PEROS Y PERAS EN OCTAVIO PAZ. (Política y arte en Tiempos Nublados)

Joaquín Lalanne. Tarde metafísica. Óleo s/tela. 2016. 97×130. Colección Museos Ralli. www.museoralli.es

POETA COSMOPOLITA Y PROSISTA CRÍTICO

Tiempo Nublado (TN), la colección de ensayos de Octavio Paz (1914-1998) nació entre la invasión soviética de Afganistán (1979) y la caída del muro de Berlín una década después, espacio en que ocurrió lo imprevisible: la empatía de los líderes de ambas potencias en Reikiavik, entre Reagan y Gorbachov. La colección ensayística de Octavio Paz es un clásico del análisis político y cosmopolita de aquella Segunda Guerra Fría, una magnífica colección de reflexiones en los que Paz muestra su condena de aquellas oligarquías burocráticas que usurpan el nombre de “socialismo” mientras confiscan las libertades de sus poblaciones. No obstante, también arremete el poeta mexicano contra el decadente y nihilista hedonismo de las “sociedades del bienestar” occidentales.

Con su impecable estilo y su persuasiva y contundente prosa, por momentos poética, el Premio Nobel (1990) nos regala una síntesis de la situación internacional y de los más graves problemas a que se enfrentan naciones y Estados, en inteligente y muy rigurosa visión histórica, hasta 1983, fecha en que salieron a la luz estos magistrales artículos que habían sido publicados antes en distintos medios periódicos, pero que Paz revisó y corrigió para su edición en libro.

Fernando Savater cuenta que el México que él conoció en 1979 era un pueblo del Oeste al cual iban llegando los jóvenes pistoleros a probar su puntería contra Octavio Paz, el viejo pistolero que invariable los desarmaba y hería, o algo peor. Prueba de que nuestro poeta nadaba contra corriente justo en el momento que se consagraba como uno de los escritores más importantes e influyentes del siglo XX en verso y prosa, reconocido por todos los grandes que cantaban o narraban en español. Sin duda su condición de curioso viajero en el servicio diplomático mejicano (París, Japón, India, Suiza…) facilitó esta perspectiva de altura, esta visión aquilina. Paz está convencido del vínculo esencial entre desarrollo moderno y democracia, cuyo ideal puede definirse sucintamente así: un pueblo fuerte y un gobierno débil.

Si bien las contradicciones y miserias del “socialismo” totalitario, ora dependiente de Rusia y petrificado como el castrista cubano, ora imperial y avasallador como el soviético, son más profundas e inconciliables que las de las democracias capitalistas, Octavio no se hace ilusiones sobre el paraíso liberal, y también denuncia la errática política exterior usamericana y la enfermedad del Occidente “desarrollado”, una dolencia más moral que económica o política…

 “El hedonismo de Occidente es la otra cara de su desesperación; su escepticismo no es una sabiduría sino una renuncia; su nihilismo desemboca en el suicidio y en formas inferiores de la credulidad, como los fanatismos políticos y las quimeras de la magia. El lugar vacante que ha dejado el cristianismo en las almas modernas no lo ocupa la filosofía sino las supersticiones más groseras” (TN, II, 1). Del nihilismo que gangrena la vida moral, es decir, las costumbres de nuestras democracias occidentales, dice Paz que es de signo opuesto al de Nietzsche:

 “no estamos ante una negación crítica de los valores establecidos sino ante su disolución en una indiferencia pasiva. Más que de nihilismo habría que hablar de hedonismo. El temple del nihilista es trágico; el del hedonista, resignado” (TN, I, 1.)

Poco tiene que ver este hedonismo grosero con los refinamientos amigables del Jardín de Epicuro: “no es una sabiduría sino una dimisión”: glotonería, consumismo, cobardía ante el sufrimiento y la muerte, anestesia cotidiana, “disminución de la tensión vital”, esterilidad. Se trata de un hedonismo para lobos, eunucos y espectros, o para cuerpos que se interpretan a sí mismos como mecanismos (o “maquinones”), lo que conduce a una “mecanización del placer”. Por otra parte, el culto a la imagen, al look, provoca una suerte de voyerismo generalizado que convierte a los cuerpos en sombras, bajo un materialismo que no es carnal sino abstracto o cosmético…

“Nuestra pornografía es visual y mental, exacerba la soledad y colinda, en uno de sus extremos, con la masturbación y, en el otro, con el sadomasoquismo. Lucubraciones a un tiempo sangrientas y fantasmales” (TN, I, 1.).

Estados Unidos, Europa y Japón han creado las sociedades más ricas y prósperas de la historia con el gran logro de su tolerancia, pero a estas ganancias materiales y políticas no ha correspondido una sabiduría más alta ni una cultura más profunda… Chabacanería, frivolidad, degradación del erotismo y libertad convertida en alcahueta de medios masivos de comunicación.

LA DÉCADA CANALLA

Octavio Paz lamenta la hipocresía y ceguera de los intelectuales europeos y americanos, porque cerraron los ojos ante los crímenes y genocidios perpetrados por Stalin en “la década canalla”, la de los años treinta, hasta que el testimonio de los disidentes sobre el Gulag les obligó a abrir los ojos a regañadientes y a ver el gran fraude opresor en que se había convertido la supuesta “dictadura del proletariado”. El mismo Marx se hubiera escandalizado de los crímenes que se han cometido en su nombre y en el nombre del materialismo histórico o dialéctico. También el Cristo, claro, de los que se cometieron en el suyo y bajo el barniz de la caridad cristiana o de la evangelización mesiánica.

Si Paz tiene ponderadas palabras para referir a la teoría de la justicia de John Rawls, reprocha al usamericano que no examine las relaciones entre moral e historia. Y celebra el punto de vista de Simone Weil por enseñarnos que la moral no puede disociarse de la historia y que se funda en la libertad de conciencia. “La herida de Occidente ha sido la separación entre moral e historia”. Del otro lado, la “lepra moderna” ha sido la confiscación, sobre todo en los países comunistas, de la moral y las buenas costumbres en nombre de una pseudo-necesidad histórica. La Unión Soviética supo combinar el imperialismo zarista con el mesianismo marxista-leninista. No sólo no redimió al proletariado, sino que prohibió el derecho de huelga en los países y naciones que sojuzgó militar y burocráticamente, creando una oligarquía y una nueva aristocracia opresora: la nomenclatura rojiparda.

Hitler y Stalin, que pactaron nueve días antes del arranque de la Segunda Guerra Mundial cómo iban a repartirse Europa (Pacto Ribbentrop-Mólotov, 23 de agosto de 1939), han sido los grandes genocidas, exterminadores y azotes del siglo XX (en Oriente ha habido otros). Sus métodos fueron los característicos de todas las dictaduras: purgas, represión y desviaciones hacia el exterior de los conflictos internos mediante el señalamiento de un enemigo “diabólico” más imaginario que real: el otro, al que hay que convertir o exterminar. Es la propia actitud del chiismo islámico en el que política, religión y guerra santa son una y la misma cosa.

Paz recuerda la influencia árabe en la monarquía hispana, en la que también se fundían religión y política y alude al neotomismo que sustentó el imperio español como actitud, y señala que ambas corrientes siguen alentando y presentes en la neoescolástica liberal, positivista o marxista de los intelectuales hispanoamericanos. Si antes juraban por Tomás de Aquino, ahora lo hacen por Marx o por el Che Guevara. Sin embargo, Fidel Castro representa una anomalía por su rechazo al orden republicano. Todos los demás dictadores se acreditaron como eventuales, como provisionales, prometiendo elecciones libres que luego se retrasaban o se defraudaban. En cualquier caso, son elites revolucionarias o reaccionarias las que excluyen a las masas por la fuerza de las armas mientras dicen obrar en nombre de aquellas [como estamos viendo hoy en Venezuela con el ignaro tirano Maduro].

VELOS IDEOLÓGICOS

Por otra parte, Paz explica cómo la crítica racionalista europea barrió el cielo ideológico y lo limpió de mitos y creencias y de qué manera la nueva ideología del progreso, que es también una fe, desplazó los valores intemporales del cristianismo y los trasplantó al tiempo terrestre y lineal de la historia. Con el historicismo, la eternidad pasó a ser el futuro prometido al evolucionismo liberal (o el futuro pasó a ser la eternidad del fin de la historia que señalará luego Francis Fukuyama).

Tienen las ideas muchas veces eficacia de máscaras, sobre todo cuando nos afectan sentimentalmente, es decir cuando se nos pegan al rostro porque se nos enquistan como creencias, así se convierten y cristalizan las ideas en ideologías, en redes o velos que interceptan y no nos permiten ver la realidad, engañan a los otros al mismo tiempo que nos engañan a nosotros mismos. “Lo más odioso es dejarse engañar por uno mismo”, dijo Sócrates en el Crátilo platónico (528c-d). Por desgracia, es defecto de muchos intelectuales “orgánicos” (como les llamó Antonio Gramsci) que prefieren los sistemas intelectuales: liberalismo, positivismo o marxismo (incluso el evangelio maoísta o el bizantinismo material-estructuralista de Althusser) a la críticaracional y razonable de los sistemas e incluso al sentido común (que es el más democrático de los sentidos y a veces, en tiempos obscuros, el más escaso). En El ogro filantrópico (1979) Paz dedica el cuarto capítulo a Vargas Llosa, que en la década siguiente se convertiría en un valeroso liberal y en la figura latinoamericana más próxima a Paz. En ese libro Paz confiesa apreciar a los escritores que prefieren los hombres de carne y hueso a las abstracciones y las ortodoxias, porque a aquellos “los definen, doblemente, la conciencia y el corazón”. O sea, que practican el lema unamuniano de pensar el sentimiento y sentir el pensamiento.

Por desgracia, el absolutismo ha vuelto disfrazado de ciencia, historia y dialéctica. El cacique, el mandamás no justifica ahora su tiranía por la gracia de Dios, sino en nombre del partido, del proletariado, de las leyes del desarrollo histórico o del progresismo económico. El jefe es la historia universal personificada, cabalga la cresta de la ola como el Napoleón de Hegel su victorioso caballo, supera contradicciones aunque para ello tenga que cortar cabezas y provocar hambrunas. Se impone, como durante la “revolución cultural” de Mao, el culto idolátrico a la personalidad del líder, del caudillo convertido en ídolo del pueblo al que, por ejemplo, regala –como ha hecho el simpar Nicolás Maduro– una Navidad anticipada.

Las fatídicas leyes del desarrollo histórico son el absoluto del comunismo, su fin es la liberación de la humanidad, su protagonista la clase obrera, o mejor, la vanguardia de la clase obrera, es decir, los jefes del Partido, que suelen ser de procedencia burguesa, incluso aristocrática. No sólo el populismo demagógico engendra al ogro filantrópico, también “el cientismo es la máscara del nuevo absolutismo”. El fanatismo del revolucionario tiene su antecedente en la del cruzado, soldado-monje, extraña y sobre-natural cópula de convento y cuartel. La Revolución, fin de fines por el que pueden cometerse los peores crímenes, objetivo siempre futurizo que justifica los medios, es la versión laica de la guerra santa, la puerta del paraíso pagano de los justos.

El análisis de Paz es psicológicamente fino, encuentra su base en una antropología realista. El nuevo absoluto, nacionalista, libertario o comunista, conquista conciencias porque satisface nuestra atávica sed de totalidad. Absoluto y totalidad son cara y cruz de la misma realidad psíquica…

“Buscamos la totalidad porque es la reconciliación de nuestro ser aislado, huérfano y errante, con el todo, el fin del exilio que comienza al nacer. Esta es una de las raíces de la religión y del amor, también del sueño de fraternidad e igualdad” (TN, II, 2.).

Dos son las notas o estados extremos de nuestras posibilidades vitales: soledad y comunión, enraizados o desarraigados, nuestro deseo, nuestro sentimiento fundamental es el de formar parte de un todo. En nuestro tiempo, y acentuándose en las sociedades del bienestar a finales del XX y principios del XXI, la nota predominante es la soledad, la desestructuración de las familias y la esterilidad reproductiva no hace sino contribuir a ello.

“… y para compensar esa sensación de orfandad y mutilación acudimos a toda clase de sucedáneos: religiones políticas, embrutecedoras diversiones colectivas, promiscuidad sexual, guerra total, suicidio en masa, etc. El carácter impersonal y destructivo de nuestra civilización se acentúa a medida que el sentimiento de soledad crece en las almas. ‘Cuando mueren los dioses’, decía Novalis, ‘nacen los fantasmas’. Nuestros fantasmas han encarnado en divinidades abstractas y feroces: instituciones policíacas, partidos políticos, jefes sin rostro”. (“Arte mágico” en Las peras del olmo, 1952).

También Gramsci anunció que las épocas muy críticas son proclives al nacimiento de monstruos. No basta con el diagnóstico, hay que poner remedio. Paz piensa que debemos recuperar la antigua y aún viviente concepción del universo como un orden amoroso de correspondencias y no como una ciega cadena de causas y efectos, restableciendo nuestro contacto con el todo y tornar erótica, eléctrica, nuestra relación con el mundo. “Tocar con el pensamiento y pensar con el cuerpo. Abrir las compuertas, recobrar la unidad”.

LIBERTAD, AMOR Y POESÍA

Tiempo nublado es –como dice Elena Poniatowska– una crónica de la libertad; una defensa inteligente de la democracia. El libro, escrito por un poeta a la altura de su tiempo y muy bien informado, abarca ensayos sobre la cultura de México y de los Estados Unidos y un análisis del terrorismo cuyo cotejo resulta plenamente actual. Poniatowska dice en su prólogo (Seix Barral, 2001) que el trabajo de Paz admite parangón con los textos de grandes historiadores como Leszek Kolakowski. Elena tiene razón, también cuando le atribuye a su compatriota prospectivas tan atrevidas como proféticas.

Paz estuvo en los años treinta con quienes apoyaban y promovían como Bergamín el modelo soviético. Empezó a desconfiar de las consecuciones del leninismo cuando Gide se atrevió a desvelar en 1936 el fiasco estalinista, lo que le costó al escritor francés la condena a ostracismo por parte de los intelectuales izquierdistas. Sobre sus afinidades, posicionamientos políticos, sus dudas…, y sobre su conversión matizada al liberalismo es harto recomendable la detallada biografía del Premio Nobel compuesta por Christopher Domínguez Michael: Octavio Paz en su siglo (2019), que es también un excelente documento de crítica literaria y un careo admirable con la historia reciente de la literatura hispanoamericana repleto de anécdotas sabrosas. La obra de Christopher Domínguez contiene relevante información sobre los intelectuales peninsulares en el exilio mejicano y su relación con los mejicanos.

Tiempo Nublado muestra el desengaño de Paz con el izquierdismo político, pero ello no significa ninguna profesión de fe conservadora o derechista, sino un estímulo para la reflexión reposada y el análisis crítico matizado. Un análisis que pone de manifiesto cómo los partidos comunistas se organizan tal que órdenes militares y religiosas, aun ateológicas (de un ateísmo intolerante y dogmático) y acaban constituyendo nuevas y opresoras oligarquías que fastidian sobre todo al mismo pueblo al que decían querer librar de la explotación.

La huida histórica de cien mil cubanos del despotismo de Castro es una prueba contundente de lo que decimos, pues los “balseros” no eran precisamente burgueses, sino pueblo llano; igual que el famoso informe de Kruschev o el testimonio de los disidentes sobre los campos de exterminio siberianos, confirmaciones y testimonios empíricos de que Paz estaba en lo cierto respecto a las atrocidades del estalinismo, las mismas que, intelectuales de la talla de Sartre (o activistas legendarias como La Pasionaria), se negaban a admitir.

En el otro polo, “a los Estados Unidos no les ha faltado poder sino sabiduría”. En el caso de Cuba la torpe actitud del poderoso vecino precipitó que la dictadura de Castro se hiciera cabeza de puente soviética en América y África, avanzadilla del imperialismo ruso. Fidel y sus adláteres no mejoraron con ello la suerte de los cubanos sino todo lo contrario. Paz escandalizó al proclamar en la feria de Fráncfort de 1984 que los Estados Unidos no inventaron ni la fragmentación ni las oligarquías, tampoco crearon a propósito a los dictadores bufos y sanguinarios que tanto han perjudicado el destino de los países iberoamericanos, aunque se aprovechasen de la situación, fortificasen las tiranías autóctonas y contribuyesen decisivamente a la corrupción de la vida política centroamericana.

Profetizó lo que pasaría con el sandinismo en Nicaragua mientras apostaba por una vía a la democracia, equidistante de los extremismos. Por proclamar o recordar “las verdades del barquero”, Paz fue quemado en efigie en las calles de México capital por el izquierdismo prosandinista al grito de “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”. La política no es para Paz ni una religión ni una filosofía (tampoco una ciencia; como la educación, tiene más de arte) y el fanatismo y el utopismo políticos fallan, frustran y destruyen cuando pretenden salvar o redimir al humano (cfr. Entrevista de Soler Serrano, 1977).

La palabra “decadencia” se puede aplicar también a Usamérica en un sentido moral y político. Sus acciones internacionales como el apoyo prestado a dictaduras insufribles parecen contradecir sus virtudes internas, entre estas la capacidad de autocrítica, ausente en las dictaduras socialistas. Castoriadis ha redefinido la venerable virtud aristotélica de la prudencia como facultad de orientarse en la historia, facultad que se echa de menos sobre todo en la política exterior de EEUU.

Contra el indigenismo miope, maniqueo, ignorante y demagógico que hoy se estila, son muy ecuánimes las referencias de Paz a la conquista española, la colonización ibérica, el mestizaje, el virreinato, la fusión cultural, la independencia y la Revolución mexicana, movimiento en el que su padre tomó parte. Como perspicaz analista de la escena internacional, Paz opina con buenas razones y muy bien informado sobre India, Paquistán, China, sobre Israel y los palestinos (sostiene la urgencia de dos Estados) o sobre la equívoca expresión “tercer mundo”. Los remordimientos de Occidente se llaman “antropología” –dice-, ironizando sobre el relativismo y citando a Lévi-Strauss. Por desgracia, lo cierto es que muchos países están peor bajo el despotismo de dictadores nativos de lo que estuvieron bajo el colonialismo europeo.

Paz compara el carácter del estadounidense y la génesis de su nación con el carácter del mexicano y la historia de México. Halla la especificidad del ciudadano usamericano en la defensa a ultranza de la vida privada. Por lo mismo, le reprocha su indiferencia, la de la mayoría, ante la vida pública, así como su ignorancia y desinterés por el resto del mundo. No obstante, con todos sus defectos y errores, los Estados Unidos encarnan la modernidad y la democracia construida de abajo arriba como imperio de la ley.

Tiempo nublado marca el momento en que Paz se decide por la sociedad abierta no sólo como presente, sino también como futuro; Popper, en lugar de Hegel-Marx. A fin de cuentas, Usamérica padece los vicios de la libertad, no los de la tiranía. La urgencia de los antiguos países del Este por integrarse en el Occidente capitalista es muestra suficiente de cuál era y es el lado menos malo. La democracia no es un absoluto, esa es su ventaja; la división de poderes, la regulación de sus conflictos, el estado de derecho, su capacidad dinámica y reformadora. Para la democracia la crisis es una segunda naturaleza. La democracia es, simplemente, un método de vida civilizada.

SOCIEDAD, LITERATURA Y SURREALISMO

En “América latina y la democracia”, uno de los ensayos de Tiempo nublado, Paz expresa una interesante reflexión sobre las relaciones entre sociedad y literatura. Frente a quienes ven en el arte un mero espejo ideológico determinado por las relaciones de producción:

“La relación entre sociedad y literatura no es la de causa y efecto. El vínculo entre una y otra es, a un tiempo, necesario, contradictorio e imprevisible. La literatura expresa a la sociedad; al expresarla, la cambia, la contradice o la niega. Al retratarla, la inventa; al inventarla, la revela” (TN, II, 2.).

En su estimada y estimable poética (El arco y la lira, 1956), Paz afirma que la poesía tiene historia, no así el poema, porque este, único, autosuficiente e irrepetible, “sin dejar de ser palabra e historia, trasciende la historia”. En Las peras del olmo (primera edición, 1957), afirma que “el artista trasmuta su fatalidad (personal o histórica) en un acto libre”. Es lo que llamamos creación, y “toda creación transforma las circunstancias personales o sociales en obras insólitas. El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles”.

Son muy interesantes las observaciones y reflexiones de Paz sobre el Surrealismo, vanguardia a la que Paz se mostró favorable y con la que estuvo vinculado. Explica el maestro mejicano cómo la casa construida por la civilización occidental se nos ha vuelto (en el tiempo de las grandes guerras de las que fue testigo) prisión, laberinto sangriento, matadero colectivo. “No es extraño, por tanto, que pongamos en entredicho la realidad y que busquemos una salida. El surrealismo no pretende otra cosa”, porque pone en entredicho lo que hasta ahora se ha considerado inmutable y ensaya una desesperada tentativa por encontrar la vía de salida. “No, ciertamente, en busca de la salvación, sino de la verdadera vida”. Al mundo robotizado de la sociedad contemporánea, “el surrealismo opone los fantasmas del deseo, dispuestos siempre a encarnar en un rostro de mujer”.

El surrealismo aspira a la resurrección de “lo maravilloso cotidiano”, a la reconquista de los poderes infantiles; observa la misteriosa fuerza que hace de la gota de rocío un diamante y del diamante el zapato de Cenicienta, por eso reivindica el poder de la imaginación. Octavio recordará las palabras de Baudelaire, su vislumbre de la “analogía cósmica”: “La imaginación es la más científica de nuestras facultades porque sólo ella es capaz de comprender la analogía universal, aquello que una religión mística llamaría la correspondencia… La naturaleza es un Verbo, una alegoría, un modelo…”.  Eugenio d’Ors dirá que la naturaleza no es una máquina, sino una sintaxis.

Niega Octavio que el surrealismo sea una escuela o una poética; no es tampoco ni una religión ni un partido político, sino más bien una actitud del espíritu humano, “acaso la más antigua y constante, la más poderosa y secreta”. Cita a André Breton y su luciferino ángel de la rebelión, cuya luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para formar una estrella única. Reconoce la relación originaria del surrealismo con el gran sacudimiento del Dadá y expone así su voluntad de hacer tabla rasa con los valores de la civilización racionalista y cristiana. Para el surrealismo, la actividad poética vuelve a ser una operación mágica.

La idea de utilidad ha degradado modernamente la noción del bien, nada escapa a la idea del mundo como un vasto utensilio. Para el utilitarismo dominador todos nos volvemos también instrumentos, incluso quienes mandan son herramientas que se mueven maquinalmente. “El mundo se ha convertido en una gigantesca máquina que gira en el vacío, alimentándose sin cesar de su detritus”. El surrealismo rehúsa ver el mundo como un conjunto de cosas provechosas o nocivas, unas henchidas de ser divino y otras roídas por la nada; de ahí su anticristianismo, y se niega a ver la realidad como algo explotable para obtener beneficios, de ahí su anticapitalismo. Las ideas de moral y utilidad le son extranjeras. Tampoco considera el mundo a la manera del hombre de ciencia puro como un objeto o conjunto de objetos desnudos de todo valor, desprendidos del espectador. “Nunca es posible ver el objeto en sí; siempre está iluminado por el ojo que lo mira, siempre está moldeado por la mano que lo acaricia, lo oprime o lo empuña”.

Las imágenes del sueño –o del ensueño– proporcionan arquetipos para esta subversión de la realidad, también sucede con otros estados análogos o próximos a la locura, pensemos en la “paranoia crítica” de Dalí. Se trata de propiciar la aparición de lo insólito, desplazando el objeto ordinario de su mundo habitual, “el encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”. Ninguna arma más poderosa que la del humor cuando al absurdo del mundo la conciencia responde con otro y el humor establece así una suerte de empate entre sujeto y objeto.

Todos estos métodos no son puramente estéticos, sino que aspiran a ser subversivos: abolir la realidad que una civilización vacilante nos ha impuesto como la única y sola verdadera. El mundo ya no se presenta como un horizonte de utensilios, sino como un campo magnético en el que todo está vivo, todo habla o hace signos, reclamos misteriosos, encuentros significativos, premoniciones…

Y así, la yedra lujuriosa que asalta el muro puede ser la cabellera verde y dorada de Melusina. Espacio y tiempo, como para los primitivos, vuelven a ser realidades vivientes y no simples extensiones mensurables. El YO mismo juega a dispersarse, a ser otro, pues se acepta como ilusión, igual que hace el budismo, como mera congregación de sensaciones, pensamientos y deseos (recordemos aquí el escenario teatral de Hume, el yo como hijo de la memoria y la imaginación, como mero haz de ideas).

METAMORFOSIS

El interés moderno por el arte mágico –explica Paz– no expresa una nueva curiosidad estética, sino que tiene raíces bastante más hondas: sabemos que nuestro ser es siempre sed de ser “otro” y que sólo seremos nosotros mismos si somos capaces de ser otros, buscamos en las obras de arte ese poder de metamorfosis que constituye la esencia del arte mágico. La experiencia directa del arte nos fascina así con un sentimiento de comparecer ante “lo otro”, ante algo ajeno a nosotros, que nos atrae y repele…, vértigo, extrañeza, reconocimiento, incluso horror y, simultáneamente, deseo de penetrar en aquello que de tal modo ataca y disgrega nuestra certidumbre de ser conciencia personal y autónoma. Los movimientos contrarios se reconcilian en el deseo de dar un “salto mortal” y alcanzar “la otra orilla”. Esta compleja gama de sensaciones evoca la ancestral imagen de la metamorfosis.

La escritura automática aspira así a sacar del fondo otros perfiles que el yo reprime u oculta. Pero –como Vicente Aleixandre– también Paz desconfía de la escritura automática, por irrealizable, al menos de forma absoluta; más que un método, el mejicano la considera una meta, como un ideal e inasequible estado de inocencia. El surrealismo revaloriza la ocurrencia, la dichosa o nefasta casualidad, que vuelve irrisoria la previsión del sentido común, para Breton el azar objetivo (el concepto procede de Hegel) es el punto de intersección entre el deseo –o sea, la libertad humana– y la necesidad exterior.

El surrealismo se entrega a ejercicios espirituales próximos a los del místico o del Zen, buscando un estado paradójico de pasividad activa, en el que el “yo pienso” es sustituido por un enigmático “se piensa”. Se trata de romper con la ficticia personalidad que el mundo nos impone o que hemos creado para defendernos del exterior. El surrealista renuncia a la identidad personal, e intenta con ello resolver la vieja oposición entre el yo y el mundo, el interior y el exterior. El amor es la ardiente encarnación del azar objetivo, la paradójica elección de la necesidad. En L’amour fou, Breton define el amor como “delirio de la presencia absoluta en el seno de la naturaleza reconciliada”, amor libre y liberador, siempre exclusivo que impide toda caída en la infidelidad. Para el francés, es un doble error, social y moral, pensar que el acto sexual supone una caída del potencial amoroso, por eso aboga por reconquistar la inocencia de la sexualidad, lo mismo que su contemporáneo D. H. Lawrence.

Desencantado el mundo por el racionalismo utilitarista moderno, en ruina el mundo sagrado medieval, la poesía se convierte ahora en un nuevo sagrado (es la religión de Aleixandre, tan influido por el surrealismo, al que el poeta andaluz llamó “superrealismo”). La poesía se concibe ahora como una sacralidad ajena a toda iglesia y fideísmo. Novalis ya había dicho “la poesía es la religión natural del hombre” y Blake afirmó que sus libros constituían las “sagradas escrituras” de la nueva Jerusalén.

Fiel a esta tradición, el surrealismo buscó un nuevo sagrado extrarreligioso, fundado en el triple eje que hemos señalado: libertad, amor y poesía. A diferencia de sus predecesores, los poetas surrealistas afirmarán la realidad experimental de la inspiración (procedente de la doctrina platónica del entusiasmo como manía divina), sin postular su dependencia de un poder exterior (la Musa, Dios, Historia, Economía, Libido, etc.). La inspiración es algo que se da en el humán, que se confunde con su ser mismo y le permite ir más allá de sí mismo, según explica Breton en el Primer manifiesto. Gracias al surrealismo, la inspiración deja por tanto de ser un misterio sobrenatural.

Si en un principio el surrealismo se apegó al izquierdismo socialista, pronto descubrió que toda síntesis con un dogmatismo político resultaba imposible, sobre todo después de la constatación del carácter cada vez más autoritario y antidemocrático del comunismo estalinista, la estrechez de sus doctrinas estéticas y la consiguiente represión de los artistas en los Procesos de Moscú que hicieron irreparable la ruptura. De todos modos, el surrealismo coincidió unos años más con las tesis del marxismo representadas por León Trotsky. Paz recuerda que en 1938 Breton lo visitó en México, donde será asesinado, y redacta con el viejo revolucionario un manifiesto: Por un arte revolucionario independiente, que apareció con las firmas de Breton y Diego Rivera. La imposibilidad de participar directamente en la lucha social es según Paz una herida del surrealismo. Breton volvió sobre el tema con amargura:

“La historia dirá si esos que reivindican hoy el monopolio de la transformación social del mundo trabajan por la liberación del hombre o lo entregan a una esclavitud peor. El surrealismo, como movimiento definido y organizado en vista de una voluntad de emancipación más amplia, no pudo encontrar un punto de inserción en su sistema…”.

Cuando la tentativa revolucionaria fracasó y las religiones políticas que la inspiraron, nacidas al socaire de la muerte de Dios (anticipada por Spinoza y certificada por Nietzsche), impusieron feroces idolatrías materialistas e inventaron nuevas formas de opresión, el surrealismo, como el gnosticismo de los primeros siglos del cristianismo, como el iluminismo renacentista o romántico, seguirá siendo una invitación y un signo:

“una invitación a la aventura interior, al redescubrimiento de nosotros mismos; y un signo de inteligencia, el mismo que a través de los siglos nos hacen los grandes mitos y los grandes poetas. Ese signo es un relámpago: bajo su luz convulsa entrevemos algo del misterio de nuestra condición (México 1954)”.

Tiene razón Octavio, artista universal, porque toda obra de arte guarda en sí un indudable poder de encarnación y revelación cuando nos brinda una posibilidad de metamorfosis, abierta a los otros, abierta a todos y, tal vez, también ligada a ese absoluto que Hegel llamó espíritu, cuando este sopla donde quiere y la idea se hace libre.

JBL, Cerros de Úbeda,

noviembre 2024

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