Hablo de la ciudad. Reflexión sobre el poema de Octavio Paz.

Rodolfo Morales. Juicio final. Óleo s/tela. 1988. 132×215. Colección Museos Ralli. www.museoralli.es

He vivido años y años fuera de México, y cada regreso ha sido una sorpresa. La última ha sido dolorosa, porque vi la consumación de la destrucción de la ciudad de México. Creo que las ciudades resucitan, creo que México va a resucitar pues la he visto nacer y renacer y morir muchas veces.

(Octavio Paz, Sheridan, 1997)

Octavio Paz (Ciudad de México 1914 ― 1998) es considerado uno de los escritores más importantes de la lengua española. Aportó su trascendental creatividad al mundo de la poesía, cultivó el ensayo y se permitió explorar senderos del mundo de la dramaturgia, además de ejercer una importante actividad política. Desde su conciencia social fue crítico con el mundo de la política y de la propia sociedad contemporánea, mostrando su valiosa influencia en generaciones literarias de su país y del mundo, no solo de habla hispana. La concesión del Premio Nobel de literatura en 1990 fue el reconocimiento universal a una carrera de por sí ya consolidada con su impresionante trayectoria y producción.

Su elevado nivel intelectual se fragua a través del tiempo. Desde pequeño se nutrió de un entorno social concienciado. Su padre fue seguidor de Emiliano Zapata y actor en su revolución, dado que trabajó como escribano y abogado de Zapata implicándose en la reforma agraria que siguió a la misma, lo que le llevó a largas ausencias del hábitat familiar. En ese periodo lo cuidó su madre Josefina Lozano, junto a su tía Amalia Paz y su abuelo paterno, Ireneo Paz, un intelectual liberal y novelista, que había ejercido como soldado en las fuerzas de Porfirio Díaz.

Su intensa vida social, política y literaria, que no es objeto de este estudio, es de gran riqueza y desarrollo intelectual. Su trayectoria va desde su adhesión, en su juventud, al anarquismo defendido por José Bosch, un joven catalán al que conoció y le introdujo al «pensamiento libertario» lo que le llevó, a partir de ese momento, a identificarse con la «gente de izquierda», ubicándose en ese espacio político y social(Wikipedia, 2025).

Octavio Paz forma parte de una generación de intelectuales interesados por fomentar un cambio en el momento histórico al que pertenecían. Preocupados por el devenir y conscientes de la necesidad de formas distintas de expresión, nos proponen las letras como un medio de liberación del propio pueblo mexicano, inmerso en un proceso histórico de componente antropológico y sociológico que enmarca su cultura social. A lo largo de su obra muestra un profundo conocimiento de su pueblo, de su singular idiosincrasia en relación a la apariencia social, al pasar desapercibido y diluido en el entorno. Esta concepción la manifiesta con este texto que plasma en El laberinto de la soledad:

…confundirse con el espacio, ser espacio, es una manera de rehusarse a las apariencias, pero también es una manera de ser sólo Apariencia. El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos y dirigentes. Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean. Y así, por miedo a las apariencias, se vuelve sólo Apariencia. Aparenta ser otra cosa e incluso prefiere la apariencia de la muerte o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar. La disimulación mimética, en fin, es una de tantas manifestaciones de nuestro hermetismo. Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?”. Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.

No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno(Paz, El laberinto de la soledad, Postdata y Vuelta a El laberinto de la soledad, 1998).

La expresión «No es nadie, señor, soy yo» ubica a la criada en la nimiedad y la necesidad de pasar desapercibida, de no molestar, de confundirse con el entorno renunciando a la propia identidad mediante al autoninguneo… yo soy nadie. Esa percepción de sumisión necesaria para ejercer el servicio doméstico, reconociendo la asimetría social que conlleva, la describe a lo largo del interesante ensayo en El laberinto de la soledad, donde la realidad y el sueño conforman una contracción mental, una disonancia, del espíritu mexicano que se hace presente en el poema objeto de este estudio.

Tal vez, dando lectura a esta obra, se acabe comprendiendo mejor la esencia que transmite en el poema Hablo de la ciudad. En El laberinto de la soledad hace un verdadero y magistral alarde intelectual al analizar y describir la idiosincrasia del pueblo mexicano, no exenta de la influencia cultural de sus ancestros, ya sean los colonizadores, los pueblos primitivos u otros pueblos vecinos con quienes interaccionan, junto al influjo de los movimientos revolucionarios en los que su propio padre participó. Ello nos permite comprender mejor el dinamismo evolutivo de la ciudad que se entierra y resucita cada día en continua interacción con la otredad.

Sobre sus aspectos más importantes, refiere Anthony Stanton dos ámbitos centrales de la obra de Octavio Paz: por un lado, su poesía y su poética, entendida esta última palabra en el sentido amplio que el autor siempre le dio (como expresión de la otredad constitutiva del ser humano); y, por otro lado, sus ideas sobre la política, incluido el campo de sus intervenciones, muchas veces polémicas, en los debates ideológicos de México(Stanton, 2009).

Pero dado que su biografía no es motivo de este texto, solo he de añadir que su consistencia ideológica, su sentido crítico y capacidad analítica para comprender y describir el mundo que le rodea y las características de la sociedad que lo habita, se sustentan en ese cúmulo de experiencias y reflexiones que le acompañan en su propio proceso evolutivo, como es incuestionable y natural. Para referirme a su obra poética recurro a sus propias palabras que nos permiten identificar con mayor precisión su concepción de lo poético y del poema, cuando dice:

“Un poema es una obra. La poesía se polariza, se congrega y aísla en un producto humano: cuadro, canción, tragedia. Lo poético es poesía en un estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida. Sólo en el poema la poesía se aísla y revela plenamente. Es lícito preguntar al poema por el ser de la poesía si deja de concebirse a éste como una forma capaz de llenarse con cualquier contenido. El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre. Poema es un organismo verbal que contiene, suscita o emite poesía. Forma y sustancia son lo mismo.

Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro(Paz, El arco y la lira, 1972).

En este sentido refería Joseph Conrad que «El autor sólo escribe la mitad de un libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector».(Universidad de Salamanca, 2016). El poema, como toda obra de arte, tiene un contenido latente que va más allá del manifiesto. Este contenido se suscita en cada lector con una interpretación de esa latencia, que emite el poema, a modo de un reflejo interior que emana de la esencia del lector.

Tiene, por consiguiente, una proyección mayéutica que hace despertar y razonar al lector sobre la propuesta lírica del autor, comprendiendo, desde el complejo lenguaje poético, las esencias que laten en su interior, aquello que ya llevaba dentro. El análisis poético no escapa, pues, a esa realidad interpretativa que el analista realiza desde su propia entidad individual desarrollada en su mundo colectivo en interacción.

Por tanto, al estudiar y reflexionar sobre su poética y en especial sobre el poema Hablo de la ciudad, que es mi pretensión con este trabajo, encontraremos su vasto conocimiento proyectado en su capacidad creativa y analítica, que nos abre una intensa visión de la ciudad como referente y lugar de encuentro de una sociedad marcada por su historia, a la vez que por el continuo y dinámico devenir del día a día.

El poema es extenso, de unas 1500 palabras, y lo dedica a Eliot Weinberger, que es un escritor, traductor, ensayista y antólogo estadounidense y, a su vez, fue su amigo y traductor al inglés de buena parte de su obra, actividad que ejerció, sobre todo, a mediado del pasado siglo.

Marta Piña Zentella, aludiendo a esta obra, refiere que «el autor logra un despliegue sensorial muy enriquecedor, da una enumeración de funciones urbanas y de situaciones cotidianas: “Todos los sabores y los colores, todos los olores y todas las materias, la marea de voces ―agua, metal, madera, barro―, el trajín, el regateo y el trapicheo desde el comienzo de los días”, se confunden y se vuelcan en un tropel sensitivo»(Piña Zentella, 2004).

En Hablo de la ciudad, Octavio Paz nos nuestra su interesante visión de una sociedad que se conjuga dentro de la ciudad, donde todos y cada uno de los elementos que la integran interaccionan para dar vida a la urbe, para hacerla dinámica y cambiante creando su propia identidad. Inicia el poema con una afirmación de orden existencial cuando dice: «novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día…» porque en ese dinamismo muere y nace cada instante, cada día con la puesta del sol y el nuevo amanecer. Pero también nos discrimina entre la ciudad social y la personal, la real y la soñada, una inmensa y otra reducida al espacio que habitamos, donde cada cual la inventa en los escasos metros cuadrados que ocupa su cuarto… y en ese cuarto caben las calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares y catacumbas, como una galaxia que soñamos, que hacemos, deshacemos y rehacemos con nuestros mutantes sueños, de los que «despierta cada cien años y se mira en el espejo de una palabra y no se reconoce y otra vez se echa a dormir», dejándose llevar atrapada por el tiempo, aunque siga brotando en el día a día de los ojos que la observan convertida en monumentos, estatuas, historias y leyendas… un manantial surgido de muchos ojos aunque cada ojo refleje el mismo paisaje detenido, porque la ciudad es una resultante, un conglomerado producto de los ojos de sus propios habitantes.

Nos expresa en sus versos: «¿Estamos dormidos o despiertos?, estamos, nada más estamos, amanece es temprano, estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra aunque sea distinta…»(Piña Zentella, 2004), tal vez no podamos salir de ella porque la llevamos dentro, porque nosotros somos la ciudad que deambula por el mundo. En la inmensa realidad diaria fusionamos un nosotros con los otros, porque en cada uno de los otros hay un yo cercenado de nosotros, porque la otredad sigue presente conjugada en cada uno para forjar un nosotros colectivo e identitario. «Sartre decía que cada hombre constituye una soledad polivalente aunque de manera simultánea sea un miembro integrado a la ciudad»(Piña Zentella, 2004).

Mas la ciudad también está «construida por los muertos, habitada por los tercos fantasmas, regida por su despótica memoria…», como expresa en sus versos que nos hablan del pasado condicionando el presente desde un halo de nostalgia con la que hablamos en pura soledad, cuando no hablamos con nadie. Y dicta las palabras que conforman su estructura, que le dan sentida al todo a través de cada cosa que la forma, ya sea su arquitectura, su variopinta gente, los mercados y sus variadas ofertas, su colorido, sabores y olores, voces y trajín, regateo y trapicheo «donde hay de todo gastamos todo y todo se vuelve humo…» aunque persistan las estructuras y el gentío y todos y cada uno de los elementos que la conforman.

Paz sigue enumerando detalladamente el conjunto de elementos que dan forma a la ciudad, que la integran en una compleja esencia resultante de esa visión holística, totalizadora, de las interacciones entre todos los elementos del sistema que la componen, ya sean inertes o plenos de vida, emociones y sentimientos, de fraternidad, de conjuras, de bandas de ladrones, de amigos del crimen o club de suicidas que dan cuerpo a esa variedad heterogénea que perfila el caótico cuadro que la enmarca. Ciudad de encuentro y desencuentro, de la monotonía y aburrimiento, de la paradoja, de hospitales repletos donde siempre morimos solos, espejo de nuestros afanes, quehaceres y pasiones sometidos a la duda: ¿por qué, para qué, hacia dónde?

Como ya había comentado, y coincidiendo con esa apreciación, Piña Zentella, refiere que:

Dentro de la ciudad también confluye la diversidad temporal de las épocas históricas; coinciden la historia lejana y el pasado inmediato junto con el presente vertiginoso dentro de una urbe que cada día se proyecta al futuro, que está en planeación y reforma constante. “La ciudad es nuestro mundo y nuestro trasmundo: el lugar donde los hombres, por sus actos, se salvan o se pierden. La idea de la soledad es una constante en toda la obra de este autor; al aplicarla al ambiente urbano, Paz no ciñe al hombre como ser solitario sino observa también los lugares y objetos como entidades solitarias (Piña Zentella, 2004).

El autor, como ya he referido, nos habla de todos y cada uno de los componentes de la ciudad, incluso de elementos externos y ajenos que con su influencia la adornan, «del sol taciturno que se filtra en el polumo, de la luna entre las antenas de la televisión, de madrugadas como vuelo de garzas en la laguna y del sol de alas transparentes que se posa en los follajes de piedra de las iglesias y del gorjeo de la luz en los tallos de vidrio de los palacios, hablo de algunos atardeceres al comienzo del otoño, cascadas de oro incorpóreo, transfiguración de este mundo, todo pierde cuerpo, todo se queda suspenso»…

Alude, incluso, al banquete del inmortal Trimalción, un liberto que alardea de su riqueza pretendiendo maravillar a sus invitados. Trimalción es el prototipo del nuevo rico, estrafalario, excéntrico, voluble, con muy mal gusto. Otra consistente figura que condiciona y conforma la vida social de la ciudad desde su arrogancia, convertido en un símbolo de los peores excesos de esos nuevos ricos.

La megalópolis no deja de representar, a su vez, la inmensa urbe que comprende el mundo; o sea, la totalidad de esta humanidad que hoy se ha globalizado. Los sistemas de comunicación, antaño referidos a un entorno urbano, se han ampliado mediante la tecnología a la globalidad de las naciones, haciendo del mundo un solo sistema interactivo, donde todo lo que Octavio Paz describe como propio y definitorio de la ciudad puede ser aplicado al conjunto de la humanidad.

En conclusión, el poema nos propone una profunda reflexión sobre el proceso evolutivo de la cultura social, de las conductas, valores y principios que, siendo mutables, conllevan un dinamismo al que se le podría aplicar la misma apreciación que el autor expone al inicio del poema:  «novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día…». Este proceso de reflexión nos abre un campo de comprensión y análisis de una realidad global que nos envuelve, pues el mundo se ha convertido en una única urbe, por no decir en una aldea común de encuentro y desencuentro.

Anexo:

Poema

Hablo de la ciudad

de Octavio Paz

A Eliot Weinberger


novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día,
convivida en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas,
la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados inacabable como una galaxia,
la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras soñamos,
la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos,
la ciudad que despierta cada cien años y se mira en el espejo de una palabra y no se reconoce y otra vez se echa a dormir,
la ciudad que brota de los párpados de la mujer que duerme a mi lado y se convierte,
con sus monumentos y sus estatuas, sus historias y sus leyendas,
en un manantial hecho de muchos ojos y cada ojo refleja el mismo paisaje detenido,
antes de las escuelas y las prisiones, los alfabetos y los números, el altar y la ley:
el río que es cuatro ríos, el huerto, el árbol, la varona y el varón vestido de viento
volver, volver, ser otra vez arcilla, bañarse en esa luz, dormir bajo esas luminarias,
flotar sobre las aguas del tiempo como la hoja llameante del arce que arrastra la corriente,
volver, ¿estamos dormidos o despiertos?, estamos, nada más estamos, amanece, es temprano,
estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra, idéntica aunque sea distinta,
hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos palabras: los otros,
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva,
hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que ahora me dicta estas palabras insomnes,
hablo de las torres, los puentes, los subterráneos, los hangares, maravillas y desastres,
el estado abstracto y sus policías concretos, sus pedagogos, sus carceleros, sus predicadores,
las tiendas en donde hay de todo y gastamos todo y todo se vuelve humo,
los mercados y sus pirámides de frutos, rotación de las cuatro estaciones, las reses en canal colgando de los garfios, las colinas de especias y las torres de frascos y conservas,
todos los sabores y los colores, todos los olores y todas las materias, la marea de las voces agua, metal, madera, barro, el trajín, el regateo y el trapicheo desde el comienzo de los días,
hablo de los edificios de cantería y de mármol, de cemento, vidrio, hierro, del gentío en los vestíbulos y portales, de los elevadores que suben y bajan como el mercurio en los termómetros,
de los bancos y sus consejos de administración, de las fábricas y sus gerentes, de los obreros y sus máquinas incestuosas,
hablo del desfile inmemorial de la prostitución por calles largas como el deseo y como el aburrimiento,
del ir y venir de los autos, espejo de nuestros afanes, quehaceres y pasiones (¿por qué, para qué, hacia dónde?),
de los hospitales siempre repletos y en los que siempre morimos solos,
hablo de la penumbra de ciertas iglesias y de las llamas titubeantes de los cirios en los altares,
tímidas lenguas con las que los desamparados hablan con los santos y con las vírgenes en un lenguaje ardiente y entrecortado,
hablo de la cena bajo la luz tuerta en la mesa coja y los platos desportillados,
de las tribus inocentes que acampan en los baldíos con sus mujeres y sus hijos, sus animales y sus espectros,
de las ratas en el albañal y de los gorriones valientes que anidan en los alambres, en las cornisas y en los árboles martirizados,
de los gatos contemplativos y de sus novelas libertinas a la luz de la luna, Diosa cruel de las azoteas,
de los perros errabundos, que son nuestros franciscanos y nuestros bhikkus, los perros que desentierran los huesos del sol,
hablo del anacoreta y de la fraternidad de los libertarios, de la conjura de los justicieros y de la banda de los ladrones,
de la conspiración de los iguales y de la sociedad de amigos del crimen, del club de los suicidas y de Jack el destripador,
del amigo de los hombres, afilador de la guillotina, y de césar, delicia del género humano,
hablo del barrio paralítico, el muro llagado, la fuente seca, la estatua pintarrajeada,
hablo de los basureros del tamaño de una montaña y del sol taciturno que se filtra en el polumo,
de los vidrios rotos y del desierto de chatarra, del crimen de anoche y del banquete del inmortal Trimalción,
de la luna entre las antenas de la televisión y de una mariposa sobre un bote de inmundicias,
hablo de madrugadas como vuelo de garzas en la laguna y del sol de alas transparentes que se posa en los follajes de piedra de las iglesias y del gorjeo de la luz en los tallos de vidrio de los palacios,
hablo de algunos atardeceres al comienzo del otoño, cascadas de oro incorpóreo, transfiguración de este mundo, todo pierde cuerpo, todo se queda suspenso,
la luz piensa y cada uno de nosotros se siente pensado por esa luz reflexiva, durante un largo instante el tiempo se disipa, somos aire otra vez,
hablo del verano y de la noche pausada que crece en el horizonte como un monte de humo que poco a poco se desmorona y cae sobre nosotros como una ola,
reconciliación de los elementos, la noche se ha tendido y su cuerpo es un río poderoso de pronto dormido, nos mecemos en el oleaje de su respiración, la hora es palpable, la podemos tocar como un fruto,
han encendido las luces, arden las avenidas con el fulgor del deseo, en los parques la luz eléctrica atraviesa los follajes y cae sobre nosotros una llovizna verde y fosforescente que nos ilumina sin mojarnos, los árboles murmuran, nos dicen algo,
hay calles en penumbra que son una insinuación sonriente, no sabemos adónde van, tal vez al embarcadero de las islas perdidas,
hablo de las estrellas sobre las altas terrazas y de las frases indescifrables que escriben en la piedra del cielo,
hablo del chubasco rápido que azota los vidrios y humilla las arboledas, duró veinticinco minutos y ahora allá arriba hay agujeros azules y chorros de luz, el vapor sube del asfalto, los coches relucen, hay charcos donde navegan barcos de reflejos,
hablo de nubes nómadas y de una música delgada que ilumina una habitación en un quinto piso y de un rumor de risas en mitad de la noche como agua remota que fluye entre raíces y yerbas,
hablo del encuentro esperado con esa forma inesperada en la que encarna lo desconocido y se manifiesta a cada uno:
ojos que son la noche que se entreabre y el día que despierta, el mar que se tiende y la llama que habla, pechos valientes: marea lunar,
labios que dicen sésamo y el tiempo se abra y el pequeño cuarto se vuelve jardín de metamorfosis y el aire y el fuego se enlazan, la tierra y el agua se confunden,
o es el advenimiento del instante en que allá, en aquel otro lado que es aquí mismo, la llave se cierra y el tiempo cesa de manar;
instante del hasta aquí, fin del hipo, del quejido y del ansia, el alma pierde cuerpo y se desploma por un agujero del piso, cae en sí misma, el tiempo se ha desfondado, caminamos por un corredor sin fin, jadeamos en un arenal,
¿esa música se aleja o se acerca, esas luces pálidas se encienden o apagan?, canta el espacio, el tiempo se disipa: es el boqueo, es la mirada que resbala por la lisa pared, es la pared que se calla, la pared,
hablo de nuestra historia pública y de nuestra historia secreta, la tuya y la mía,
hablo de la selva de piedra, el desierto del profeta, el hormiguero de almas, la congregación de tribus, la casa de los espejos, el laberinto de ecos,
hablo del gran rumor que viene del fondo de los tiempos, murmullo incoherente de naciones que se juntan o dispersan, rodar de multitudes y sus armas como peñascos que se despeñan, sordo sonar de huesos cayendo en el hoyo de la historia,
hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos engendra y nos devora, nos inventa y nos olvida.

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Bibliografía

Paz, O. (1972). El arco y la lira. Mexico, D.f.: Fondo de Cultura Económica de España, S.L.

Paz, O. (1998). El laberinto de la soledad, Postdata y Vuelta a El laberinto de la soledad. Madrid: FONDO DE CULTURA ECONÓMICA.

Piña Zentella, M. (2004). Visión urbana de los poemas de Octavio Paz. Cuadernos americanos, núm.104, 102-118.

Sheridan, E. c. (1997). Una apuesta puntual. Octavio Paz. Vuelta. Revista mensual, 6-9.

Stanton, A. (2009). Octavio Paz : entre poética y política. Mexico D. F.: El Colegio de México, A.C.

Universidad de Salamanca. (20 de noviembre de 2016). Blog de la biblioteca de Traducción y Documentación de la Universidad de Salamanca. Obtenido de Universo abierto: https://universoabierto.org/2016/11/20/el-autor-solo-escribe-la-mitad-del-libro/

Wikipedia. (06 de mayo de 2024). Historial de Eliot Weinberger. Obtenido de Historial de Eliot Weinberger: https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Eliot_Weinberger&action=history

Wikipedia. (18 de marzo de 2025). Historial de «Octavio Paz». Obtenido de Historial de «Octavio Paz»: https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Octavio_Paz&action=history

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