A MI ÁNGEL, SIMBIOSIS POESÍA-MÚSICA

Silvia Olivero Anarte

Dibujo por Rocío Davó

Dibujo por Rocío Davó

Ante la propuesta de componer una canción con el texto de alguna poeta del 27, puse mis ojos en la obra de María Zambrano, concretamente en su poema A mi Ángel, escrito en 1946.

He de confesar que no hubo un procedimiento reflexivo en mi elección, sino más bien uno sensitivo e intuitivo que acercó mi fibra sensible a los sonidos que poco a poco pasearon por mi piel. Como directora de orquesta, percibo la música como algo táctil que puedo sentir en la punta de mis dedos y en la palma de mi mano, y de ahí derivarlo a cualquier parte de mi cuerpo, por ello, un poema que atente, en el mejor sentido de la palabra, a mi sensibilidad, me garantiza ser una buena elección.

Obviamente no pretendía hacer un estudio literario, pero musicar un poema exige realizar repetidas lecturas del mismo reflexionando sobre el profundo sentido del texto y analizando su estructura. De este modo, llegué a la conclusión de que A mi Ángel representa un monólogo hacia una misma, asimilando la dureza que conlleva la autoaceptación con una sinceridad tal que te lleve a concederte frases tales como: Cómo te peso, yo, la invisible, soy tu piedra, el aceite que unta tus alas, tu rémora y, en instantes infinitos, tu desesperación, o la que expresa al final: Tú me mides, soy tu irreductible, ¿hasta cuándo?, tu condena. Y, precisamente esta fortaleza tanto casi autodestructiva como regeneradora, esta profunda introspección, es la que me impulsó a ponerle música. Enfrentarme a la composición de un poema con estas características supuso una implicación que llegó a desgarrarme por dentro. Encontrar los elementos sonoros que empaticen con cada instante y narren el autorreconocimiento supuso una transformación.

El primer paso estaba hecho, la elección del poema. El segundo, comprender el profundo significado y asimilar su estructura, también. Llegó el momento de empezar a escribir sobre el pentagrama en blanco.

Por un lado, contaba con la voz de soprano pensando en las características vocales de Teresa Loring, quien estrenaría la obra. Por otro lado, el acompañamiento, una plantilla instrumental camerística, un quinteto extraño por no ser un ensemble estandarizado: un violín, un violonchelo, una flauta travesera, un saxofón tenor y un piano. La heterogeneidad instrumental se convierte en un incalculable abanico de posibilidades tímbricas, un verdadero regalo. Decidí, como es natural en mi estética, crear con el quinteto una atmósfera en la que la voz quedase absolutamente integrada, representando la sensibilidad de las palabras a través de los diferentes elementos que caracterizan el lenguaje sonoro. Entre otros elementos, la armonía y los timbres describen los secretos que se esconden bajo las palabras, con una sencillez que da protagonismo a la voz.

En la primera sección, A, la palabra pesadumbre y la descripción amarga yerba, guiaron mis pasos a un tempo lento, reflexivo, y un acompañamiento en el registro más grave, atacando la tecla más grave del piano. Creé esta primera sección con una coloración casi minimal, con pequeños motivos musicales que se entremezclan con el discurso vocal, siempre silábico. El pulso del corazón se hace latente en el pizzicato del violonchelo, la tensión se incrementa con pequeñas células, casi percusivas, creando una mixtura tímbrica de pulso constante, que llevan a la soprano a un recitativo en el que exclama: Sí, quiero ser tus alas, ahora, llanto, lluvia de lágrimas por ti, Abrazada por el murmullo del piano sobre las cuerdas y pequeñas luces en la flauta. Tras este punto culminante, el piano regresa el casi vacío en el registro grave, y el resto del quinteto emana sonoridades huecas que encarnan el texto: Porque tú me lloras, lloras mi no ser porque me sientes amantísima a tu lado.

La segunda sección, B, es contrastante, con un tempo más agitado que adquiere un sentido casi marcial. Un ostinato rítmico toma el control de un discurso hiriente pero honrado, apelando al peso que refiere el poema en los graves del piano, bajo la voz, enfática, que despliega una desgarradora sinceridad, describiéndose a sí misma en estos términos: Soy tu fealdad, tu impotencia extranjera a ti confiada. Cómo te peso, yo, la invisible, soy tu piedra, el aceite que unta tus alas, tu rémora y, en instantes infinitos, tu desesperación.

Regresa la calma, la tercera y última sección, A´, es musicalmente reexpositiva, pero reencaarnada en la conclusión del propio texto. Inicia con un segundo punto culminante que rompe con la sección anterior en el que la soprano exclama en el registro agudo: ¡Oh ángel! ¿Seré tu infierno?, infierno que desciende y se ubica en el eterno retorno, retomando las pequeñas células del inicio, angustiosa repetición sobre el pulso del corazón en el violonchelo. La coda, espejo de los compases iniciales, se convierten en el espacio de incertidumbre sonora en el que lapidariamente Zambrano se cuestiona: Tú me mides, soy tu irreductible, ¿hasta cuándo?, tu condena, dejando a la soprano en un pesante juego entre tres notas en el registro grave sobre el sonido más grave del piano.

Una vez concluida la composición de una obra llega el momento de darle verdaderamente vida, a través de la profesionalidad de los músicos. En este caso, el estreno fue llevado a cabo en el marco de un concierto llamado Las Sinsombrero, punto culminante de un gran espectáculo, creado por un grupo de trabajo del Conservatorio Manuel Carra, en Málaga. Los intérpretes fueron: Teresa Loring, soprano; Maryluz Moreno, violín; Virginia de Pablo, violonchelo; Taciana Gómez, flauta; Ana Lencina, saxofón tenor; y Manuel de la Riva, piano. Disfruten del espectáculo:

A mi ángel

… Y no hay misterio

sólo trabajos, pesadumbre,

y esa amarga yerba.

Pero tú me conduces

y nada te pido.

Sí, quiero ser tus alas

caídas, ahora, llanto,

lluvia de lágrimas por mí.

Porque tú me lloras,

lloras mi no ser

porque me sientes amantísima a tu lado.

Soy tu fealdad, tu impotencia

extranjera a ti confiada.

Cómo te peso,

yo, la invisible,

soy tu piedra,

el aceite que unta tus alas,

tu rémora

y, en instantes infinitos,

tu desesperación.

¡Oh, Ángel!

¿Seré tu infierno?

Eterno retorno

de tu ligereza por mí aprisionada.

Como una oscura cosa

me ofrezco a tus pies

para ser quemada, ahumada,

víctima necesaria de tu libertad.

No me dejes existir, pues que te

peso.

Tú me mides,

soy tu irreductible,

¿hasta cuándo?,

tu condena.

María Zambrano

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