© Matza Maranto
Soyatla
Todos escogen el mismo camino.
Todos se van.
Pedro Páramo. Juan Rulfo.
I
Llegaron noticias del pasado.
La mirada ausente de mi padre
era transparente y limpia como el tintineo de los hielos.
Soyatla no es Comala,
pero ahí vivía su padre.
Al pronunciar su nombre, Juan,
una bandada de cuervos pasó cruzando el vacío.
Viajamos.
II
Caía la noche.
Nuestro Montecarlo 82 era más que una estela de suerte:
boleto de lotería,
espiga del embrujo.
A tanta velocidad,
el vaso ambarino terminó por rendirse.
El fuego de nuestras miradas alumbraba el camino.
Amanecía.
III
Sentados bajo el árbol
supimos del azar de los naranjos
en la tibieza del tiempo,
barajas que se cambian en cada partida.
Esto era Soyatla:
un pueblo de Dios sumergido en nuestro olvido.
Estábamos allí
y la voz se nos quebraba como hoja débil y lastimera.
Por aquí corrí, decía mi padre.
Yo sujetaba su mano:
así se aprehende el tiempo.
La sostengo
y la verdad es un torrente de luz.
IV
Nuestra casa era nómada,
no pertenecer fue la penitencia.
A tres generaciones
nadie sabe quiénes somos.
Cada pueblo nos trae un nuevo nombre.
Aquí estoy padre, dijo.
Y yo:
Estoy aquí, boca arriba,
pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad.
V
Soyatla
tiene por sendero un camino de tulipanes.
Nos cayó el tiempo como un aguacero.
Todas las sombras desaparecieron.
Se nos olvidó el perdón.
El camino de Soyatla no es el de Comala,
pero allá vivía el padre.
Era el tiempo de la canícula.
He vuelto a Soyatla, repetía mi padre.
Aquí estuvo la abuela,
aún está el padre.
A lo lejos se escuchaba la plegaria:
El olvido en que nos tuvo, hijo, cóbraselo caro.
Camisa Manchester a cuadros
Tras los impulsos de la fiebre,
la lucidez es una aureola
que solo es visible en algunos instantes.
La última vez que te abracé,
lloré intensamente sobre tu pecho
y tu camisa era un mosaico turquesino.
Estoy aquí, estamos, te decimos al oído
pero nuestras voces no son suficientes
para traerte de vuelta.
Ahora tú eres Ulises
y nosotras,
las sirenas.
Busco moldearte en mi memoria,
mientras escojo una tela de caída suave,
quiero vestirte para este viaje,
mantenerte intacto en la memoria.
Inició el patrón, anoto:
Cuello: vivir fue el vaivén del caballo de la euforia.
Espalda: tu responsabilidad inquebrantable.
Pecho: las mujeres siempre te habitaron.
Hombros: generación del abandono, reconstruido con el tiempo.
Manga-puño: el juego fue más que el temblor de adrenalina poseyendo tus manos.
Ganar, perder, empezar de nuevo. Empezar, siempre.
Medida de camisa: las enfermeras bordean tu cama. 7:14 am, cuentan al unísono
tu vida terrenal se extingue. Sin embargo, desde meses atrás te había arrebatado de mis brazos el aguijón prendido a tu hígado.
Tres cartas desde Oimiakón
Chillidos frutados en la nieve,
el secreto en geranio convertido.
José Lezama Lima
1
Las calles de esta ciudad que habito
tiene muchos vastos carriles,
en medio un tren de vida sin animación locomotriz.
Esto soñé mientras en el vagón temblaba el piso,
espacio donde ahora deposito mi condición gravitacional.
2
La nieve en el trópico es infame.
Vendas nubliselváticas cubren los ojos de lechuzas
bajo esta pertinaz llovizna.
Balas de granizo consolidan atajos para agrietar el viento.
Al final, el llanto que reprimes,
aquel sollozante alivio que columpian tus tensos hombros,
granos de sal en la desazonada guarnición del presente,
platillo puesto sobre mantel de nieve.
3
Uno no debe hacer del andén un memorial.
Al final, cada ventana habla de mí,
del miedo que se consume en el resonar de timbres.
Era de mí de quien hablan aquellas cartas,
sólo percibo letras impresas:
me pronuncias y me vuelvo ajena.
Todas aquellas líneas hablaban de mí
la luz de graffito me cegó,
crucé los brazos,
cada oración fue el desbarajuste de la historia.
Sé que hablaba de mí,
pero nunca pude ser aquella que en cada verso edificaste.
Sí, hablabas de mí,
pero fue imposible ser el atajo.
Cada historia entre nosotros era un riel
más al cerco que construimos.
Hablabas de mí, pero todo el eco
fue insuficiente para vencer la niebla.
Daguerrotipo
Yo, sin ojos, te miro transparente.
Antonio Gamoneda
Abro la galería y el pie de foto indica:
tarde de junio.
Un disparo que no da en el blanco,
puntero a la nada.
El hilo que nos dibuja se sostiene con la fe.
La imagen es nítida como un aguacero.
Lo sabemos:
Llegamos aquí vestidos de vacío,
no teníamos qué perder
y ello nos arrojó a lo inevitable.
En la fotografía
sostengo tu brazo firme a mi respiración.
El silencio es la felicidad que nos habita.
Domingo de junio.
Ahí estábamos
tú sumergido en la embriaguez del verano,
yo, sosteniendo una verdad a trozos.
Tarde de junio
No hubo asiento de café
que advirtiera quiénes éramos,
Junio
La tarde era el páramo que fundábamos.
Tu amor es la lanza que atraviesa al animal que huye.
Es junio
y somos la fisura del cristal.
Fotografía de junio:
tu existencia nació antes de la imagen.
Enfoca
Capturamos la nada.
Calfú
Acostada bajo tu plenitud,
trazo mi destino en el aire.
Bordeo lienzos en la bruma
Cuando llego a un pasaje sin salida,
mi mano derecha lo empuña
y se disuelve.
Entonces llega el recuerdo.
Ahora, como antes,
se abre el cielo.
la nostalgia no sobrevive al aguacero.
No hay altitud que nos salve de nosotros
La corriente arrasa con cualquier principio
Nacemos en el agua
como si la furia de la humedad predijera el tiempo.
Matza Maranto nació en Ocozocoautla de Espinosa, Chiapas. Doctora en Ciencias Sociales y Humanísticas en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA). Es autora del poemario Atajos para llegar a nadie (SE del Estado de Chiapas, 2011), Peldaños (UNISON, 2012), Trozos de azogue (Nueva York 2013), Ajedrecístico (CONECULTA, 2018) y La felicidad era un pequeño trozo de mármol (Los libros del perro, 2021). Su trabajo de investigación está incluido en el libro Tomar la palabra (Juan Pablos Editores, 2016). Fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico 2011 y es Premio Estatal de la Juventud 2010 en la categoría de Poesía. Actualmente es directora general del CONECULTA, Chiapas.