Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es quizá el filósofo que mayor influencia ha ejercido en la vida pública de España al menos desde la Transición, influencia que se ha extendido al ámbito latinoamericano, con el que ha mantenido una relación especial, sobre todo con México, donde encontró en Octavio Paz un referente intelectual y un generoso amigo. Ha cultivado prácticamente todos los géneros literarios con más de 50 obras entre ensayos filosóficos, políticos, literarios, narraciones y teatro. Le han investido doctor honoris causa diferentes universidades de América, España y Europa. Entre las diversas condecoraciones que ha recibido están la Orden del Mérito Constitucional de España, la Orden Mexicana del Águila Azteca y Chevalier des Arts et des Lettres por el Gobierno de Francia. Ha formado parte de varios movimientos cívicos de lucha contra la violencia terrorista en el País Vasco, entre ellos, ¡Basta Ya! Que obtuvo el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia en el año 2000. Asimismo, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ensayo (1982) por La tarea del héroe, Premio Ortega y Gasset de Periodismo (2000), Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz (2012), Premio Mariano de Cavia de Periodismo del diario ABC (2012) o la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo (2022). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.
- Comencemos por la personalidad. En tu autobiografía razonada, Mira por dónde, concretamente en el capítulo “Los grandes, de cerca”, le dedicas la primera y quizá más emotiva de las cinco semblanzas (Bergamín, Cabrera Infante, Sánchez Ferlosio, Vargas Llosa) a Octavio Paz (pp. 333-338). ¿Cuáles son los aspectos de su persona que más te impresionaron y admiras? -De entrada, me impresionó su enorme generosidad conmigo, un joven semidesconocido y poco ilustrado. Yo no podía aportarle prácticamente nada, salvo mi admiración, pero me trató como si conocerme fuese un raro privilegio. Después aprecié la viveza de su ingenio y lo atinado de sus pensamientos sobre la confusa modernidad.
- En “Un contemporáneo esencial”, reunido en Despierta y lee, escribiste: “Cuando queremos preguntar por lo viable –en ética, en estética, en política…– hemos acudido más bien a un André Gide, una Hannah Arendt… o a Octavio Paz” (p. 314). ¿Cuáles son los aspectos e ideas de su obra que, a tu juicio, perduran con mayor vigencia, al menos en los anteriores ámbitos (ética, estética, política)? -No sabría resumirlo en pocas palabras. En él confluían la perspectiva poética -la vida como siempre renovado deslumbramiento- y la lección antropológica, la opción decididamente antitotalitaria con ciertos resabios de desconfianza frente al puro liberalismo. Fue un entusiasta escéptico y en eso consiste su modernidad.
- Si bien podría ser, al igual que Antonio Machado o Jorge Luis Borges, uno de esos poetas-filósofos, como los denominó Jorge Santayana, con Octavio Paz es relativamente frecuente preguntarse qué se admira más, si al poeta de Piedra de sol, Pasado en claro o El mono gramático, o bien al ensayista, autor de El arco y la lira, Sor Juana Inés de la Cruz o La llama doble. ¿Con cuál de ambos te quedarías? ¿A cuál has releído más? -Sin duda me quedo con el ensayista. Cuando empecé a leerle yo estaba prisionero de influencias estilísticas tan nefastas como Adorno y García Calvo, pero él me enseñó la prosa del ensayo, clara, breve y de vez en cuando provocativa. Su poesía, puedo decirlo ahora que no nos oye, nunca me gustó tanto como…como a él.
- En la semblanza que trazas de Paz en tu autobiografía señalas un aspecto donde converge el poeta y el pensador: “tenía Octavio la magia de la fórmula precisa y preciosa: las cuatro palabras que condensan inmejorablemente la característica de un autor, de un movimiento poético, de una osadía científica o erótica” (p. 334). Lo llamas “arte de la condensación”. ¿Puedes desarrollarlo y mencionar otros autores que lo posean y otros grandes que carezcan de esta virtud? -El número de autores que desconocen el arte de la condensación ronda lo infinito: autores muy eminentes se pierden dando vueltas, no van al grano. Prefiero a los opuestos, como Bertrand Russell, Isahia Berlin, Odo Marquard o Roger Caillois. Yo mismo, si me permites…
- En “El lenguaje de la pasión”, Mario Vargas Llosa, cuya trayectoria intelectual guarda un aire de familia con la de Paz, se inclina por sus ensayos antes que por sus poemas, y sostiene que “Octavio Paz fue sobre todo un pensador, un hombre de ideas, un formidable agitador intelectual, a la manera de un Ortega y Gasset, acaso la más perdurable influencia de las muchas que aprovechó” (p. 456). ¿Qué parentescos encuentras en la obra de Paz con la de Ortega y en la de Vargas Llosa con la de Paz? -Paz aprovechó lo mejor de la fecunda lección de Ortega, cuya influencia en el mejor pensamiento hispanoamericano creo que no se ha subrayado suficientemente. Tanto a Ortega como a Paz nunca se les lee en vano: siempre se obtiene de ellos sobre cualquier tema un puñado de semillas, un pequeño tesoro que nos permiten ir más allá. Eso es lo que distingue al pensador fecundo del hábil palabrero: que te permite y te impulsa a ir por tu cuenta más allá. Algo de eso sin duda hay también en Vargas Llosa, aunque de modo más convencional, con menos altura que en Paz.
- El 23 de agosto de 1984 leíste una ponencia en el Palacio de Bellas Artes de México D. F., en homenaje a Octavio Paz, “Perplejidad y responsabilidad del intelectual” (recogido en Instrucciones para olvidar El Quijote), afirmas que sin pretender disminuir la importancia del poeta y el ensayista, Octavio Paz es “uno de los más distinguidos e influyentes intelectuales del siglo XX” (p. 268), y que la tarea del intelectual “es convertir la opinión pública en razón pública” (p. 275). ¿Puedes aclararnos esta función intelectual, periodística, pero al mismo tiempo literaria y artística? -Yo creo que el intelectual contemporáneo, del cual es epítome Octavio Paz al menos como representante de la época anterior a internet, tiene como misión principal despertar el pensamiento cívico de los lectores. No guiarlo ni condicionarlo pero sí estimularlo, exigirlo diría yo. El intelectual es lo opuesto a esos autores que dicen “yo escribo para mí”, “me da lo mismo si me leen o no” y vaciedades por el estilo. Paz y los intelectuales como él, benditos sean, aspiran al ágora, no a la ermita. Temo que en la época actual, ya corrompidos por las redes y viciados por los influencers, no tengan tanto público como merecen. Pero por favor, que no decaiga, que no decaiga del todo…