Amante de la sabiduría y de la poesía
¿Es posible una razón poética? Sabemos que sí. El testimonio es la obra y la propia escritura de María Zambrano. En ningún lado de su vasta obra explica exhaustivamente dicho concepto, porque su misma voz ya es expresión de ello. No se trata de explicar o definir, sino de mostrar diciendo y actuando, que se desenvuelva, que cristalice una razón poética. Muestra y esconde, como una ola que aparece y desaparece en el mar, porque al mostrarse se oculta. Por eso es tan fácil y, a la vez, tan difícil leer a María Zambrano. Pero no es más que la misma dificultad de ser, la dificultad de vivir, que florece en el tiempo y se abre gradualmente como una rosa –dice ella, en Notas de un método–. A María hay que leerla como se lee un poema, despacio, a sorbos breves. Porque la razón poética es una mirada, una respiración, un sentir que es “un sentirse como un pulso que sondea las cosas del otro lado, ese afán que ha consumido a tanto creador: el abismo viviente del otro lado”.
Ya habían denunciado el exceso de razón racionalista: Hume, Nietzsche, Ortega y Gasset, Heidegger…, pero María Zambrano encarna esta crítica y este cambio de rumbo, hacia una racionalidad más originaria y acorde a la vida en su raíz misma (“los ínferos del alma”). Filosofía y palabra que sean “cauce de vida”. Cuando Zambrano habla de encarnación y de poesía, eso mismo es lo que ella efectúa, una encarnación desde la entraña de una humana búsqueda de sentido. Una resolución a su inquietud, gracias a la confianza en una quietud de fondo, que la filosofía –como razón poética– puede ayudar a abrazar y la poesía abre el camino siempre.
Hay dos formas básicas de usar la mente, según Antonio Blay: la mente que realiza sus operaciones de cálculo, mediante asociaciones de ideas, deduciendo, induciendo, razonando, pensando a través de informaciones, recuerdos, emociones, y la atención, un foco central de la mente que permite dirigir su intención de un modo actual, hacia algún lugar del campo mental, siendo consciente de algo exterior o de algo interior. Así pues, hay que distinguir el pensar de lo que es el mirar. El olvido del ser como presencia (Heidegger), ha ocultado dimensiones del ser humano que son de primer orden y que nos permiten vivir arraigados en la existencia, en toda su profundidad: sentir, captar o intuir, ver, testimoniar, presenciar, experimentar, saborear, sugerir, emocionar, poetizar, compartir, dar… amar, como otro ilustre malagueño ha mostrado en su filosofía-poesía: Ibn Gabirol. Dicho olvido de la atención mental, como capacidad de ver, dificulta el desarrollo de una vida interior, la experiencia del silencio y el vacío, la conexión con nuestro fondo –nuestra fuente de ser–, y complica la conexión con el Universo y con los demás seres. La falta de uso de estas capacidades estaría detrás de muchas de nuestras carencias y preocupaciones actuales. Por un lado, ha contribuido a una progresiva deshumanización de nuestro mundo, al restarle la posibilidad de actualizar nuestra identidad profunda, base de la identidad personal. Y, por otro lado, ha conducido a un sentimiento de separatividad o desconexión de nuestro fondo, que nos lleva a perdernos dentro de un océano de dualidades y conflictos insolubles. Pero también ha ido alentando en nosotros la demanda de algo más allá, que siempre queda balbuciendo, inexpresado, alienado, esa presencia presente, consciente de sí, aquí y ahora, que tanto echamos en falta en esta época de indigencia.
Nos preguntamos si, de alguna manera, hay que ser un exiliado para poder ver. Los malagueños Gabirol y Zambrano lo fueron. Y vieron. Nosotros nos estamos sintiendo, a veces, de un modo análogo, durante este tiempo de pandemia. Especialmente, nos hemos sentido así durante el confinamiento forzado de marzo a junio de 2020. Fue la ocasión para estar, en la distancia del mundo, cerca de nosotros mismos, y mirar desde otro sitio lo de siempre y replantearnos nuestro modo de vivir. María Zambrano sabía mucho de exilios (tanto exterior como interior). Nos dice en su Carta sobre el exilio: “Así, la primera respuesta, a esa pregunta formulada o tácita de por qué se es un exiliado, es simplemente ésta: porque me dejaron la vida, o con mayor precisión: porque me dejaron en la vida. La respuesta, la misma que tendría que dar a quien le preguntasen, que por qué es hombre o por qué ha nacido, si fuera encontrado un día sobre las aguas o arrojado por las ondas. (…) Y así el exiliado está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que ésa: tener que nacer como rechazado de la muerte, como superviviente; se siente, pues, casi del todo inocente, puesto que ¿qué remedio tiene sino nacer? Esto está más allá y sobre toda razón justificante”. Puede decirse que el ser humano, con una mente separada de su origen, también necesita de una razón exiliada. Y puede que, sin algún modo de exilio, no haya razón poética. Sería una razón mediadora que integra lo separado en nosotros al nacer y luego con la edad, como sutura o cicatriz de una herida bien curada. Y para eso tenemos la poesía, lo poético y la filosofía que rescata lo primigenio en nosotros: “¿No será que los llamados éxtasis místicos fueran cosa natural de la physis antes de la ocultación?”, se pregunta María Zambrano en su ensayo De la Aurora. “Y así, en esta era de ocultación. se puede llamar locura a la pretensión de escuchar el abrirse de una flor o, si se toma en serio, el oír crecer la hierba, y cuánto más el canto de las piedras de la Aurora”. Sería locura, si no hubiera poesía y atención sostenida y contemplación.
Siguiendo en parte la estela de su maestro, Ortega y Gasset, María Zambrano ha perseguido un “sentir originario acerca de un lógos que se hiciera cargo de las entrañas, que llegase hasta ellas y fuese cauce de sentido para ellas; que hiciera ascender hasta la razón lo que trabaja y duele sin cesar, rescatando la pasividad y el trabajo, y hasta la humillación de lo que late sin ser oído, por no tener palabra”. Añade, María Zambrano, en Hacia un saber del alma: “Lo profundo es una llamada amorosa. Por eso la sima atrae”. Y por eso, “el despertar de la filosofía fue primeramente «entrar en razón». Mas, cuando la razón se ha embriagado, el despertar es «entrar en realidad»”. Concluimos con la poesía de María Zambrano, una faceta suya quizás menos conocida:
El agua ensimismada,
¿piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?