OCTAVIO PAZ: AMOR Y POESÍA COMO CONOCIMIENTO

Cecilio Sanchez. Muerte pintando. Acuarela s/papel amate. 1989. 59×72. Colección Museos Ralli. www.museoralli.es

Como en cualquier poeta y pensador, dos de los temas más relevantes en la vida y en la obra de Octavio Paz (México D. F. 1914- México D. F. 1998) son el amor y la poesía. Se podría decir que hasta cierto punto convergen: no hay Eros sin poesía, del mismo modo que no hay poesía sin Eros. Se trata de una simbiosis. Quizá gracias al amor en cualquiera de sus múltiples manifestaciones buscamos la palabra adecuada; tal vez gracias a la palabra justa se mantiene vivo el amor. Gracias al amor y a la poesía se revela el ser.

Para ocuparnos de ello a continuación vamos a analizar uno de los poemas extensos de Octavio Paz más memorables de su trayectoria, acaso por detrás de Piedra de sol, El mono gramático o Pasado en claro, y a la altura de Nocturno de San Ildefonso, Hablo de la ciudad o Blanco. Me refiero a “Carta de creencia”. Es un poema cuyas ideas sobre el amor se encuentran estrechamente vinculadas con uno de sus ensayos esenciales, La llama doble. Amor y erotismo, como han señalado algunos críticos y, por tanto, es una síntesis poética de su pensamiento. “Carta de creencia” es el documento escrito que uno entrega para hacerse conocer ante los otros, mereciendo o no su confianza.

CARTA DE CREENCIA

CANTATA

1
Entre la noche y el día
hay un territorio indeciso.
No es luz ni sombra:
es tiempo.
Hora, pausa precaria,
página que se obscurece,
página en la que escribo,
despacio, estas palabras.
La tarde
es una brasa que se consume.
El día gira y se deshoja.
Lima los confines de las cosas
un río obscuro.
Terco y suave
las arrastra, no sé adónde.
La realidad se aleja.
Yo escribo:
hablo conmigo
–hablo contigo.

Quisiera hablarte
como hablan ahora,
casi borrados por las sombras,
el arbolito y el aire;
como el agua corriente,
soliloquio sonámbulo;
como el charco callado,
reflector de instantáneos simulacros;
como el fuego:
lenguas de llama, baile de chispas,
cuentos de humo.
Hablarte
con palabras visibles y palpables,
con peso, sabor y olor
como las cosas.
Mientras lo digo
las cosas, imperceptiblemente,
se desprenden de sí mismas
y se fugan hacia otras formas,
hacia otros nombres.
Me quedan
estas palabras: con ellas te hablo.

Las palabras son puentes.
También son trampas, jaulas, pozos.
Yo te hablo: tú no me oyes.
No hablo contigo:
hablo con una palabra.
Esa palabra eres tú,
esa palabra
te lleva de ti misma a ti misma.
La hicimos tú, yo, el destino.
La mujer que eres
es la mujer a la que hablo:
estas palabras son tu espejo,
eres tú misma y el eco de tu nombre.
Yo también,
al hablarte,
me vuelvo un murmullo,
aire y palabras, un soplo,
un fantasma que nace de estas letras.

Las palabras son puentes:
la sombra de las colinas de Meknés
sobre un campo de girasoles estáticos
es un golfo violeta.
Son las tres de la tarde,
tienes nueve años y te has adormecido
entre los brazos frescos de la rubia mimosa.
Enamorado de la geometría
un gavilán dibuja un círculo.
Tiembla en el horizonte
la mole cobriza de los cerros.
Entre peñascos vertiginosos
los cubos blancos de un poblado.
Una columna de humo sube del llano
y poco a poco se disipa, aire en el aire,
como el canto del muecín
que perfora el silencio, asciende y florece
en otro silencio.
Sol inmóvil,
inmenso espacio de alas abiertas;
sobre llanuras de reflejos
la sed levanta alminares transparentes.
Tú no estás dormida ni despierta:
tú flotas en un tiempo sin horas.
Un soplo apenas suscita
remotos países de menta y manantiales.
Déjate llevar por estas palabras
hacia ti misma.

2

Las palabras son inciertas
y dicen cosas inciertas.
Pero digan esto o aquello,
nos dicen.
Amor es una palabra equívoca,
como todas.
No es palabra,
dijo el Fundador:
es visión,
comienzo y corona
de la escala de la contemplación
–y el florentino:
es un accidente
–y el otro:
no es la virtud
pero nace de aquello que es la perfección
–y los otros:
una fiebre, una dolencia,
un combate, un frenesí, un estupor,
una quimera.
El deseo lo inventa,
lo avivan los ayunos y las laceraciones,
los celos lo espolean,
la costumbre lo mata.
Un don,
una condena.
Furia, beatitud.
Es un nudo: vida y muerte.
Una llaga
que es rosa de resurrección.
Es una palabra:
al decirla, nos dice.

El amor comienza en el cuerpo
¿dónde termina?
Si es fantasma,
encarna en un cuerpo;
si es cuerpo,
al tocarlo se disipa.
Fatal espejo:
la imagen deseada se desvanece,
tú te ahogas en tus propios reflejos.
Festín de espectros.

Aparición:
el instante tiene cuerpo y ojos,
me mira.
Al fin la vida tiene cara y nombre.
Amar:
hacer de un alma un cuerpo,
hacer de un cuerpo un alma,
hacer un tú de una presencia.
Amar:
abrir la puerta prohibida,
pasaje
que nos lleva al otro lado del tiempo.
Instante:
reverso de la muerte,
nuestra frágil eternidad.

Amar es perderse en el tiempo,
ser espejo entre espejos.
Es idolatría:

endiosar una criatura
y a lo que es temporal llamar eterno.
Todas las formas de carne
son hijas del tiempo,
simulacros.
El tiempo es el mal,
el instante
es la caída;
amar es despeñarse:
caer interminablemente,
nuestra pareja
es nuestro abismo.
El abrazo:
jeroglífico de la destrucción.
Lascivia: máscara de la muerte.

Amar: una variación,
apenas un momento
en la historia de la célula primigenia
y sus divisiones incontables.
Eje
de la rotación de las generaciones.
Invención, transfiguración:
la muchacha convertida en fuente,
la cabellera en constelación,
en isla la mujer dormida.
La sangre:
música en el ramaje de las venas;
el tacto:
luz en la noche de los cuerpos.

Transgresión
de la fatalidad natural,
bisagra
que enlaza destino y libertad,
pregunta
grabada en la frente del deseo:
¿accidente o predestinación?

Memoria, cicatriz:
–¿de dónde fuimos arrancados?,
cicatriz,
memoria: sed de presencia,
querencia
de la mitad perdida.
El Uno
es el prisionero de sí mismo,
es,
solamente es,
no tiene memoria,
no tiene cicatriz:
amar es dos,
siempre dos,
abrazo y pelea,
dos es querer ser uno mismo
y ser el otro, la otra;
dos no reposa,
no está completo nunca,
gira
en torno a su sombra,
busca
lo que perdimos al nacer;
la cicatriz se abre:
fuente de visiones;
dos: arco sobre el vacío,
puente de vértigos;
dos:
Espejo de las mutaciones.

3

Amor, isla sin horas,
isla rodeada de tiempo,
claridad
sitiada de noche.
Caer
es regresar,
caer es subir.
Amar es tener ojos en las yemas,
palpar el nudo en que se anudan
quietud y movimiento.
El arte de amar
¿es arte de morir?
Amar
es morir y revivir y remorir:
es la vivacidad.
Te quiero
porque yo soy mortal
y tú lo eres.
El placer hiere,
la herida florece.
En el jardín de las caricias
corté la flor de sangre
para adornar tu pelo.
La flor se volvió palabra.
La palabra arde en mi memoria.

Amor:
reconciliación con el Gran todo
y con los otros,
los diminutos todos
innumerables.
Volver al día del comienzo.
Al día de hoy.

La tarde se ha ido a pique.
Lámparas y reflectores
perforan la noche.
Yo escribo:
hablo contigo:
hablo conmigo.
Con palabras de agua, llama, aire y tierra
inventamos el jardín de las miradas.
Miranda y Ferdinand se miran,
interminablemente, en los ojos
–hasta petrificarse.
Una manera de morir
como las otras.
En la altura
las constelaciones escriben siempre
la misma palabra;
nosotros,
aquí abajo, escribimos
nuestros nombres mortales.
La pareja
es pareja porque no tiene Edén.
Somos los expulsados del Jardín,
estamos condenados a inventarlo
y cultivar sus flores delirantes,
joyas vivas que cortamos
para adornar un cuello.
Estamos condenados
a dejar el Jardín:
delante de nosotros
está el mundo.

Coda

Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
porque tú meces los follajes[1].

¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué somos? (1897), Paul Gauguin, Museo de Bellas Artes de Boston.

Compuesto de tres partes y una coda, la primera de ellas trata un tema recurrente en Paz, las palabras como puentes entre el uno y el otro, concretamente aquí entre el yo poético y la amada, a pesar de que puedan tender trampas. La incomunicación es en todo tiempo una posibilidad cuando se emite un mensaje. Es en la segunda parte donde aparece explícitamente el término “Amor”, “palabra equívoca, / como todas”.

Por medio de un diálogo intertextual resume algunas ideas acerca del amor de algunos clásicos universales del pensamiento y de la literatura. Según Platón, al que no menciona, pero sí alude mediante “el Fundador”, el amor “es visión / comienzo y corona / de la escala de la contemplación”, lo que será interesante para la reflexión final sobre el amor como conocimiento de uno mismo, concepción que con ligeras y a veces significativas variaciones puede remontarse a los orígenes de la filosofía Occidental.

La siguiente alusión, por medio de “el florentino”, es a Dante, autor de La Divina Comedia, quien resume el amor como “un accidente”. Desde luego, uno de los criterios para distinguir entre “enamoramiento” y “amor” es que no podemos elegir de quién nos enamoramos y, en este sentido, es un accidente. En cambio, si bien no contamos tampoco actualmente con una plena libertad a la hora de elegir a quién amamos, disponemos a estas alturas de la historia de más amplios márgenes de libertad, por lo menos en ciertas culturas. 

Con la siguiente alusión no estoy seguro de a quién se refiere: “no es la virtud / pero nace de aquello que es la perfección”, pero sospecho que esta idea es de San Agustín de Hipona. Eso sí, con “los otros”, que definen el amor con doloridas metáforas: “una fiebre, una dolencia, / un combate, un frenesí, un estupor, / una quimera”, apunta a clásicos como San Juan de la Cruz, Lope de Vega o Calderón de la Barca, entre otros.

Sigue Paz explorando la paradójica naturaleza del amor: si es el deseo el que lo inventa, como afirma, en este aspecto la concepción de Paz está más próxima a la de Spinoza que a la de Platón. No amamos tanto porque alguien reúna cualidades dignas de ser amadas, sino antes bien convertimos alguien en amable a causa del deseo que sentimos. Ahora bien, el deseo no siempre es ciego. Con frecuencia está vinculado con nuestro ser: nuestro conocimiento, nuestra voluntad, nuestros sueños. De acuerdo con Ortega y Gasset, “Según se es, así se ama. Por esta razón, podemos hallar en el amor el síntoma más decisivo de lo que una persona es (…) sus amores nos descubrirán el secreto de su ser”[2]

Con cadenciosas imágenes sintetiza otros rasgos del amor que conocemos bien: “lo avivan los ayunos y las laceraciones, / los celos lo espolean, / la costumbre lo mata”. Francesco Alberoni distingue diferentes tipos de celos, entre ellos, los “Celos que frenan el amor” y aquellos otros “Celos que intensifican el amor”[3]. Asimismo, se vale de diversas antítesis, recurso habitual para reflejar las contradicciones del amor: “Un don, / una condena. / Furia, beatitud. / Es un nudo: vida y muerte. / Una llaga / que es rosa de resurrección”.

Si antes declaraba que el amor “el deseo lo inventa”, no extrañará que sostenga que “el amor comienza en el cuerpo”. Sin embargo, de lo material pasa a lo inmaterial, de lo inmaterial a lo material; de lo sensible a lo inteligible, de lo inteligible a lo sensible. Penetra y comunica un mundo con otro, del mismo modo que consigue “hacer de un alma un cuerpo”, y “de un cuerpo un alma”. Es decir, nos completa. Esto equivale a decir que nos impulsa a ser persona, cuya etimología guarda relación con el significado de “autonomía”, pensar y decidir por sí mismo.

A juicio de Juan Malpartida, “una de las contribuciones de Paz al tema del amor es “ver la pasión amorosa como una expresión de nuestra libertad”[4]. Tengo para mí que la asociación del amor con la libertad está antes en los surrealistas, de los que se alimentó Paz, eso sí, introduciendo unas dosis de racionalidad crítica de la que a menudo carecieron algunos de sus integrantes.

Otros grandes poetas de la llamada Generación del 27 que también participaron de esta corriente vanguardista, al menos en algunos de sus libros, como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre[5], Rafael Alberti[6] o Luis Cernuda, por mencionar a los autores de los más relevantes poemarios surrealistas en la poesía hispánica, desde diferentes perspectivas, asociaron el amor a la libertad. Sin ir más lejos, en el que tal vez sea el más memorable de los poemas de Los placeres prohibidos (1931), Cernuda escribirá:

“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

  Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

  Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,

  Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

  Y mi cuerpo y mi espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

  Como leños perdidos que mar anega o levanta

  Libremente, con la libertad del amor,

  La única libertad que me exalta,

  La única libertad porque muero.

  Tú justificas mi existencia:

   Si no te conozco, no he vivido;

   Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”[7].

Cernuda acierta a expresar las contradicciones del sentimiento amoroso ligado a la libertad mediante una paradoja: “Libertad no conozco sino la de estar preso en alguien”. Luego afirmará esa libertad vinculada al amor como si fuera una rotunda proclamación: “Libremente, con la libertad del amor”. Difícil expresarlo de forma tan clara y bella. Y no hay que olvidar que el Cernuda preferido por Octavio Paz es este, el de su etapa surrealista.

Con todo, para Paz amor, persona y libertad se entrelazan de manera decisiva en busca de emancipaciones individuales y sociales. Respecto a la noción de “persona”[8], que para el poeta mexicano es sinónimo de “libertad-responsabilidad”, mantiene que “es el fundamento de nuestras instituciones políticas y de nuestras ideas sobre lo que deben ser la justicia, la solidaridad y la convivencia social”[9].

El pensamiento dialéctico de Paz no percibe en la necesidad una oposición fatal a la libertad. Al contrario, se asimilan y se nutren continuamente: “la libertad no es un concepto aislado ni se le puede definir aisladamente; vive en relación permanente con otro concepto sin el cual no existiría: la necesidad. A su vez, ésta es impensable sin la libertad: la necesidad se sirve de la libertad para realizarse y la libertad sólo existe frente a la necesidad. Esto lo vieron los trágicos griegos con mayor claridad que los filósofos”[10].

Ortega y Gasset, que fue un referente intelectual y ético para Octavio Paz, ya había sintetizado en su concepción de persona la fatalidad y la libertad, esa pareja que se antojaba irreconciliable. Por un lado el ser humano es fatalidad: no pide nacer y nace; tampoco elige el lugar, la época, la familia, la comunidad, la cultura… Y, sin embargo, estamos condenados a elegir en la medida de lo posible, a ejercer la libertad dentro de los innumerables condicionamientos que recibimos.

Cuestionar cualquiera de estas ideas fundamentales, “libertad”, “responsabilidad” o “persona”, según Octavio Paz, puede acarrear consecuencias cívico-políticas nefastas para cualquier sociedad. Su diagnóstico es que “el ocaso de la noción de persona (…) ha sido el principal responsable de los desastres políticos del siglo XX y del envilecimiento general de nuestra civilización[11]. Hay una conexión íntima y causal, necesaria, entre las nociones de alma, persona, derechos humanos y amor”[12].

Pensadores como Nietzsche y Freud, dos de los principales precursores de eso que se ha dado en llamar “postmodernidad”, pusieron en tela de juicio conceptos como “yo” y, con ello, otros que giran en su órbita, como “persona”, “autonomía” “libertad”, “responsabilidad”… Más recientemente lo ha hecho el neurocientífico David Eagleman[13]. Este autor manifiesta “el sueño de una jurisprudencia basada en la biología”. Por supuesto que las ciencias naturales seguirán arrojando luz sobre las conductas de las diversas especies de animales, lo que sin duda puede mejorar aspectos de otras disciplinas.

Pero de acuerdo con la célebre falacia naturalista[14] indicada por David Hume, del análisis de facto de las ciencias naturales no se deduce necesariamente la norma ético-jurídica. Dicho en otros términos, en el mundo humano, que algo sea de una determinada manera, que siga unas leyes, tendencias o patrones, no implica que deba ser así. El edificio jurídico se mantiene bajo el supuesto de que los seres humanos somos en todo tiempo “personas” o, lo que equivale a lo mismo, seres libres y responsables, cosa que está lejos de ser cierta.

Sin embargo, no podemos renunciar a la idea de lo que “debe ser”, que no proviene del mundo de las Ideas de Platón, sino de nuestros sentimientos, valores y razones. El filósofo Javier Muguerza lo ha formulado así: “Volviendo a Kant, su conocida “solución” de la antinomia de la causalidad y la libertad no es, en rigor, ninguna solución, sino la valiente aceptación por su parte de la antinomia misma. Nosotros, como seres humanos, somos en parte seres naturales, y sociales, sometidos por ende a la causalidad de un tipo u otro. Pero no somos sólo eso, sino asimismo seres racionales y, por lo tanto, libres. O, dando ahora un paso más, la libertad de la que no pode­mos exonerarnos en tanto que seres humanos nos lleva más allá de lo que somos, más allá del reino del ser, para enfrentarnos con el del deber. Un animal, que no se hace cuestión de su libertad, tam­poco necesitaría –si es que pudiera hacerlo– preguntarse “qué debo hacer”, por lo menos en el sentido moral del término “deber”. Un ser humano, sí”[15].

¿De dónde brota el mundo del deber? En palabras de Muguerza, “no es sino la expresión de nuestra insatisfacción o nuestro descontento con lo que en este mundo es, es decir, con “lo que hay” en este mundo o con “lo que no hay” en él, pero pensamos que debiera haber”[16]. De aquí se infiere una dialéctica interminable entre el “ser” y el “deber ser”, entre la naturaleza y la razón. Mas, eso sí, paradójicamente, una razón que se apoya y se nutre de los sentimientos, como el del amor.

Antes de que Daniel Goleman popularizara por el mundo el término “inteligencia emocional”[17], con menos fortuna el filósofo Zubiri había conceptualizado la expresión “inteligencia sentiente”, de acuerdo con la cual “la inteligencia está fundada en la sensibilidad”[18], al contrario de lo que se ha creído generalmente bajo la influencia platónica del dualismo antropológico. Como es natural, “el dominio del sentir es más vasto que el del inteligir”[19]. Se trata de identificar mediante el logos qué sentimos; al hacerlo tomamos conciencia y distancia, rebajamos la intensidad de la emoción y podemos comunicar a los otros qué experimentamos.   

Todavía antes que Zubiri, Unamuno, aquel con que se afianza la tradición meditativa de la poesía en nuestra lengua, tradición que prosigue Paz, escribió en su “Credo poético”: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”[20]. No hay, pues, una frontera entre sentimientos y pensamientos, más bien al contrario: el mundo sentimental infunde de vida a la razón. Claro que esto tampoco significa que sentir mucho o muy intensamente equivalga a sentir bien. Me atrevería a decir que la razón desempeña otra función imprescindible: identificar qué sentimos, tomar conciencia, distancia y mitigar el impacto de los sentimientos. Sospecho que no hay sentimiento ni razón pura, sino que constantemente interactúan.

Volvamos al poema tras esta larga digresión. En esta segunda parte de “Carta de creencia”, Paz describe la dimensión oscura y dolorosa del amor. Incluso aquella parte del sentimiento amoroso que nos puede enceguecer: “Es idolatría: / endiosar una criatura / y a lo que es temporal llamar eterno”. De todos los seres humanos es como si sólo percibiéramos a uno. Así llega la promesa del amor, que quiere esculpir lo que está sometido a los cambios del tiempo. Como se hace desde el énfasis de unos sentimientos apasionados, es difícil, por no decir casi imposible, que se mantenga. De ahí las decepciones que acostumbran a acompañar a las historias de amor.

Es la naturaleza la que nos ha hecho así, pasajeros, como el resto de las especies biológicas, y parece que no lo aceptamos: “Todas las formas de carne / son hijas del tiempo, / simulacros. / El tiempo es el mal, / el instante, / es la caída; / Amar es despeñarse: / caer interminablemente, / nuestra pareja es nuestro abismo”. ¿Hasta qué punto nuestras dificultades para aceptar nuestra naturaleza temporal se deben a haber erigido la cultura en oposición a ello?

Más adelante alude a mitos narrados en El Banquete de Platón que se han popularizado y deformado bajo la idea de “la media naranja”: “Memoria, cicatriz: / ¿de dónde fuimos arrancados?, / cicatriz, / memoria: sed de presencia, / querencia / de la mitad perdida”. Es interesante ver cómo juega y experimenta Paz con los sonidos y los sentidos y, en contra de lo que acostumbra a creerse, es el sonido el que arrastra al sentido.

Asimismo, se refiere a la incesante lucha por la afirmación y el reconocimiento: “amar es dos, / siempre dos, / abrazo y pelea / dos es querer ser uno mismo / y ser el otro, la otra; / dos no reposa, / no está completo nunca, / gira / en torno a su sombra, / busca / lo que perdimos al nacer”. Por tanto, nunca estamos completos, siempre, incluso en los casos más afortunados, hay un fondo de insatisfacción. Ortega y Gasset definía el amor como “el eterno insatisfecho”, lo que remite una vez más a Platón. ¿No es esa insatisfacción aquello que nos impulsa a querer más, a no contentarnos con tal como están las cosas y, en suma, perfeccionarnos?

En la tercera aparte afirma que amamos porque somos mortales. A su vez el amor es “reconciliación con el Gran todo”. Sin embargo, “la pareja / es pareja porque no tiene Edén. / Somos los expulsados del Jardín, / estamos condenados a inventarlo”. Además de las numerosas alusiones religiosas y mitológicas, con estos versos apunta a la necesidad de soñarnos y trascendernos en busca del sueño, sueño impulsado, claro está, por la gracia de Eros.

Tras el ritmo vivo y por momentos impetuoso que adquiere el poema –como si no bastara con hablar de amor, sino que hay que abordarlo amorosamente–, concluye Paz con una coda en la que el verbo que más se repite, hasta en tres ocasiones, es “aprender” asociado a “amar”: “Tal vez amar es aprender / a caminar por este mundo. / Aprender a quedarnos quietos (…) Aprender a mirar”. Decía Goethe que “sólo se aprende de quien se ama”. Y quizá sólo se aprende bien aquello que se ama. También en esto el amor es un insuperable maestro.

Tal como hizo María Elvira Luna Escudero-Alie[21] estableciendo vasos comunicantes entre “Carta de creencia” y La llama doble. Amor y erotismo, podríamos resumir las características del amor según Octavio Paz en doce tesis: 1) el amor es libertad; 2) es exclusivo; 3) es fiel; 4) es comunicación y comunión; 5) es erotismo; 6) es un fin en sí mismo; 7) es fruto de nuestra mortalidad; 8) es conciencia de la muerte; 9) es nuestra respuesta contra el tiempo y sus accidentes; 10) intensifica la vida; 11) es sufrimiento; 12) produce, a la vez que inquietud, armonía.

“Para que al conocerte me conozca”.

Hemos visto cómo el amor, según Octavio Paz, revela lo que somos y nos impulsa a soñar y ser. A continuación procuraremos mostrar de modo más breve que la poesía también posee idénticos fines. Antes de que tuvieran lugar las primeras manifestaciones del debate entre los partidarios de la poesía como comunicación y los partidarios de la poesía como conocimiento, pocos años después de que María Zambrano desembarque en México, Octavio Paz publica en septiembre de 1941 en Letras de México “La poesía”, otro metapoema del que puede deducirse que a través del lenguaje poético nos conocemos a nosotros mismos:

La poesía

Llegas, silenciosa, secreta,

y despiertas los furores, los goces

y esta angustia

que enciende lo que toca

y engendra en cada cosa

una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma

como metal al fuego.

Entre mis ruinas me levanto,

solo, desnudo, despojado,

sobre la roca inmensa del silencio,

como un solitario combatiente

contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,

¿a qué me empujas?

No quiero tu verdad,

tu insensata pregunta.

¿A qué esta lucha estéril?

No es el hombre criatura capaz de contenerte,

avidez que sólo en la sed se sacia,

llama que todos los labios consume,

espíritu que no vive en ninguna forma

mas hace arder todas las formas.

Subes desde lo más hondo de mí,

desde el centro innombrable de mi ser,

ejército, marea.

Creces, tu sed me ahoga,

Expulsando, tiránica,

aquello que no cede

a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,

Tú, sin nombre, furiosa substancia,

avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,

despiertas a mi tacto,

hielas mi frente,

abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,

substancia intocable,

unidad de mi alma y de mi cuerpo,

y contemplo el combate que combato

y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas

y a las mismas imágenes

otras, más profundas, las niegan.

ardiente balbuceo,

aguas que anega un agua más oculta y densa.

En su húmeda tiniebla vida y muerte,

quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,

porque tan sólo existo porque existes,

y mi boca y mi lengua se formaron

para decir tan sólo tu existencia

y tus secretas sílabas, palabra

impalpable y despótica,

substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,

pero en ti sueña el mundo

y su mudez habla con tus palabras.

Rozo al tocar tu pecho

la eléctrica frontera de la vida,

la tiniebla de sangre

donde pacta la boca cruel y enamorada,

ávida aún de destruir lo que ama

y revivir lo que destruye,

con el mundo, impasible,

y siempre idéntico a sí mismo,

porque no se detiene en ninguna forma

ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,

llévame entre los sueños,

llévame, madre mía,

despiértame del todo,

hazme soñar tu sueño,

unta mis ojos con aceite,

para que al conocerte me conozca”[22].

Es uno de los más encendidos y bellos elogios que se han hecho a la poesía desde la poesía. Me consta que Octavio Paz había declarado que la poesía aborrece las explicaciones. Pero como no podemos saber qué recepción del poema se hará, a continuación formularé algunas observaciones en la línea anticipada. En primer lugar, como se habrá notado, emplea un recurso común al menos desde el Romanticismo hasta Pere Gimferrer[23], pasando por Juan Ramón Jiménez: el de dirigirse a la poesía como amante o amada. Esta personificación alcanza algunos de sus momentos más ambiguos y expresivos en aquellos versos donde el paralelismo con la amada es más manifiesto: “porque tan sólo existo porque existes, / y mi boca y mi lengua se formaron / para decir tan sólo tu existencia” (…) Eres tan sólo un sueño, / pero en ti sueña el mundo (…) Rozo al tocar tu pecho la eléctrica frontera de la vida”. 

A diferencia de otros tratamientos, en Paz esta personificación se hace en un lenguaje vigoroso que no ha envejecido con el paso del tiempo, desde una retórica que no ha perdido su eficacia persuasiva, un lenguaje poético que combina audazmente imágenes de una formidable plasticidad, rasgo característico de la poesía de Octavio Paz, con una equilibrada tensión conceptual. Además, se vale de otros recursos estilísticos, como esas antítesis con las que define a la poesía, situadas al final de la tercera estrofa: “avidez que sólo en la sed se sacia, / llama que todos los labios consume, / espíritu que no vive en ninguna forma / mas hace arder todas las formas”.

Sin embargo, si no fuera por el epifonema, que vertebra toda la poesía, quizá no nos hubiéramos demorado en este poema como lo hemos hecho: “para que al conocerte me conozca”. El motivo por el que el yo poético le pide insistentemente que le lleve con ella, que le despierte, que le haga soñar, que le unte con aceite los ojos, es para que, al revelársele la poesía, él llegue a conocerse a sí mismo. De nuevo se podría establecer un paralelismo con la experiencia amatoria, pues uno de los fines de tal experiencia o, cuando menos, una de las experiencias más enriquecedoras del amor es, junto con la capacidad de transformarnos, el autoconocimiento que nos puede proporcionar, a pesar de que al amor se le suele representar ciego o velado, como en esa inquietante pintura surrealista de René Magritte titulada Les amants (1928).

Ese conocimiento de sí, una vez más, no es previo a la creación poética, sino simultáneo a ella en el caso del poeta o, en el caso de tratarse de un lector, simultáneo o posterior a su lectura. Y, por otro lado, como hemos procurado mostrar, este conocimiento es hasta cierto punto inseparable de esa conjugación verbal, es decir, si alteramos las palabras del poema por otras, aunque sean sinónimas, difícilmente podrá revelársenos esos aspectos de sí de la forma en que se nos reveló por medio del poema.

Mientras más elevada es la excelencia poética lograda en un texto literario –al igual que en una obra de arte–, más arduo es disociar eso que llamamos forma y fondo. Desde la obra de Benedetto Croce, pasando por la de Johannes Pfeiffer[24], hasta la de George Steiner, son numerosos los autores que han argumentado la imposibilidad lógica y semántica –y no sabemos hasta qué punto ontológica– de disociar forma y fondo, especialmente cuando se alcanza gran calidad en cualquiera de los lenguajes de las artes. Una vez más T. S. Eliot lo formuló de modo magistral: “La idea de la apreciación de una forma sin contenido, o de un contenido que ignora la forma, es ilusoria: si ignoramos el contenido de un poema no conseguimos apreciar la forma; si ignoramos la forma, no hemos captado el contenido: pues el significado de un poema existe en sus palabras y sólo en ellas”[25].

Unos 15 años más tarde publica El arco y la lira (1956), uno de los ensayos más esclarecedores y penetrantes que se han escrito en nuestra lengua sobre la poesía. Allí escribe una idea que se encuentra vinculada con “la razón poética” de María Zambrano, que años después urbanizará José Ángel Valente en “Conocimiento y comunicación”: “El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos”[26]. Si el poema nos revela lo que somos es porque posee una función cognitiva, si bien no toda poesía aspira a ello. Y añade otra idea que no conviene perder de vista: “y nos invita a ser eso que somos”. Es la poesía como proyecto vital, como futurición: el poema desea ser encarnado, en primer lugar, por el propio poeta; luego, por los lectores.

Páginas más atrás Octavio Paz escribió: “El hombre es hombre gracias al lenguaje (…) El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear el lenguaje”[27]. Son palabras que recuerdan al final de El erotismo, de Georges Bataille: “¿Qué sería de nosotros sin el lenguaje? Nos hizo ser lo que somos”[28]. Sin la insatisfacción amorosa no buscaríamos la palabra precisa. La vida del lenguaje, que se manifiesta especialmente en la poesía, en cualquiera de los géneros literarios y modalidades artísticas, se expresa en la conciencia de que es imposible expresar lo que deseamos. Pero en contra de lo que pueda parecer por las afinidades entre ambos autores, el ensayo del francés vio la luz un año más tarde (1957).

Más bien lo comprendo dentro del denominado “giro lingüístico”, que no se remonta a Wittgenstein y Heidegger, como acostumbra a señalarse, sino a Hamann, Humboldt y Nietzsche, en el siglo XIX. De variadas maneras ponen de manifiesto que nuestra relación ontológica y cognitiva con la realidad depende del lenguaje, y, por tanto, que las identidades e incluso la historicidad, ambas múltiples y en proceso, también se encuentran ancladas en el mismo. ¿Cómo puede ser algo si no sabemos lo que es? Lo que sabemos, que se despliega en el lenguaje, contribuye a constituir su ser.        

Otro aventajado discípulo de Ortega, José Gaos, al leer El arco y la lira, le escribió a Paz para felicitarle por ese ensayo que no podía ser escrito sino por alguien “en quien se conjugaran un poeta, un filósofo y un erudito, los tres de primer orden”. Y se despidió no sin antes vaticinar que le concederían algún día el Premio Nobel. En resumen, amor y poesía son dos constantes en la vida y en la obra de Octavio Paz. No hay poesía sin Eros, ni amor sin poesía: es una simbiosis. Gracias al amor y a la poesía se revela el ser.  


[1] Paz, Octavio, Los fuegos de cada día. Lo mejor de Octavio Paz, Barcelona, Seix Barral, 2014, pp. 380-388.

[2] Ortega y Gasset, José, “Para una psicología del hombre interesante”, recogido en Estudios sobre el amor, Barcelona, Círculo de Lectores, 1971, pp. 36 y 37.

[3] Alberoni, Francesco, Te amo, trad. Juan Carlos Gentile Vitale, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, pp. 138-144.

[4] Malpartida, Juan, Octavio Paz. Un camino de convergencias, Madrid, Fórcola, 2020, p. 147.

[5] Volek, Emil, “Modernidad y surrealismo en Aleixandre”, así como “La reivindicación del amor”, en Cuatro claves para la modernidad. Aleixandre, Borges, Carpentier, Cabrera Infante, Madrid, Gredos, 1984, pp. 19-32.

[6] Sobre negación y evidencia del surrealismo en Rafael Alberti y Vicente Aleixandre, puede verse Neira, Julio, La quimera de los sueños. Claves de la poesía del 27, Málaga, Veramar, 2009, pp. 126-158.

[7] Cernuda, Luis, “Si el hombre pudiera decir”, La realidad y el deseo (1924-1962), Madrid, F. C. E., 1998, p. 73. Repárese en el final de este célebre poema y compárese con otro erótico-amoroso de Paz: “Cuerpo a la vista”, Paz, O. Libertad bajo palabra, ed. Enrico Mario Santí, Madrid, Cátedra, Madrid, 1998, pp. 186-187. Me refiero a la respiración, al ritmo, a las analogías, a los paralelismos sintácticos. Como es sabido, Octavio Paz dedicó uno de los ensayos más penetrantes que se han escrito sobre la poesía de Luis Cernuda: “La palabra edificante”, Paz, O., reunido en Los signos en rotación, prólogo y selección de Carlos Fuentes, Barcelona, Círculo de Lectores, 1974, pp. 107-130.

[8] Es interesante destacar los puntos de encuentro acerca de estas cuestiones entre Octavio Paz y María Zambrano, Persona y Democracia, Madrid, Alianza, 2019.

[9] Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 163.

[10] Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 164.

[11] Este análisis y valoración lo llevó a cabo en uno de sus ensayos ético-políticos, Paz, Octavio, Tiempo nublado, Barcelona, Seix Barral, 2001.

[12] Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 129.

[13] Eagleman, David, “¿Por qué la cuestión de la responsabilidad está mal planteada?”, en Incógnito. Las vidas secretas del cerebro, trad. Damià Alou, Barcelona, Anagrama, 2018, pp. 183-232. 

[14] Para un análisis exhaustivo de esta discusión, puede leerse a Javier Muguerza, “´Es` y `Debe´. En torno a la lógica de la falacia naturalista”, incluido en VVAA, Teoría y sociedad. Homenaje al profesor Aranguren, Barcelona, Ariel, 1970, pp. 141-175.

[15] Muguerza, Javier, “Kant y el sueño de la razón”, reunido en VVAA, La herencia ética de la Ilustración, Barcelona, Crítica, 1991, p. 20.

[16] Muguerza, J., citado por Roberto R. Aramayo, “Un testimonio de gratitud para con Javier Mu­guerza, una personalidad filosófica irrepetible”, recogido en Diálogos con Javier Muguerza. Paisajes para una exposición virtual. Un homenaje de Isegoría por su 80 cumpleaños, Roberto R. Aramayo, José Francisco Álvarez, Francisco Maseda y Concha Roldán (eds.), Madrid, CSIC, 2016, p. 19.  

[17] Goleman, Daniel, Inteligencia emocional, trad. David González Raga y Fernando Mora, Barcelona, Kairós, 1997. Conviene recordar que este libro se abre con una cita de Ética a Nicómaco, de Aristóteles relacionada con el arte de saber sentir que, tal como apuntamos más arriba, mantiene una correlación con saber pensar y saber actuar. Con el éxito de este libro siguieron otros, como Daniel Goleman, La práctica de la inteligencia emocional, trad. Fernando Mora y David González Raga, Barcelona, Kairós, 1998.

[18] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, Madrid, Alianza-Fundación Zubiri, 1998, p. 32. Para una síntesis de su trayectoria intelectual, “Xavier Zubiri: de la inteligencia sentiente al ser de la realidad”, en Sebastián Gámez Millán, Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos, Madrid, Ilusbooks, 2016, pp. 154-156.

[19] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, Madrid, Alianza-Fundación Zubiri, 1998, p. 32.

[20] Unamuno, Miguel, Antología poética, prólogo y selección de Andrés Trapiello, Madrid, Akal, 1987, pp. 37 y 38.

[21] https://webs.ucm.es/info/especulo/numero25/o_paz.html

[22] Paz, O., Libertad bajo palabra (1935-1957), Madrid, Cátedra, 1998, pp. 163-165.

[23] Véase, por ejemplo, Band of angels, de Pere Gimferrer, que guarda con este poema de Octavio Paz un innegable aire de familia, solo que mientras que en el de Paz el yo poético le pide a la poesía como amada que al conocerla se conozca a sí mismo, en el de Gimferrer lo que está en juego no es el conocimiento de sí, sino su salvación, persistir en su ser. Por lo demás no sabemos hasta qué punto el de Gimferrer es una respuesta al de Paz, eso que el crítico Harold Bloom denominó “ansiedad de la influencia”, en H. Bloom, The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry, New York, Oxford University Press, 1973.

[24] Pffeifer, J., La poesía. Hacia la comprensión de lo poético, trad. Margit Frenk Alatorre, México D. F., F. C. E., 2000, p. 24.

[25] Eliot, T. S., “Goethe como sabio”, reunido en T. S. Eliot, Sobre poesía y poetas, trad. Marcelo Cohen, Barcelona, Icaria, 1992, p. 253.

[26] Paz, O., El arco y la lira, México, F.C. E., 2008, p. 41.

[27] Paz, O., El arco y la lira, México, F.C. E., 2008, p. 34.

[28] Bataille, G. El erotismo, trad. Antoni Vicens y Marie Paule Sarazin, Barcelona, Tusquets, 1997, p. 280.

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