de redes digitales, sesgos de confirmación, narcisismo y la denominada “cultura de la cancelación” –una contradicción en sus términos–?
-Sin sociedad no hay individuo, y sin individuo no hay sociedad, salvo la del hormiguero, y el crecimiento exponencial de las redes digitales en nuestros días ha acentuado la complejidad y el tamaño de lo social. Pero, ¿y la persona? No se me va a ocurrir entrar en un tema tan amplio y que sobrepasa mis dudosas competencias, pero sí quisiera contestar en algo tu pregunta, porque me compete política y diría que poéticamente. Sospecho que el crecimiento de la comunicación en las redes digitales es proporcional a la disminución de la persona, en la medida en que ese otro (a veces un chorreo de otros apenas distinguibles) está muy insuficientemente expresado, solo de manera tangencial o más bien codificado en algunos impulsos elementales, algo así como los que observamos últimamente en los debates políticos del Congreso y el Senado… Un aspecto muy negativo de las redes es que los interlocutores son muchas veces anónimos, o bien sus nombres no dicen nada, y esta máscara les permite una disminución obscena de la responsabilidad, del riesgo que debemos correr en nuestras decisiones. Se lanzan opiniones y bulos con una ligereza tan grande porque no hay para el emisor un verdadero otro del lado de allá, y por lo tanto tampoco lo hay en rigor de lado de acá. Sin embargo, hay heridos, víctimas. También las hay del lado del emisor, aunque crea que está respaldado por el anonimato o la distancia. Al fin y al cabo somos lo que hacemos. Hace años propuse una asignatura escolar que llamé Educación para la tecnología, que, sin negar el aprendizaje de éstas, incidiera en el conocimiento de nosotros en función de esos usos. Saber qué estamos haciendo cuando nos introducimos en las redes, tener consciencia de nuestras repeticiones, a veces agónicas, y de lo que todo eso hace en y con nosotros, con nuestro sentimiento del tiempo y con las formas que adoptan nuestras emociones, es fundamental y urgente. La disminución del tú en nuestro “diálogo” virtual supone la disminución de uno mismo como seres constituidos por eso que llamaba Machado la otredad. Por lo tanto, sí, hay una suerte de narcisismo por un lado, y de autoengaño por el otro al pensar que no estamos solos cuando andamos durante horas de chácharas en la red. Se alivia la soledad ocultándola, pero su realidad sigue ahí y adopta formas inesperadas. La sobrevaloración de la opinión pervierte nuestra subjetividad, y niega el valor central del argumento, que es su cualidad de salir de nosotros mismos a la búsqueda de la verdad de esto y de lo otro. Una búsqueda que solo puede darse si situamos a la subjetividad en su lugar, que sin duda tiene. En las obras de los poetas y pensadores Antonio Machado y Octavio Paz (por no salirnos ahora de estos dos nombres), encontramos respuestas a estos desafíos actuales.
- Otro asunto constante en el pensamiento de Paz como en tu obra es la meditación sobre el tiempo. Precisamente al final del antepenúltimo capítulo de Octavio paz. Un camino de convergencias, citas unas líneas de Paz que, a menos que me equivoque, pertenecen al final de Vislumbres de la India: “Creo que la reforma de nuestra civilización deberá comenzar con una reflexión sobre el tiempo” (211). Con la aceleración del tiempo propia de la modernidad y de las nuevas tecnologías, ¿cómo podría emprenderse y, sobre todo, practicarse, esta reflexión sobre el tiempo?
-Nuestras ideas y experiencias del tiempo siempre han sido fundamentales, lo sepamos o no. Por un lado está lo que nos enseña la ciencia, digamos que desde Einstein a la física cuántica actual, relativa al tiempo objetivo, o la ausencia de tal…; y por el otro, a nuestro modo de vivir. Cuando hablamos del tiempo humano, estamos hablando ya de nuestra sensibilidad, del modo de comportarnos, de hablar y escuchar, de caminar, de estar solos o en compañía. La pregunta por el tiempo apela, como nos enseñaron los estoicos, a un saber. No podemos dar respuesta a nuestras inquietudes, a nuestros problemas, sin meditar sobre el tiempo, que a su vez supone nuestra espacialidad, nuestra percepción del cuerpo. Nuestros conocimientos sobre la teoría de la relatividad o sobre el mundo cuántico nos pueden ayudar a situar y resituar nuestro pequeño lugar en el mundo; pero sobre todo, puesto que la experiencia del tiempo debería estar relacionada con el saber, no hay que olvidar que las nociones de proporción, paciencia (espera), generosidad y actitud deberían ser tareas diarias en cualquier persona, salvo si lo que queremos es desaparecer en la sociedad hormiguero, anclada en la pulsión del placer en sí, determinista y al fin resuelta o no pero sin responsabilidad ni alma, esa vieja y hermosa palabra que si quieres la podemos sustituir por persona. Ser persona es lo principal, escribió Baltasar Gracián.

















