
Bienvenidos a este nuevo número de Sur. Revista de Literatura, cuyo monográfico dedicamos a María Zambrano en el 120 aniversario del nacimiento de la filósofa más destacada de la Generación del 27.
En los dos artículos mencionados que se van a comentar, Zambrano desgrana algunos de los rasgos más característicos de la poesía de Prados, lo que nos revela mucho tanto sobre el observador —ella— como sobre el observado —él—.
Poesía y filosofía ha sido siempre un binomio que ha desatado a lo largo de la historia de la literatura múltiples comentarios y reflexiones de todo tipo.
Tengo para mí que uno de los principales atractivos de la personalidad y la obra inclasificable de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) reside en el poder transformador del pensamiento, en concebir la filosofía no tanto como una teoría sino antes bien como una práctica, si es que la una y la otra son disociables.
María Zambrano había cruzado la frontera francesa junto a su madre y hermana Araceli hacia el exilio el 28 de enero de 1939. A los pocos días se reunía con su marido, Alfonso Rodríguez Aldave, en el sur de Francia, en Salses, y desde allí partían juntos hacia París.
Con estas palabras Aranguren, el filósofo fundamental que en la década de los cincuenta reabrió en solitario el camino de la filosofía en España después del desértico panorama del ámbito de la posguerra española, nos descubre uno de los pilares básicos en la obra de María Zambrano: la mística.
Un monográfico homenaje, en la revista Sur Literatura, sobre María Zambrano (Vélez-Málaga, Málaga, 22 de abril de 1904 – Madrid, 6 de febrero de 1991), sigue siendo un reto maravilloso, una delicia para quiénes gustan del pensamiento y la creación poética.
¿Es posible una razón poética? Sabemos que sí. El testimonio es la obra y la propia escritura de María Zambrano. En ningún lado de su vasta obra explica exhaustivamente dicho concepto, porque su misma voz ya es expresión de ello.
En el mencionado libro se recoge un texto en el que la filósofa expresaba lo siguiente: «la poesía es todo y en ella uno no tiene que escindirse.
Por una parte, ella misma es una gran escritora, que aúna el rigor y la concatenación rigurosa de ideas con la riqueza de una prosa palpitante, matizada, conmovida, con rasgos de un lirismo propio de la prosa poética.
El segundo libro dedicado por el escritor a la pensadora fue Contra el cine, en 1955, en la edición Mis Cosechas. La dedicatoria dice: “A María Zambrano este divertimento que apunten más hondo” (Ramón Fernández Palmeral, 2005: 3).
Partimos del desciframiento que en su libro El hombre y lo divino hace María Zambrano del sentimiento de la nada, como secuela de la rebelión romántica.
María Zambrano, filósofa, pensadora, ensayista y poeta española nacida en Vélez Málaga (1904), y alumna de Ortega y Gasset, se vio obligada a vivir en el exilio. Casi medio siglo después diría a su regreso: “Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido”.
El atributo principal del ser humano es su capacidad de pensar, de dudar, discernir y deducir, de computar cognitivamente sus percepciones a través del razonamiento y las emociones.
El presente artículo intenta fundamentar por qué tanto Séneca como María Zambrano poseen un estilo o forma de racionalidad que se aparta de lo convencional o dogmático en filosofía.
Sin anuncio previo, sonaron las primeras notas de ese teclado que introduce la poesía de Miguel Hernández (con quien María Zambrano había ido a llorar junto al Manzanares por los respectivos amores),
He de confesar que no hubo un procedimiento reflexivo en mi elección, sino más bien uno sensitivo e intuitivo que acercó mi fibra sensible a los sonidos que poco a poco pasearon por mi piel.
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