LA SIGNIFICACIÓN DE LA POESÍA EN MARÍA ZAMBRANO

El escritor Javier Sánchez Menéndez recopiló la obra poética de María Zambrano en un volumen titulado Poemas (Editorial La Isla de Siltolá, 2018). En algún momento de su vida en el que contactó con la filósofa veleña (Vélez-Málaga 1904-Madrid 1991), esta le confesó desde quien posee una conciencia del significado del ser y la vida, desnuda de toda arrogancia a pesar de la relevancia de su obra y el reconocimiento que obtuvo sobre todo en su senectud, que sus poemas no merecían ser leídos. Opinión no compartida por Sánchez Menéndez que considera que «la poesía es lagran aliada de su pensamiento» y la epistemología de su obra ensayística es«la razón poética»[1]. De hecho, Zambrano utilizaba la poesía para desbloquear algún pensamiento y, con posterioridad a su escritura o lectura, los desarrollaba en algún artículo o conferencia. En el mencionado libro se recoge un texto en el que la filósofa expresaba lo siguiente: «la poesía es todo y en ella uno no tiene que escindirse. El pensar escinde a la persona; mientras el poeta es siempre uno. De ahí la angustia indecible, y de ahí la fuerza y la legitimidad de la poesía»[2].

María Zambrano fue discípula de Ortega y Gasset y de Zubiri, e igualmente obtuvo influencias de Unamuno, Antonio Machado, Nietzsche, Spinoza o San Juan de la Cruz, aunque siempre de una forma personal[3]. En su prolífica obra se abordan diferentes temas, como la distinción entre ideas y creencias, ya existente en Ortega, a la que añade la noción de esperanza como algo más profundo que las creencias. En La confesión: género literario y método (1943) dijo que «la vida necesita revelarse, expresarse», en El hombre y lo divino (1955) ofrece una personal interpretación de la historia de Occidente; asimismo, expuso una teoría de los sueños en El sueño creador (1965), y en diferentes ensayos reflexiona sobre algunas obras literarias relevantes, desde las tragedias de Edipo y Antígona, La Celestina, El Quijote o El castillo de Kafka[4].  Pero, como afirma Sebastián Gámez Millán, «su compromiso no era sólo filosófico-literario, también lo fue cívico-político»[5]. Por ello, durante la Segunda República, de la que fue fiel defensora, participó en las Misiones Pedagógicas, el 18 de julio de 1936 se adhirió al manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura de forma comprometida con la libertad intelectual, en 1937 participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Valencia y, asimismo, fue nombrada Consejera de Propaganda y Consejera Nacional de la Infancia Evacuada. Posteriormente, en su obra La agonía de Europa (publicada en 1945) escribió sobre la crisis espiritual y moral de este continente.

Con todo ello, el tema que es recurrente y que subyace en toda su obra, no solo en Pensamiento y poesía en la vida española (1939) o en Filosofía y poesía (1939), es el de la razón poética que, en palabras del escritor y profesor de filosofía Sebastián Gámez Millán, fue su principal aportación[6]. Siendo María Zambrano fundamentalmente filósofa, sin embargo, la poesía recorre su escritura y su pensamiento, bien como objeto de un razonamiento discursivo, bien como forma de expresión. Desde esta última perspectiva, su libro Claros del bosque, escrito en una vieja casa llamada «La Pièce» ubicada en el macizo montañoso del Jura francés es, según el poeta y escritor Antonio Colinas, «uno de sus libros más creativos» desde el punto de vista poético[7]. En el largo periodo de exilio que abarcó desde enero de 1939 hasta noviembre de 1984, momento en el que regresó a España, María Zambrano, junto a su marido primero y durante muchos años con su hermana Araceli, residió temporalmente en París, Nueva York, La Habana, México, Puerto Rico, Roma, el Jura francés, Ferney-Voltaire (Francia) y Suiza, con idas y venidas de un destino a otro de manera errabunda, primero para impartir clases en universidades extranjeras y después, entre otras razones, como consecuencia de dificultades económicas. Huyendo de las presiones persecutorias de un senador romano de pasado fascista, pero sobre todo como consecuencia de una necesidad de soledad y de indagación de la verdad, abandonó Roma en el otoño de 1964 y ambas hermanas se instalaron junto con sus gatos y perros en «La Pièce». Era un lugar muy aislado y a la casa se llegaba a través de un túnel formado por enramadas de las copas de árboles que se entrelazaban. Allí vivió María hasta 1977. Cinco años antes falleció Araceli. En palabras de Antonio Colinas: “Por el túnel de verdor ella penetraba en la ladera y el bosque buscando un claro donde descansar rodeada por los animales. De ese claro nacería el que habría de ser uno de sus libros más creativos, por poemático, Claros del bosque (libro con «carácter poético-filosófico», diría ella)”[8]. En aquel entorno natural y aislado, la filósofa encontró un lugar para su soledad y para su pensamiento que plasmaría en nuevos libros de diverso contenido, porque, como dijo en su artículo «¿Por qué se escribe?», publicado en el número 32 de la Revista de Occidente en 1934 e incorporado en su libro Hacia un saber sobre el alma (1934, Alianza Literaria): «Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.

El interés de Zambrano hacia la literatura, y especialmente hacia la palabra poética fue evidente. Dedicó su atención sobre todo a la obra de los místicos San Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, así como a las de Cervantes (El Quijote), Galdós, Antonio Machado o Kafka y Proust, entre otros muchos. Fue amiga de Miguel Hernández y de Cernuda, y se relacionó con sus coetáneos de la Generación del 27, con Unamuno, Octavio Paz, Alfonso Reyes, etc., siendo, además, una de las principales integrantes del denominado grupo de Las Sinsombrero. Pero ese interés, en Zambrano, adquiere una mayor dimensión al intentar unir filosofía y poesía. Para ella la filosofía comienza con la explicación que el ser humano daba a los hechos cotidianos como acción de los dioses. Posteriormente, surgió la actitud filosófica que se inicia desde que este se cuestiona qué son las cosas, dado que su ignorancia le lleva a formular preguntas sobre algo ante el vacío existente. La actitud poética, en cambio, es la respuesta con la que se encuentra sentido a todo y se ordena el caos. Por consiguiente, mientras la filosofía es pregunta, la poesía es respuesta. En este sentido, el pensamiento de María Zambrano se diferencia de la filosofía de Platón porque ella escogió la razón poética antes que la razón teórica. Zambrano consideraba que el mito de la caverna expuesto por Platón en el libro VII de la República tuvo influencia en la filosofía posterior en lo que concierne a la eliminación de la vía del conocimiento a través de los sentidos dejando como única posible la de la razón teórica, de tal manera que se convirtió en un pensamiento sistemático basado en abstracciones y generalizaciones. Según expone la profesora de Filosofía y ensayista Amparo Zacarés Pamblanco en su artículo «Reivindicación de un pensar y un sentir para la estética», para Zambrano «Fueron los poetas para quienes el mundo de lo visible quedó fijado de tal modo en su interior que no necesitaron ascender a las regiones ideales de un mundo inteligible que violentaba la experiencia de la vida. De ahí que María Zambrano presente filosofía y poesía como dos logos, dos formas epistémicas, por las que se decantaron filósofos y poetas»[10].  Para la filósofa la poesía es «encuentro, don, hallazgo, por gracia», en tanto que «la filosofía busca, requerimiento guiado por un método»[11]. Amparo Zacarés expone en el citado artículo que «Entre el ser oculto de la Idea y el ser de las apariencias que nos muestran los sentidos, entre método y saber, María Zambrano elige la vida y el saber poético»[12]. Zambrano se opone a la razón positivista porque esta considera al ser humano como sujeto de conocimiento, pero no tiene en cuenta sus sentimientos y pasiones; y es esto precisamente lo que critica del método filosófico que ignora los padecimientos y las alegrías de la persona. Por tanto, eligió el saber procedente de la vida, el saber poético frente a las abstracciones de la ciencia porque, decía, antes que pensar la vida hay que vivirla. Por el mismo motivo se distanció del pensamiento kantiano expuesto en la Crítica de la Razón Pura y del Discurso del Método de Descartes, así como de toda filosofía que abordase la vida sin pasión y de todo pensamiento reduccionista que no otorgase importancia a los sentimientos humanos; y, por otra parte, se aproximó más al pensamiento de Nietzsche, (al que admiraba), alejado de la filosofía fría del cartesianismo e interesado en indagar en la naturaleza humana para buscar las condiciones de lo sagrado y en recuperar al ser humano en su totalidad incluyendo sus propios infiernos o pasiones. Para ella, el racionalismo occidental no debía nutrirse solo de abstracciones, sino que era necesario que la filosofía participara del amor, de la felicidad y de los padecimientos y sentires de la persona; es decir, de todo aquello que ya se encuentra en la poesía desde los orígenes de la humanidad, porque el saber procedente de las experiencias vitales, de las emociones que son expresadas a través de la palabra poética son fuente de conocimiento del ser humano. Las metáforas, las sinécdoques, las imágenes poéticas proceden del cuerpo, de lo sentido e imaginado espontáneamente desde lo más profundo. Por esta razón, ella se rebela contra la filosofía y el pensamiento reduccionistas, una crítica que arranca ya desde su libro Filosofía y poesía y que la aleja del racionalismo occidental del momento.

Desde esta perspectiva, pese a ser discípula de Ortega y Gasset, María Zambrano se distanció del pensamiento filosófico de este. Un ejemplo de ello lo encontramos en la percepción contraria que manifiesta en relación con los movimientos vanguardistas posteriores a la Primera Guerra Mundial. En la obra de Ortega La deshumanización del arte (1925) este considera que las expresiones artísticas de los mismos, basadas en la experimentación, no reflejaban la realidad existente y se convirtieron en un arte elitista en tanto que se manifestaba opaco. Sin embargo, María Zambrano no piensa de igual manera. En su ensayo La destrucción de las formas (1945) expone que dichas vanguardias artísticas, al romper con las formas tradicionales, llegaron a un espacio del ser oculto, a un espacio espiritual al que solo puede acceder el arte. Engarzado con esto, Zambrano consideró que la poesía nos lleva «a una forma expresiva de pureza originaria y, en consecuencia, que el primer lenguaje humano tuvo que ser delirio poético»[13]. Para la filósofa existe una razón en la poesía que lleva a la totalidad del ser humano. Esa razón poética subyace en su obra y constituye el método para el logro de un fin: la creación del ser. Esos sentimientos expresados a través de la poesía como forma de conocimiento constituyen una luz en la oscuridad en la que vive el ser humano y nace desde lo más profundo del mismo. Se trata de un estar despierto y dormido a un tiempo, una luz en mitad de la penumbra que expresó en su libro Claros del bosque, una lucidez frente a la razón fría. De ahí que en su libro Filosofía y poesía iniciara el camino hacia otra forma de pensamiento diferente al racionalismo occidental: la razón poética. En la misma tienen cabida las tensiones vitales procedentes del sufrimiento, la muerte, el amor o la felicidad, y se encuentran expresadas en la poesía desde siempre. Pero, además, la razón poética es concebida por ella como un método. El yo tiene una sustancia en su interior que es el ser que está conformado por sus sentimientos y su conciencia, a partir de las cuales se consigue la unidad como persona.  El ser es innato aunque al principio no es consciente, si bien esa conciencia se va formando progresivamente. La palabra poética debe ser descodificada por la conciencia, y esta, a su vez, es descodificada por el pensamiento poético. La conciencia de la persona convierte la palabra poética descodificada en palabra verbal a través de la cual es posible la comunicación. De esta forma la persona puede comunicar su ser, creándose así como unidad al unir su conciencia con su ser.

Esa razón existente en la poesía es imprescindible, según la filósofa, para abarcar la totalidad del ser humano. Esa luz en penumbra emana del interior más profundo del mismo. Se trata de un saber existente desde los comienzos de la humanidad y que emanaba de los sentidos con anterioridad al momento histórico en el surgió el pensamiento reflexivo y conceptual. Por ello, Zambrano consideraba que poesía y filosofía conforman dos caminos antitéticos de conocimiento, siendo la vía poética previa a la filosófica, de ahí su gran interés por la poesía y también por otros géneros literarios en el que la primera persona cobra protagonismo al transmitir sus palabras de forma directa. Para ella la razón poética constituye una guía, una manera de expresión que es contraria a la razón positivista que se aleja de las emociones humanas y que cosifica a la persona. En este sentido, María Zambrano consideraba que esa razón fría puede estar en el trasfondo de situaciones en las que el ser humano queda relegado a la nada y ser objeto de crueldades, y así lo ejemplifica con los discursos de Hitler y con el auge de los fascismos durante el siglo XX y sus horrendas consecuencias. Por ello, como expresa Amparo Zacarés, «La razón poética es, según María Zambrano, el medio para volver a humanizar y sacralizar la existencia humana y en consecuencia acceder a una auténtica renovación de la ética y de la política»[14]. La razón poética nos descubre realidades a las que la ciencia no llega. Sin embargo, no se trata de que la poesía y la literatura en general sustituyan a la filosofía en la búsqueda del conocimiento, sino de que la filosofía y la poesía se aúnen sin contradicciones como formas de saber y comprender la vida humana. Por ello, dirá Zacarés que «María Zambrano, al unir filosofía y poesía, pensar y sentir, decidió ser filósofa poeta»[15]. Zambrano une de esta forma pensamiento y sentimiento, filosofía y poesía, en el camino del conocimiento. En su libro Filosofía y poesía (p.13) dice:

hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser.

Pero esa poesía, como vía de conocimiento, debe emerger con libertad desde el interior del ser a través del silencio y de la música de la expresión poética. Por ello, en la mencionada obra María Zambrano afirma que: «De no tener vuelo el poeta, no habría poesía, no habría palabra. Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también, una liberación de quien la dice»[16].

La obra filosófica y ensayística de María Zambrano fue extensa, aunque ignorada buena parte de su vida. Ya anciana, ha sido y sigue siendo objeto de numerosos reconocimientos de forma progresiva. En España comenzaron tras su largo exilio. En 1981 recibió el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, siendo la primera mujer en obtenerlo. Igualmente ha sido la primera mujer a la que se le concedió el Premio Cervantes por el conjunto de su obra y de su pensamiento, lo que ocurrió en 1988.


[1] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, J. (2018). María Zambrano  – Poemas–. La Isla de Siltolá. Ap.MORILLO, Jesús (11 de febrero de 2019). “Reunida en volumen toda la poesía de María Zambrano, la guía de su pensamiento”. ABC de Sevilla Cultura.

https://sevilla.abc.es/cultura/libros/sevi-reunida-volumen-toda-poesia-maria-zambrano-guia-pensamiento-201902111253_noticia.html

[2] Id.

[3] GÁMEZ MILLÁN, S. (2016). 100 filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos. Editorial ILUSBOOKS.

[4] Ibid. (pp.  174-176)

[5] Id.

[6] Id.

[7] COLINAS, A. (2019). Sobre María Zambrano: Misterios encendidos. Editorial Siruela. (pp. 17-18).

[8] Id.

[9] ZAMBRANO ALARCÓN, M. (1934). Hacia un saber sobre el alma. Alianza Literaria.  Ap. GONZÁLEZ BARBERO, Ignacio. (28 de agosto de 2016). “María Zambrano: «Por qué se escribe». Revista Culturamas.

[10] ZACARÉS PAMBLANCO, A. “MARÍA ZAMBRANO –Reivindicación de un pensar y un sentir para la estética”. www.gva.es (Generalitat Valenciana). Blog de Nieves Soriano Nieto. (p. 2) https://mestreacasa.gva.es/html/js/pdf.js/web/viewer.html?file=%2Fc%2Fdocument_library%2Fget_file%3FfolderId%3D500020976109%26name%3DDLFE-1714808.pdf

[11] ZAMBRANO ALARCÓN, M. (2006, 4ª reimpresión). Filosofía y poesía. México. Fondo de Cultura Económica, p.13.

[12] ZACARÉS PAMBLANCO, A., op.cit. p. 3

[13] Ibid., p. 12

[14] Ibid., p. 15

[15] Ibid., p. 6

[16] ZAMBRANO ALARCÓN, M., ob. cit., p. 21

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