La obra poética de Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898 – Madrid, 1984) tiene un carácter peculiar en el conjunto de su generación e, incluso, en la litertura española del siglo XX. Hay una evolución enriquecedora y constante desde Ámbito (1928) hasta Diálogos de la consumación (1974). Se ha hablado del poeta cósmico, neorromántico, social, realista, exsitencial. En el plano estilístico hay también un cambio, desde el versículo de amplio aliento y las imágenes complejas y brillantes a un estilo más ceñido, gnómico, esencial de sus últimos libros.
Sin embargo, su producción en conjunto da un perfil unitario y coherente. Ese perfil es el de una obra que posee luces destellantes y sombras profundas; que se abisma en honduras abisales y en alturas vertiginosas, donde pocos poetas se han aventurado. La obra de Aleixandre no produce un destello estético momentáneo y genial, como García Lorca, ni la sensación de encontrar una verdad personal y entrañable, como Antonio Machado, ni la brillantez de una música nunca oída, como Rubén Darío. El texto de Aleixandre pone al lector ante un hallazgo estético y gnoseológico impactante, pero da la sensación un poco inquietante de que en él dejamos vetas inexploradas, de que la profundidad del texto no se ha agotado con la lectura[1]. Voy a intentar arrojar un poco de luz sobre un tema aleixandrino que me parece axial en su obra y que, por supuesto, es una primera aproximación.
2. Planteo dos cuestiones que desarrollan un mismo tema. La primera trata de la relación del poeta con los hombres. ¿Qué lugar ocupa aquél entre éstos? La crítica habla del “hombre comunitario“[2]. Los hombres forman un conjunto solidario, de forma que establencen entre ellos vínculos de solidaridad y unión. El hombre alcanza
inserto en este conjunto y, en este ámbito, encuentra su sentido y la razón de ser de su creación.
En su conocido poema En la plaza, del libro Historia del corazón, desarrolla esta idea que está presente en otros lugares de su obra. El poeta está volcado a sí mismo en la soledad de su mundo interior, en la intropección que le devuelve su propia imagen, creando así un círculo vicioso que no conduce a lado alguno, como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. La salida a este laberinto son los demás. Baja a la plaza y se confunde con los hombres. Como parte viva de este todo, encuentra su lugar: fluir y perderse / encontrándose en el moviemiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Aleixandre usa aquí magistralmente la imagen del mar (Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua / introduce primero sus pies en la espuma…). El acto de zambullirse en el agua es imagen de unirse, de confundirse con los demás. En este conjunto el poeta no se diluye, no desaparece, sino que afirma su identidad: Entra en el hervor, en la plaza. / Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
3. Este “hombre colectivo” aleixandrino no es una idea nueva. En la cultura occidental ha tomado distintos matices y orientaciones. En la tradición cristiana se habla de la “Comunión de los santos“. Los hombres forman un cuerpo común en la medida en que son miembros del “Cuerpo de Cristo” (San Pablo en 1 Cor. 12; se trata de un texo muy citado). La cosmovisión cristiana lleva más lejos esta idea, incluyendo en este cuerpo a los vivos y difuntos. El concepto critiano de communio trasciende la mera unión o el acuerdo; se trata de un vículo religado en una realidad previa y superior a los elementos relacionados.
4. Hay otro sentido que, en parte, es fruto de la secularización del anterior. Me refiero a la idea de Fraternidad. Tiene un antecedente en el cosmopolitismo estoico y el pensamiento renacentista de la “Dignidad del hombre” (Pico della Mirandola) y cristaliza y culmina en el pensamiento ilustrado. Para el ilustrado, junto a la Libertad y la Igualdad, aparece un tercer elemento que añade un nuevo matiz, la Fraternidad. Además de libres e iguales, hay un vínculo que nos une más estrechamente, como hermanos. Pero, ¿cuál es el fundamento de esta fraternidad? Para el cristianismo está claro: somos hermanos poque tenemos un Padre común. La fratenidad tiene aquí un sentido de procedencia. Para el ilustrado, que ha secularizado esta idea, el vínculo no puede ser sino inmanente. Los hombres son iguales y se deben una mutua consideración por sí mismos. Esto les lleva a ser sujetos de unos derechos que son el fruto de un consenso social, o sea, obra de los mismos hombres. El ser humano se convierte en ciudadano. El sentido de esta idea es político, así como el de la anterior es trascendente.
5. Volvamos al “hombre colectivo” aleixandrino. Por lo pronto, no tiene un carácter trascendente. Esta dimensión, al contrario que en otros compañeros de generación, está ausente de su obra ( en el poema El poeta habla por todos el hombre encuentra en los demás su plenitud, un cielo, pero un cielo de poderío, completamente existente). En otro poema, Para quién escribo, perteneciente a En un vasto dominio, el poeta declara que su palabra es para ti, hombre sin deificación…
La vinculación que une a los hombres y le da a su conjunto un carácter orgánico tiene en Aleixandre un sentido antropológico. Lo humano no se expresa sólo en la individualidad; ésta no es suficiente. Lo hace en su totalidad. Se concreta en cada individualidad, pero el conjunto tiene una entidad ontológica, no es una agregación de distintos elementos. Se podría llamar a esta concepción “Panteísmo antropológico”.
6. Panteísmo, totalidad que también abarca a la naturaleza. El hombre se hace solidario con el mundo; el material, no sólo el personal. Un ejemplo de esta idea es el poema Materia humana (En un vasto dominio), donde se muestra a un hombre cuyos movimientos se reflejan en el mundo (si tú mueves esa mano, la ciudad lo registra un instante y vibra en las aguas) y que termina confundiéndose con él: Ah, qué inmenso cuerpo posees. / Toda esta materia que viene del fondo del existir, / que en un momento se detiene en ti y sigue tras de ti, propagándote y heredándote…
7. Abordamos una segunda cuestión que tiene una estrecha relación con la primera. ¿Para qué, para quién escribe el poeta? En el poema citado Para quién escribo se responde a estas cuestiones con la riqueza conceptual y expresiva propias de Aleixandre. Acaso escribo para los que no me leen (…) para todos lo que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan. Escribe para todos, no sólo para sus lectores. El Hombre colectivo es el destinatario de su palabra. El hombre colectivo que es, al mismo tiempo, uno a uno, el hombre individual.
Cita el poeta a seres humildes y vulgares que son sus destinatarios, pero también a los seres malignos (pero escribo también para el asesino), dejando claro que la suya no es una pretensión meramente moralista. Rechaza, sí, al señor de la estirada chaqueta y a su ocultada señora [ocultada en su carruaje]. Es decir, rechaza las convenciones sociales, los rígidos estereotipos que restan espontaneidad a lo humano. Me parece que esta tendencia, como ya he apuntado, tiene un sentido más ético que ideológico, aunque ambos espacios sean difíciles de deslindar. Se ha destacado que en sus obras posteriores a la guerra civil, Historia del corazón y En un vasto dominio, se acerca a la poesía social de esta época.
Evidentemente el término “social” tiene una amplitud tal, que admite múltiples matices y perspectivas. En la obra de Aleixandre creo que no responde a una ideología partidista (de parte, no de partido) o a una pretensión de poner la literatura al servicio de una idea trasnformadora, de un proceso de liberación (un arma cargada de futuro), sino a un sustrato ético y humanista que es una constante de su obra. ¿Qué duda cabe que su obra tiene una dimensión social, como ocurre en tantos poetas contemporáneos? Pero no es propiamente “poesía social“ en el sentido en el que lo son textos de Celaya, Alberti o Miguel Hernández.
8. En otro poema de Historia del corazón, El poeta canta por todos, el autor sigue explarando el mismo tema. Ahora usa otra imagen también recurrente en su obra, el corázón (son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva). Pero aquí añade un matiz que me parece relevante, lo que yo llamaría el carácter recíproco de esta relación entre el poeta y los hombres. Los hombres, ese corazón gigante, ese mar inmenso, reciben la palabra del poeta; pero el poeta a su vez toma su palabra de los hombres. Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinito se ha unido y relampagueado (…) es la voz de los que te llevan, la voz verdadera y alzada donde tú puedes escucharte, donde tú, con asombro, te reconoces. Es decir, el poeta, más que dar, recibe. Y eso que recibe lo transmite y, como indica el título del poema, canta por todos. Por la garganta del poeta se transmite a los hombres ese mensaje que de los hombres ha recibido: La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos, se alza limpiamente en el aire.
9. Este es el lugar del poeta: con los hombres y en medio de ellos, aunque en la inevitable soledad (la soledad solidaria, de la que habló alguien). Portavoz de los hombres; habla por todos y airea sus inquietudes y esperanzas. Y, por otra parte, voz; habla a todos, a cada uno y al conjunto. Esa voz que ha recibido la devuelve, como una correa de transmisión. El gesto del Baudelaire, poeta maldito, que se aparta de la humanidad y la desprecia, que pide al lector que arroje su libro como algo demoniaco (¡Arrójalo! no comprenderás nada); o de Mallarmé, que quiere separarse de las “palabras de la tribu” y crear una especie de supralenguaje, es una tentación que ha asaltado a la poesía moderna en casi todos los momentos.
El poeta es un visionario que ve más allá y eso puede hacerle creer que, en esa perspectiva, está situado en una cumbre desde la que mira a los semejantes desde arriba. El malditismo o la torre de marfil son tentaciones que siempre pueden asaltarlo. Un espejismo fruto de una extraña ebriedad. Aleixandre se sitúa en las antípodas de esta tentación: un transfondo de humanismo insobornable es el corazón que late en el centro de su obra.
[1] Uno de los grandes conocedores de la obra de Aleixandre, Leopoldo de Luis, destaca la dificultad de ésta, que no hay que confundir con la confusión o el hermetismo. “No son libros confusos, por el contrario: lúcidos, mas requieren una lectura sumamente atenta y reflexiva” (estudio preliminar a su Antología poética, Madrid, Alianza Editorial, 1979,p. 27).
[2] Daniel Murphy en la antología El poeta canta por todos, Málaga, Fundación Málaga, 2007, p. 32.