Prólogo al libro M. Zambrano – J. Ferrater Mora. Epistolario 1944-1977

Miquel Osset, prólogo a su obra

1.- Ferrater Mora llega a La Habana

El 15 de mayo de 1939, J. Ferrater Mora parte hacia el exilio. Gracias a los buenos oficios entre otros, del dramaturgo y maestro Alejandro Casona, Ferrater Mora parte desde Francia hacia La Habana en el buque Flandre junto a su mentor, el Inspector y amigo Herminio Almendros, Enrique Solsona y un primo de este, Carlos Sala (periodista y futuro director de Radio Cuba).

Una vez ya en el Flandre, Almendros apunta en su diario[1]:

El barco va cargado de emigrantes españoles, casi en su totalidad. El barco ha zarpado a las tres de la tarde. Hacía una tarde gris y de viento frío. Renée estaba en el muelle deshecha en llanto, la pobre

         Renée és Renée Petitsigne, la maestra enamorada que Ferrater Mora, deja en París, a la que había conocido durante su estancia en el frente de guerra y con la que se reencontrará poco más tarde, ya en La Habana, para contraer matrimonio.

Durante el trayecto, no pierden el tiempo. Estudian inglés, planean poner en marcha una editorial en cuanto lleguen a La Habana y siguen con diversos proyectos de traducción (“hemos estado Ferrater y yo traduciendo los libros que tiene encargados[2] ). Pocos días después, a las siete de la mañana del 28 de mayo, domingo, llegan a La Habana. En el muelle los espera un público numeroso, que los acoge calurosamente. 213 pasajeros esperan desembarcar en la ciudad y otros 177 continuar viaje hacia Veracruz. La prensa local se hace eco de la llegada de los pasajeros españoles[3]:

Aunque parezca mentira, la emoción humana no se ha extinguido del mundo definitivamente. Esta emoción está a bordo del barco recién llegado y presto a partir enseguida (…) No en balde, la tierra de Cuba es tierra generosa. (…) Los españoles no son cualquier cosa. Son unos desterrados de su propia patria. Son hombres forzados a la aventura de dejar su tierra para comenzar una nueva vida de sacrificio y de tristeza“.

         Al desembarcar les esperan el hermano de Solsona y Alejandro Casona. La primera impresión que causa La Habana al grupo de recién llegados es francamente agradable:[4]

La Habana es una bella población, alegre, bulliciosa, la Andalucía de América la llaman. A este bullicio del carácter simpático y abierto se ha unido la influencia norteamericana, que ha elevado el tono de la vida material. Los establecimientos de refrescos son algo que quizás no tenga par. Las frutas tropicales abundantísimas (olor siempre de fruta, olor penetrante), los helados, los jugos de fruta, la varidead inmensa de estas cosas, no sospechadas en España, la luz, la alegría, los colores claros, blancos… todo contribuye a hacer de la ciudad una hermosa ciudad española injerta con brotes yanquis. Me gusta mucho La Habana.

Ferrater Mora pasaba hacia el exilio acompañado de un conjunto de proyectos que irían haciéndose en parte realidad a partir de ese momento. No era en absoluto entonces un hombre derrotado ni resignado a la práctica de la melancolía, pese a haber prestado servicio en el ejército republicano, sino un joven abierto a múltiples expectativas en busca de su circunstancia para poderlas llevar a la práctica. Pese a la dureza de los inicios, sin dinero ni apenas contactos profesionales en los que apoyarse para iniciar su andadura en un país frágil y de clima poco amable, Ferrater Mora supo sobreponerse a las dificultades y empezar su carrera. Aparecería al finalizar esos años habaneros la primera edición de su Diccionario de Filosofía (que pronto enriquecería con una segunda), contraería matrimonio y establecería los contactos clave que le permitirían dar el salto hacia su siguiente etapa del exilio, la etapa chilena.

         Ferrater Mora se instala inicialmente en La Habana con la familia de su amigo Enrique Solsona, que había corrido con buena parte de los gastos del viaje y ropa, en la calle Cristo nº 21. Las primeras semanas transcurren en una búsqueda activa de ocupaciones capaces de asegurar el sustento a los recién llegados) y en visitas al Hotel Royal Palmy y a la Casa de la Cultura (Paseo del Prado 210): puntos de encuentro habituales de los exiliados, a fin de darse a conocer y conocer de primera mano opciones laborales.

A la llegada de Almendros y Ferrater Mora, ambos se reencuentran con Alejandro Casona, gran amigo y compañero del primero. Casona y la Compañía Dramática Díaz-Collado habían regresado a Cuba en abril de 1939 tras finalizar su gira latinoamericana, y después de dos visitas anteriores a la capital de Cuba durante la Guerra Civil. Casona estaba invitado a impartir tres conferencias en la Institución Hispanocubana de Cultura (verdadero motor de difusión de la tarea intelectual de los exiliados durante esos años, así como de apoyo financiero): “El amor a través de los tiempos“ (con fragmentos de textos clásicos interpretados por actores de la Compañía), “El amor a través de los pueblos“ (también con acompañamiento dramático) y “El amor por dentro“. Unos días más tarde se repetiría el ciclo en el Teatro Principal de la Comedia.[5]

         Las gestiones de Casona para traer a su amigo Almendros y a Ferrater Mora a Cuba se habían visto facilitadas en marzo de 1939 por la intervención de Luis Amado Blanco. En carta fechada el 25 de marzo de ese año, Casona (que se hallaba en ese momento en México) solicitaba por carta encarecidamente a éste su ayuda para  traer a Almendros:[6]

Entre las mil tragedias que en estos momentos llenan de dolor español el mediodía de Francia hay una que me interesa vitalmente; se trata de un amigo de siempre, de un hermano realmente, Inspector de Primera Enseñanza en Barcelona y profesor también de aquella Universidad. Este hombre, magnífico de inteligencia y de corazón (…) quiere a todo trance venir a América a rehacer su vida sea como sea y en el trabajo que sea. (…) lo que importa ante todo, y con la urgencia posible, es facilitarle la salida de Francia; para lo cual es necesario que por un conducto responsable –mejor oficial- se den órdenes (o al menos se recomiende) al Consulado de Cuba en Marsella que le dé toda clase de facilidades en cuanto a los trámites del viaje (…) Si hiciera falta justificar la necesidad de su venida con un contrato simulado de trabajo (en un periódico o casa comercial), también creo que está a vuestro alcance(…) Una vez que el hombre pueda salir y llegar a La Habana, yo (que pienso estar ahí dentro de un mes y medio) me encargaré de él, y lo que sea de uno será de los dos

         Luis Amado Blanco, poeta, narrador, periodista y odontólogo había sido un activo defensor de la causa republicana en Cuba mediante su participación en numerosas conferencias, apariciones en prensa y organización de actos de apoyo en favor de la II República. Sus gestiones por indicación de Casona tuvieron éxito y logró traerlos a puerto seguro.

En otro escenario y en ese mismo momento, el equipo completo de Editorial Labor había decidido marchar al exilio y proseguir fuera de España su tarea editorial. A su llegada, Joan Grijalbo colaboraba en la puesta en marcha de la flamante Editorial Atlante en París, publicación promovida por el PSUC de Joan Comorera. Para ello contaba con la colaboración de Leandro Martín Echevarría (dirigente de Izquierda Republicana), Manuel Sánchez Sarto (ex-gerente de Editorial labor) y de Estanislau Ruiz Ponseti (con recursos, hombre del PSUC y con experiencia previa como director técnico en la editorial). Editorial Labor era la editorial de referencia para el grupo completo de la Escuela de Barcelona de Filosofía capitaneada por Joaquim Xirau debido a su excelente selección de títulos de Pedagogía, y fuente también de encargos de traducción del alemán para Ferrater Mora.

El arranque de Editorial Atlante se formaliza en la sede del consulado de México en París el primero de julio de 1939 con aportaciones económicas del PSUC (500.000 pesos mexicanos), y con Ruiz Ponseti y Serra Pàmies como directores-gerentes. Pero pronto se traslada a México, a la calle Altamirano nº 127, donde afronta turbulencias organizativas y financieras desde un inicio.[7] Es en Atlante donde tendrá continuidad el encargo previamente realizado a Ferrater Mora en Barcelona en 1936 para la primera edición del Diccionario de Filosofía.

Y mientras Ferrater Mora acelera en La Habana durante los meses finales de 1939 el encargo de Atlante, en pocas semanas llegará para establecerse también en la capital cubana una figura fundamental en esa primera etapa formativa: María Zambrano.

2.- María Zambrano llega a La Habana

         María Zambrano había cruzado la frontera francesa junto a su madre y hermana Araceli hacia el exilio el 28 de enero de 1939.[8] A los pocos días se reunía con su marido, Alfonso Rodríguez Aldave, en el sur de Francia, en Salses, y desde allí partían juntos hacia París. María Zambrano procedía de Barcelona, donde residía en el nº 600 de la Avenida 14 de Abril (actualmente, la Diagonal). A finales de octubre había visto morir y enterrar a su padre, Blas Zambrano. En Barcelona había residido junto a toda su familia desde inicios de 1938, se había visto forzada a abandonar su puesto como ayudante de Cátedra de Ortega, y durante esos meses en la Universidad de Barcelona había impartido un curso sobre Plotino, el estoicismo y el pitagorismo.[9] Cruza la frontera junto a la familia Machado, a pie, y acompañada de una multitud que abarrota los caminos.

Poco después de cruzar el matrimonio la frontera, el 16 de febrero de 1939, el diplomático cubano José Mª Chacón y Calvo, ya de regreso en La Habana, recibe carta de su amigo Alfonso Rodríguez Aldave.[10] El matrimonio se hallaba en ese momento en París (en el 8bis Chaussee de la Muette) con el propósito de partir hacia América. Las autoridades francesas presionaban para su marcha y Rodríguez Aldave cree que Cuba puede ser una posible solución temporal para poder escapar de la guerra mundial que se avecina. En Cuba residía un hermano suyo y María, le sugería él en su carta a Chacón y Calvo, podría dictar algunas conferencias (retribuidas) en La Habana para paliar algo las estrecheces económicas. Pero pocos días después de la carta-petición cursada a Chacón y Calvo, el 20 de febrero de 1939, Zambrano recibía a través de la embajada mexicana en París una invitación de la Casa de España en México: Daniel Cossío Villegas, secretario de la misma, le ofrece ir a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia (Michoacán), para impartir inmediatamente tres cursos (Lógica, Ética y Psicología) e integrarse como profesora a la Cátedra de Filosofía. Zambrano decide aceptar la oferta de Cossío Villegas y el matrimonio parte hacia México. Antes de llegar a México, no obstante, en marzo de 1939, Zambrano hace una breve escala en La Habana e imparte una conferencia en el Lyceum y en el Lawn Tennis Club, una conferencia dedicada a su maestro, a Ortega. Poco después, llega a México.

El 1 de abril de 1939 Zambrano inicia en Morelia sus clases de Historia de La Filosofía. Escoge como tema inaugural, deliberadamente simbólico en las circunstancias en que se encuentran, el concepto de libertad en la antigua Grecia. Rodríguez Aldave, por su parte, ha recibido la Cátedra de Historia Universal y la dirección de la revista universitaria. No obstante, pronto aparecen roces y malentendidos con el Rector de la Universidad, Natalio Vázquez Pallares. En septiembre Zambrano se reincorpora a sus clases en Morelia, pero en diciembre de ese mismo año, 1939, es invitada por la Institución Hispanocubana de Cultura a impartir cuatro conferencias en La Habana sobre Séneca y el estocismo (las conferencias que había solicitado su marido, Rodríguez Aldave, en la carta de febrero a Chacón y Calvo). Zambrano acepta, se traslada a la Habana para dictar las conferencias y allí cae enferma, probablemente por agotamiento acumulado. Solicita una prórroga para reincorporarse a sus clases en Morelia, pero el retraso solicitado es mal aceptado por Cossío Villegas, que la conmina a regresar inmediatamente o a renunciar a su plaza. Zambrano opta en diciembre de 1939 por no regresar a Morelia y decide permanecer e instalarse indefinidamente en La Habana, capital de esa isla[11]

“Arquetípica,por su luz que parece levantada hacia el cielo haciendo aún más leve el peso de la tierra (…) Tal la que cae sobre la isla de Cuba, dispersa en azul inigualable que se expande dejando a la tierra un lugar que ya parece haber entrado en el orden celeste“·

La relación de María Zambrano con La Habana no empezaba a finales de 1939.[12] De hecho, esa era ya su tercera visita a la capital de Cuba. En 1936, tras la boda celebrada en Madrid, el matrimonio Zambrano-Rodríguez había partido inmediatamente hacia Chile para cumplir con el nombramiento de Rodríguez Aldave como Secretario de la embajada española en la capital, Santiago de Chile, haciendo una primera escala intermedia en La Habana. Allí Zambrano había tenido ocasión, pese a la brevedad de la escala, de conocer a la que sería una de sus mayores amistades a lo largo del tiempo: José Lezama Lima.[13]

“en un lugar llamado La Bodeguita de Enmedio, nos ofrecieron unos cuantos intelectuales de izquierdas, entre ellos el muy jóven e inédito José Lezama Lima, quien me sorprendió por su silencio y por referirse a lo poco que yo había publicado en la “Revista de Occidente“. Y todavía más, haber visto mi nombre entre los profesores –yo era simplemente ayudante- que fuimos a dar clase de Filosofía en este preclaro lugar“.

El matrimonio, no obstante, debía proseguir viaje, y llega a Chile. No obstante, la estancia de ambos, Zambrano y Rodríguez Aldave en el país andino, aunque intensa intelectualmente (Zambrano escribe durante su estancia en Chile un libro importante en el conjunto de su Obra: Los intelectuales en el drama de España), resultará ser más bien breve. Rodríguez Aldave es llamado a filas y, pese a que el embajador Rodrigo Soriano lo declara“insustituible“ para protegerle del frente, el matrimonio decide regresar a España y ayudar a la República en guerra. El 17 de mayo de 1937 son efusivamente despedidos en el puerto y, al poco de llegar a España, Zambrano participará activamente en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia (del 4 al diecisiete de julio de 1937), donde conocerá a Juan Marinello, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, asistentes al Congreso en representación de Cuba. Zambrano asistirá, por ejemplo, al recital que Nicolás Guillén y Juan Marinello ofrecieron en la Casa de la Cultura y del que daría cuenta en Hora de España.[14]

La Habana era, pues, ciudad conocida ya para Zambrano, y desde el 1 de enero de 1940 Zambrano, y tras estas dos breves visitas anteriores, decide fijar allí su residencia definitivamente. Inicia su actividad impartiendo clases en el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas, y empieza un conjunto de viajes intermitentes a Puerto Rico para dictar cursos y conferencias en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de San Juan. Durante años la actividad de Zambrano se mantendrá a caballo entre sus dos islas.

La actividad de María Zambrano como conferenciante en La Habana fue muy abundante pues sus disertaciones constituían una de las escasas fuentes económicas de sustento a su disposición. La legislación vigente entonces en Cuba impedía a los extranjeros optar a obtener una plaza fija universitaria que garantizase una mínima estabilidad económica. A lo sumo, se  ofrecían contratos eventuales para los cursos que la Universidad de La Habana organizaba durante los veranos, y a los que fue invitada María Zambrano a participar en diversas ocasiones.

Las primeras conferencias dictadas en La Habana durante 1940 serán la base que configurará su obra La agonía de Europa, que aparecería antes publicada en Revista Cubana[15], y más adelante, en marzo, dictará también el curso sobre ética griega que anunciaba en carta a Alfonso Reyes en la Escuela Libre de La Habana. Pronto establece amistad con los poetas del que será denominado después grupo Orígenes: Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Fina García Marruz, Gastón Baquero, etc… además del ya mencionado (y líder natural del grupo) José Lezama Lima. Allí, en interacción con los origenistas, se configurará y se dará carta de naturaleza formalmente al concepto la “razón poética“ como ambicioso proyecto de creación, aportación esencial en el conjunto del pensamiento zambraniano.[16] La influencia del grupo en ese momento decisivo de su trayectoria intelectual es capital. Supo aprovechar durante aquellos años La Habana nocturna de poetas y artistas. Era habitual participante de las tertulias del Café de las Antillas, asistía a los conciertos dominicales del Auditorium, era parte del público en las conferencias y exposiciones en el Lyceum, se dejaba ver en el “Palacio Orbón“ (donde por las noches solía reunirse el grupo de poetas de Orígenes en torno al músico Julián Orbón) o en las reuniones en la iglesia de Bauta (auspiciadas por el poeta y sacerdote Ángel Gaztelu). En La Habana, Zambrano recupera, como antes lo hiciera Juan Ramón Jiménez, su Andalucía perdida en la infancia. O, como ella misma afirmó en una famosa declaración, su „patria pre-natal[17]

Durante su estancia Zambrano se incorpora activamente a las publicaciones en numerosas revistas: Orígenes, Espuela de Plata, Bohemia, Ciclón, Credo, Crónica, Cuadernos de la Universidad del Aire, La Torre, La Gaceta de Cuba, La Verónica, Cuadernos Americanos, Nuestra España, Nueva Revista Cubana, Proposiciones, Ultra.[18]  Y bajo el título de La Cuba secreta, Jorge Luis Arcos recopilará todas sus publicaciones cubanas. “La Cuba secreta“ es el título de uno de sus artículos, publicado inicialmente en la revista Orígenes con motivo de la aparición del libro Diez poetas cubanos 1937-1947, una antología origenista preparada por Cintio Vitier. El artículo de Zambrano tuvo gran influencia en el grupo de poetas pues dotó de ontología filosófica al pensamiento origenista y les dotó de identidad colectiva. Espuela de Plata, impresa en el taller de Manuel Altolaguirre (exiliado también en La Habana junto a su esposa, Concha Méndez), era una de las publicaciones fundamentales en el panorama literario cubano de la época: 1939-1941. En ella estaban integrados Lezama Lima, Ángel Gaztelu, Pérez Cisneros, Mariano Rodríguez, Gastón Baquero, Jorge Arche, José Ardévol, Alfredo Lozano, René Portocarrero, Justo Rodríguez Santos, Cintio Vitier, Eugenio Florit, Amelia Peláez y Virgilio Piñera.

Pronto, Ferrater Mora y Zambrano empiezan a asistir a las conferencias mutuas y a ver coincidir sus artículos en las publicaciones de la isla.[19] El tema podía ser Kafka, Freud, Unamuno, san Agustín, las categorías de la esencia hispánica….: un amplio conjunto de intereses compartidos en los que fructifica la influencia mutua. Zambrano otorgaba, por ejemplo, a Kafka la condición de mártir, la condición de quien está llamado a dar testimonio de la terrible oscuridad de su tiempo, crónica de una destrucción siniestra por parte de alguien a quien le tocó descubrir la sordidez humana, el desamparo y la humillación. El Proceso era, a juicio de Zambrano, “pura actualidad“. Por su parte, Ferrater Mora abordaba en su artículo sobre Kafka la definición de verdad y su función. Frente a la concepción aristotélico-tomista clásica, según la cual la verdad es la realidad misma, Ferrater Mora optaba por una concepción de la verdad que él identificaba con el consuelo, la seguridad y la fecundidad: con una respuesta discursiva a las necesidades humanas.[20] Si bien religión y filosofía buscan por caminos distintos la verdad, evocando a Zubiri, Ferrater Mora constataba que verdad filosófica y verdad religiosa coinciden en el reino de lo verdadero. El filósofo busca la verdad en la razón y el religioso lo hace en el corazón. Y “ambos modos de buscar son igualmente justificados“. Toda la doctrina filosófica puede ser entendida, en cierto modo, como una voluntad de salvar al mundo. Por eso pueden encontrarse el filósofo y el cristiano. Y aquí se percibe claramente un punto de encuentro con la razón poética de Zambrano y con el ideario del grupo origenista.

3.- Unamuno, puente de sensibilidades

Unamuno va a construir un puente entre Ferrater Mora y Zambrano en La Habana. Así, Ferrater Mora publica en junio de 1940 en la revista Sur, de Buenos Aires, un artículo titulado“Miguel de Unamuno: bosquejo de una filosofía“, concebido en La Habana y claro precedente del libro que aparecería después. Zambrano, por su parte, no vería plasmado su libro sobre Unamuno en vida; de hecho, no aparecería hasta dos años después de su fallecimiento.[21] Pero en 1940, el tratamiento de la figura de Unamuno era una de las preocupaciones fundamentales de Zambrano en La Habana. De hecho, desde 1939 Zambrano trabajaba en un libro sobre él. Unamuno era uno de los temas que Zambrano había sugerido a Alfonso Reyes a mediados de 1939 para una publicación en México por La Casa de España (Reyes prefirió Pensamiento y poesía en la vida española). Y ya antes, desde Madrid en 1933, había aparecido en Hoja Literaria un artículo de Zambrano sobre el pensador vasco que sería el primero de un total de ocho artículos dedicados a su figura.

Unamuno había sido uno de los tres autores sugeridos por Joaquim Xirau a Ferrater Mora en la Universidad de Barcelona como encargo para poder acelerar su licenciatura en Filosofía. Era, pues, un autor bien conocido y trabajado por él, así que el intercambio de opiniones y materiales en torno al pensamiento de Unamuno entre Ferrater Mora y Zambrano durante 1940 en La Habana fue un hecho. Los Unamunos de Zambrano y de Ferrater, leídos ahora con la mirada puesta en 1940, comparten algo más que interesantes analogías. Hay elementos de coincidencia que bien pueden dar a entender una cierta coincidencia de planteamientos en un mismo momento y lugar históricos.

Unamuno era, por otra parte, una referencia biográfica importante en la vida de María Zambrano. Habiendo sido amigo desde los años de Segovia de su padre, Blas Zambrano, fue éste quien la había acercado a la obra del pensador vasco. Zambrano recordaba siendo niña la figura imponente de Unamuno en tertulia con su padre y con Antonio Machado, y la admiración intelectual por ambos se mezclaba en su caso con el cariño derivado de un trato personal.

Unamuno y Zambrano coincidían en muchos aspectos de su concepción filosófica. Coincidían, por ejemplo, en la preponderancia concedida por ambos a la emoción sobre el entendimiento, en el rechazo a toda sistemática racional y a todo abstraccionismo. Coincidían en su preocupación religiosa y en la defensa de la dimensión práctica del pensamiento.[22] El Unamuno de Zambrano es, en propiedad, su“ Unamuno concreto, pues pone a este en relación directa con los problemas que en ese momento angustiaban a Zambrano. En particular, en su concepción de la Filosofía como Poesía, de la palabra como poiesis, se halla una influencia directa sobre Zambrano.[23] En palabras de Unamuno:[24]

“La filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia. Cuantos sistemas filosóficos se han fraguado como suprema concienciación de los resultados finales de las ciencias particulares, en un período cualquiera, han tenido mucha menos consistencia y menos vida que aquellos otros que representaban el anhelo integral del espíritu de su autor

         Pese a que Ferrater Mora ya albergaba a su llegada a La Habana la intención de divulgar la figura del pensador vasco, la interacción con Zambrano resultó ser catalizadora, y aceleró probablemente lo ya previsto en su programa de publicaciones.  Ferrater Mora había reseñado el libro de Zambrano Filosofía y Poesía, fruto de su actividad en México, en la revista bonaerense Sur, a finales de 1940: “Miguel de Unamuno: bosquejo de una filosofía“[25], pero en 1941, en la Revista cubana, aparece un segundo artículo suyo sobre el mismo tema: “Unamuno: voz y obra literaria“.[26] Ambos constituyen la base de su libro dedicado al pensamiento del pensador vasco.[27]

De Unamuno, Ferrater Mora destacaba especialmente el carácter agónico de su pensamiento, en perpetua lucha y contradicción. Para Unamuno, Razón y Fe conviven en lucha, necesitándose mutuamente y sin esperanza posible de resolución dialéctica. No existe Unidad posible ni absoluta armonía capaz de imponer la paz a los contendientes.[28] Sólo hay paz en la guerra. El Hombre de carne y hueso es un conjunto de contradicciones que no pueden reconciliarse más que en la muerte. En esta guerra eterna, la Razón existe junto a la Vida de un modo tan necesario como lo es para la Fe la duda. Mientras hay vida, no hay descanso posible.[29]

Partiendo de Unamuno, Ferrater Mora se incorpora de este modo al debate por antonomasia entonces acerca del „ser“ de España. A su juicio, el fracaso era, si no el principal, sí uno de los ingredientes más importantes en la vida española.[30] Al Discurso del Método cartesiano, verdadero paradigma occidental, España opone el Quijote, puro discurso sin método. España pasa así a liderar frente a Europa toda forma de rechazo a la Razón, a la Ciencia, y al progreso, y opone a todo ello la catolización de la Contrarreforma. Si para Ferrater Mora en España la Guerra Civil es la forma genuina del vivir español, ello es debido sobre todo al afán que el español siente de defender por encima de todo sus ideales.[31] Ferrater Mora incorporaba en el capítulo final de su libro dedicado a Unamuno el texto previamente publicado en el número de Enero-Junio de 1941 en la Revista Cubana: “Unamuno: Voz, y obra literaria“.[32] En él, Ferrater Mora definía el ejercicio de la palabra en Unamuno como “sangre del espíritu“ e“inmersión en la vida“.

El intercambio epistolar entre Ferrater Mora y Zambrano teniendo a Unamuno como eje argumental prosiguió durante mucho tiempo. Unamuno fue uno de los temas recurrentes en su diálgo desde la distancia. Más de veinte años después de producido el primer contacto al respecto, y con motivo de una publicación de Zambrano en la revista “La Torre“ de Puerto Rico[33], dirigida por Francisco Ayala, Ferrater Mora le recordará con afecto:[34]

Recuerdo que hacia 1941, en Cuba -!Cuba precisamente!, hablaba usted ya de esa „religión poética“ de Unamuno que tan a fondo describe y analiza en su artículo. El cual contiene, además, lo que puede ser la mejor clave para entender a Unamuno: la tentación de la filosofía.

Unamuno incentivaba a ambos pensadores, además, para acometer el problema de las categorías y las formas que Ferrater Mora conocía bien a partir de la obra de Eduard Spranger que sus compañeros universitarios habían divulgado desde Barcelona bajo la dirección de Xirau. Ferrater Mora conoció de mano de Zambrano las conferencias que ésta había impartido poco antes sobre el tema (durante el mes de junio de 1939 en México DF, poco antes de llegar a La Habana), rastreando a lo largo de la tradición literaria hispánica las „categorías“ de la vida española: aquellos sentimientos o pasiones insconscientes que subyacen y persisten a lo largo del tiempo en el pueblo y que son capaces de actuar como motores decisivos de su Historia. Se trataba de identificar las “características del sustrato original y oculto del alma hispana“.[35] Siguiendo la estela de Unamuno, Zambrano acometía su taxonomía del ser español a partir de una concepción de nación cultural o metafísica, con estructura ontológica propia y que tiene una clara impronta romántica característica de la tradición alemana (procedente de Humboldt y de Herder, especialmente, y del Volksgeist). El vínculo con Unamuno es nítido. Bebiendo de estas (y otras) fuentes, poco después, Ferrater Mora dará a conocer el que con el tiempo será su libro más leído, editado y comentado tras el Diccionario de Filosofía: Les formes de la vida catalana.[36]

         4.- San Agustín, Freud y la crisis de Europa

         Para Zambrano la gran tradición europea había nacido propiamente con San Agustín y, más específicamente, con el género literario de la confesión. Si las tradiciones orientales habían apostado mayoritariamente  por un alejamiento del mundo, por un apartarse en la penumbra estética, lo característico por contra en Europa sería la creación, la poiesis.

Durante los años cuarenta, Zambrano reemprende, pues, e intensifica sus lecturas de las obras de San Agustín. Su rastro es detectable no sólo en las numerosas conferencias dictadas por ella en La Habana y en Puerto Rico esos años, sino especialmente en La Confesión: género literario y método (1943) y en La agonía de Europa (1945). San Agustín cimenta el tránsito que va desde la cultura antigua hasta la nueva cultura: la síntesis entre filosofía griega y cristianismo. Zambrano personifica en él la salida de la crisis del mundo antiguo para poder pervivir éste de otra forma y dar a luz a una nueva cultura por primera vez plenamente “europea“. San Agustín es, a ojos de Zambrano, „el padre de Europa“. En la intepretación de Zambrano es a partir de entonces cuando el hombre europeo percibe su interioridad y llega a sentirse plenamente independiente. Ser hombre consiste, a partir de ese momento, en poseer esa interioridad que lo trasciende todo, y que resulta ser inabarcable. San Agustín dota así de corazón a la frialdad de la Razón, y la revelación en forma de confesión, adquiere entonces pleno sentido. El hombre europeo, como alternativa a la religión cristiana, habría ido en busca de un nuevo humanismo, diferente al anterior, que exigiría la negación de la religión para poder afirmarse a sí mismo. Se siente señor y creador, libre de todo lazo capaz de restringir su libertad y no admite más ley que la que él puede imponerse  a sí mismo. Para Zambrano, la Razón se “ensoberbeció“ a partir del triunfo del racionalismo europeo en su forma idealista. Zambrano vincula el auge del totalitarismo en esos años con el temor del hombre a su soledad: “¿Qué buscas fuera? En ti mismo vuelve; en el interior del hombre habita la verdad se preguntaba San Agustín.

San Agustín fue también objeto de especial atención por parte de Ferrater Mora, por ejemplo en las sucesivas ediciones de su Diccionario de Filosofía. En la edición del Diccionario de 1941, acabada en La Habana, Ferrater Mora destacaba en San Agustín su contribución a la tensión entre Cristianismo y Filosofía a través de la incorporación de la tradición griega: unidad de pensamiento religioso y pensamiento filosófico, “enlazadas por la misma inquietud y la misma busca[37] A su juicio, San Agustín fue capaz de provocar una fusión que caracterizaría a partir de entonces la evolución del cristianismo. En el obispo de Hipona se daría la máxima expresión del conflicto entre libertad y predestinación.

El interés genuino de Ferrater Mora por San Agustín nace en sus años habaneros pero se extiende en el tiempo, sirviéndole de fermento a no pocas de sus contribuciones de años posteriores. En 1943 publica en la revista “Cuadernos Americanos“ el embrión de lo que constituiría en 1945 su libro Cuatro visiones de la Historia universal.[38],[39] En ese artículo establecía un vínculo estrecho entre Historia y Filosofía. Esa íntima conexión quedaba singularizada a partir de cuatro pensadores seleccionados que ejemplarizaban cuatro “itinerarios insoslayables“ de la Historia revelando en sus visiones las fuerzas motoras de la misma. Según explicaba en él, la Historia ha de poseer siempre siempre un sentido, y ese sentido podía ser ejemplarizado por cada una de las visiones seleccionadas y que él intentaba desentrañar. Entre los cuatro itinerarios escogidos por Ferrater Mora para ejemplarizar esos itinerarios históricos, antes de Vico (visión renacentista), de Voltaire (visión racionalista) y de Hegel (visión absolutista), Ferrater Mora situaba a San Agustín y su visión cristiana: el primer gran visionario.

La tesis desarrollada por Ferrater Mora sobre San Agustín en su artículo de “Cuadernos Americanos“ en 1943 y que serviría de base para su libro de 1945 tenía antecedentes. En concreto, el 8 de noviembre de 1940 Ferrater Mora había impartído una conferencia en la Institución Hispanocubana de Cultura de La Habana titulada “San Agustín o la visión cristiana“. Y era la primera de un conjunto de cuatro conferencias que constituían, en conjunto, un cursillo completo. Las otras tres conferencias, impartidas posteriormente en el mismo foro fueron: “Vico o la visión renacentista“ (22 de noviembre de 1940), “Voltaire o la visión racionalista“ (6 de diciembre de 1940) y “Hegel o la visión absoluta“ (20 de diciembre de 1940).[40] Ese cursillo impartido en 1940 en La Habana es el auténtico origen del libro publicado en 1945, late en el interior del libro posterior en 1946, y es el referente fundamental para las reflexiones acerca de la muerte que han de proporcionarle a partir de la publicación de El ser y la muerte del espesor suficiente para dar el salto al reconocimiento como filósofo.

Resulta algo más que plausible que María Zambrano asistiese a las conferencias impartidas esos días por Ferrater Mora en la Institución Hispanocubana de Cultura de La Habana y que San Agustín fuese también tema de debate entre ambos durante 1940. Máxime cuando sabemos que, durante esos años, Zambrano había hecho de la lectura de San Agustín una prioridad que bien se refleja en su obra publicada y ya mencionada. Así por ejemplo, Hacia un saber sobre el alma contiene el capitulo redactado en 1941 “Más sobre la ciudad de Dios“[41]; La Confesión: género literario y método data de 1943[42]; así como las diversas referencias a San Agustín incluidas en La agonía de Europa. Además, durante el curso académico 1943-1944, al hilo del contenido de La agonía de Europa, Zambrano dictaría un Seminario en la Universidad de La Habana titulado “La idea del hombre y la idea del tiempo en San Agustín“, y un curso completo titulado “Filosofía y Cristianismo“.

La crisis de la civilización occidental inaugurada por San Agustín reclamaba, según Zambrano, una nueva puesta en valor del pasado, un retorno a la mirada interior, a la sabiduría del corazón. Freud, la incipiente psicología y su reduccionismo del interior humano al concebir a éste como mera psico-física, eran criticados por Zambrano. Ella los consideraba meros “testigos“ del desamparo en que se hallaba el hombre moderno. A ello se remitía en su artículo “El freudismo, testimonio del hombre actual“, publicado en La Habana en 1940.[43] Y la respuesta a ese necesario viaje de regreso a los orígenes se la proporcionaba de nuevo San Agustín. Casualmente o no, en septiembre de 1939, pocos meses antes de producirse el primer encuentro entre Zambrano y Ferrater Mora en Cuba, éste publicaba en la revista La Escuela activa su primer artículo en el exilio: “Nota sobre Sigmund Freud[44], que Zambrano citará como referencia por su parte en su artículo.

Casualmente o no, la reflexión acerca de la crisis de la civilización europea que tanto ocupó a Zambrano durante su estancia esos años en La Habana, será uno de los temas fundamentales de reflexión de Ferrater Mora no solo durante sus años habaneros sino, muy especialmente, en los años inmediatamente posteriores.Las sucesivas encrucijadas históricas que el ser humano ha debido resolver a lo largo de los siglos alimentaron una inquietud específica acerca de la naturaleza de esas encrucijadas y pronto esa reflexión emergería en su segunda etapa del exilio de Ferrater Mora, en su etapa chilena. Muy especialmente durante el periodo crítico de los años 1940-1941, en la etapa más oscura imaginable de la Historia conocida hasta ese momento, por fuerza reflexiones como éstas debían ser compartidas entre la reducida colonia de exiliados republicanos de entonces en La Habana. Y muy especialmente entre un Ferrater Mora y una María Zambrano en plenas facultades.

         5.- En Chile prosigue el influjo

         Sea cierto o no, el calor de Cuba resultó ser, según Ferrater Mora, una de las razones para abandonar el país a finales de 1941.[45] Alfonso Rodríguez Aldave, marido de María Zambrano, gestionó su salida hacia Chile. Dado su anterior puesto como Secretario en la embajada española de Santiago de Chile, los trámites resultaron ser sencillos y fructíferos, y pronto pudo Ferrater Mora emprender viaje hacia el país andino.  A su llegada a Santiago, se encuentra con una colonia compacta y bastante endogámica de exiliados catalanes en la que sobresale su excelencia artística. En Chile se encontrará, entre otros, con un Francesc Trabal en difícil proceso de reconstrucción personal, con un Doménec Guansé que ejerce de cronista en Germanor, con el narrador César August Jordana, con el poeta y dramaturgo Joan Oliver, con el novelista Xavier Benguerel y con la pintora Roser Bru, hija de Lluís Bru i Jardí, fundador de Esquerra Republicana de Catalunya. Allí se reencontrará también con su amiga Dolors Piera.

         Al poco llegar a Chile, Ferrater Mora publica en la revista Germanor, un primer artículo. Está fechado en agosto de 1941 y lleva por título “Filosofia i poesia en el Cant Espiritual de Joan Maragall“.[46] Con motivo del 30º aniversario de la muerte del poeta, Ferrater Mora hacía acto de presencia y publicaba en el órgano oficial de la comunidad de catalanes exiliados de Chile un texto que dos años después, en 1943, aparecería también, ahora en español, en la revista Sur[47] y que quedará también recogido bajo el título “De la verdad última de la filosofía y la poesía“ en su libro Variaciones sobre el espíritu de 1945. La versión en español publicada en Sur iba significativamente encabezada por una cita de María Zambrano procedente de su libro Filosofía y Poesía:[48]

¿No será posible que algún día afortunado la poesía recoja todo lo que la filosofía sabe, todo lo que aprendió en su alejamiento y en su duda, para fijar lúcidamente y para todos su sueño?

         En la versión del artículo publicado en Sur en español, Ferrater Mora añadía una segunda referencia a Zambrano:[49]

el camino que sigue el poeta, siempre que sea un poeta auténtico, es como María Zambrano ha señalado penetrantemente, el camino de la dispersión“.

La tesis del artículo de Ferrater Mora consistía en poner de manifiesto las similitudes de finalidad que Poesía y Filosofía comparten, asumiendo para ello plenamente las tesis de Zambrano. Resulta inevitable constatar en el artículo de Ferrater Mora que las conexiones que él establece entre todos estos conceptos tienen eco de otras conexiones establecidas con los mismos conceptos: especialmente, la “razón poética“ zambraniana, cociéndose a fuego lento en La Habana durante esa primera época habanera.

         En esta línea de pensamiento, en noviembre de 1942 Zambrano había publicado en la revista habanera Poeta su artículo “Apuntes sobre el tiempo y la poesía“. Zambrano establecía de nuevo un vínculo estrecho entre Razón y Poesía, pero con un matiz fundamental a añadir en su aportación más personal posterior. Evocando el nacimiento de la épica como género, Zambrano constataba en él que la poesía es esencialmente memoria, memoria de una Edad de Oro, de un Paraíso perdido, y que cuando posteriormente aparece la lírica, lo hace porque el ser humano se siente perecedero. Es, pues, el problema del tiempo, la sed humana de eternidad, lo que dotaría de sentido al nacimiento de la lírica. Y sería la Razón, por contra, la que debería conformar, construir el porvenir.

Las cartas conservadas de esa época entre Ferrater Mora y Zambrano nos demuestran que esa especie de “fertilización cruzada“ intelectual se mantuvo durante varios años más allá de la coincidencia física habanera. Las sugerencias temáticas están presentes en el diálogo epistolar conservado entre ambos, y las reflexiones sobre los temas debatidos se prolongan en el tiempo. Así, por ejemplo, en carta fechada a finales de 1945 y desde Chile, Ferrater Mora daba cuenta de la lectura de los artículos de Zambrano aparecidos ese año en prensa en El Hijo Pródigo y en Sur. Y en relación especialmente con este último[50]Ferrater Mora reconocía su afinidad con lo expresado por Zambrano en él:[51]

“Yo también he pensado mucho en que hay un cierto tipo de existir -que usted ejemplifica en la mujer- y que consiste en no participar de la historia (…) Pero yo ampliaba esto -o pretendía ampliarlo- hasta dos formas radicales de existir -de las que el hombre, tanto como la mujer, podía participar-: una forma de vivir “según el alma“, que se encontraría sobre todo en Oriente, en la mujer occidental y, desde luego, en España, y una forma de vivir según “la conciencia“, es decir, según esa historicidad y temporalidad de que ahora tanto -y no por casualidad- se habla“.

Alma frente a Historia, un binomio opositor que late en el interior de buena parte de las publicaciones de ambos durante esos años, tengan a Unamuno, a San Agustín o a Ortega como palanca. Ferrater Mora sigue en 1945 (cuatro años después de su salida de Cuba) reflexionando agradecidamente sobre las sugerencias zambranianas, y reconoce de algún modo su deuda con ella.     

         Al poco tiempo de llegar a Chile, en plena efervescencia creativa y rodeado de un entorno en el que la catalanidad está fuertemente presente, Ferrater Mora decide poner en marcha, como hemos comentado antes, su libro más leído: Les formes de la vida catalana. No es aventurado afirmar que lo hace gracias a dos impulsos fundamentales: la reflexión teórica que emanaba desde sus años en Barcelona de Flitner y de Spranger con sus “Ciencias del Espíritu“, y el influjo que a través de Unamuno y María Zambrano llega a Ferrater Mora sobre la esencia y las categorías del ser nacional. Ferrater Mora se propone aplicar el modelo a un terreno bien conocido por él.[52]

         Por otra parte, la reflexión sobre la esencia de España y sobre los rasgos definitorios de la personalidad hispánica, tal y como ya se ha apuntado, fue una constante en las publicaciones de los exiliados. La aportación de Ferrater Mora en Les formes de la vida catalana para definir los rasgos esenciales del ser catalán tiene lugar en un contexto bien abonado, no solo por parte de Unamuno y de Zambrano, sino de toda una generación de pensadores en ese momento histórico. La contribución de María Zambrano a la reflexión resulta canónica. “El problema de España“ era entonces “ el problema por antonomasia“.[53]

Dicho en palabras de Jordi Gracia y Domingo Ródenas:[54]

durante algunos años, el pensamiento de los ensayistas de la diáspora estuvo irremediablemente hipotecado por dos temas que eran haz y envés de una única circunstancia vital, la del exiliado. De un lado, la reflexión sobre la esencia y la historia de España, sobre el ser y el existir de los españoles; de otro, la atención a la tierra de acogida“.

         Una reflexión tan omnipresente en el debate intelectual de la diáspora que un ex compañero de Ferrater Mora en los años de la Escuela de Barcelona, Eduardo Nicol, acabaría mostrando su hartazgo por tanta energía desperdiciada. Para Nicol, la diversidad del sustrato español era tan acentuada que resultaba absurdo cuestionarse acerca de esencias colectivas. Para Nicol, España no tiene esencia, ninguna nación la tiene, y España, dada su diversidad, menos que ninguna, y se ha perdido soberanamente el tiempo debatiendo al respecto:[55]

¿Cómo íbamos a realizar la paz en el mundo (…) cuando en el seno mismo de España no acertábamos a armonizar las diversas naciones que empezaban a convivir bajo la misma corona? España no ha sido nunca una comunidad, porque empezamos los españoles por no tolerar la discrepancia. Todos queremos ser diferentes, nos repugna lo común, pero a la vez nos repugna la diferencia ajena“.

         6.- Volver o no volver

         Durante el verano de 1948, Ferrater Mora acaricia por primera vez la posibilidad de regresar a Barcelona. Su hermana le hace saber que la situación de su madre, inmersa en un proceso degenerativo neurológico, se deteriora rápidamente. Así se lo hace saber a su amigo Benguerel:[56]

La meva germana m´ha escrit diverses vegades dient-me que convindria que anés a Barcelona un mes o dos mesos per tal de veure la meva mare, que perd ràpidament la memòria i que em demana contínuament. Tem que si tardo massa ja no em pugui reconèixer

Becado en Estados Unidos tras la etapa chilena, su situación laboral aún no está consolidada y los gastos, además, de un traslado familiar a Europa resultan onerosos en ese preciso momento. Con la finalización de la nueva edición del Diccionario de Filosofía, Ferrater Mora duda, además, a inicios de 1949 acerca de la dirección que ha de  emprender su futuro profesional. Muchas opciones aparecen factibles: Buenos Aires (López-Llausàs, fundador de Editorial Sudamericana, le ofrecía hacerse cargo de la dirección de una enciclopedia), regresar a Chile, conseguir una plaza de profesor en alguna universidad norteamericana o en una república sudamericana. El regreso definitivo a Barcelona está descartado.:[57]

Barcelona hauria pogut (potser) aproximar-se a aquest ideal si la inversemblant combinació de la caserna i de la fai no hagués trastornat al delicat equilibri mediterrani

Finalmente, Ferrater Mora se decantará por la opción de Bryn Mawr animado por el impulso de otros exiliados españoles en Estados Unidos, como Pedro Salinas, Américo Castro o Jorge Guillén.[58] La respuesta de Salinas a mediados de 1948 a una pregunta de Ferrater Mora era meridianamente clara:[59]

Yo creo que podría V. trabajar aquí mejor que en Chile, por las Bibliotecas, si bien estaría V. menos acompañado de amigos (…) me pongo a su disposición para ayudarle en todo lo que pueda si V. decide quedarse en EEUU, y me dará verdadera alegría contribuir a facilitárselo“.

Américo Castro, por su parte, se ofrecía a ayudarle certificando el Unamuno como obra propia de doctorado para facilitar a Ferrater Mora su reconocimiento como PhD y permitirle optar así a alguna plaza docente en Estados Unidos.[60] Finalmente, la opción escogida fue la de Bryn Mawr. Bryn Mawr era por entonces una de las instituciones educativas más elegantes del país. Pese a comprometerse inicialmente tan sólo con un año de contrato (tal vez prorrogable) y con una dotación económica inferior a la de otras opciones examinadas, Bryn Mawr le permitía a cambio disponer de más tiempo libre para preparar sus libros en ciernes. Pero, en septiembre de 1949, cuando Ferrater Mora se incorpora a la docencia en Bryn Mawr, muere su madre. El reencuentro entre ambos antes de fallecer no ha sido posible pero el primer viaje a Barcelona aún tendrá que esperar dos años, hasta el verano de 1952.

Un mes antes de reincorporarse a la docencia en Bryn Mawr, en agosto de 1949, Ferrater Mora regresa a Cuba para impartir un conjunto de conferencias que puedan aliviar algo la penuria económica. Entre ellas, se encontraba un curso de una semana sobre filosofía contemporánea en la flamante Universidad de Oriente, en Santiago. Durante esa estancia, Ferrater Mora dictó también conferencias en la Sociedad Cubana de Filosofía y en el Lyceum y Lawn Tennis Club. Entre las disertaciones que dio allí consta “El sabio griego o de los límites del helenismo”, así como otras sobre pensamiento en la edad antigua. También impartió en la Universidad de Oriente el cursillo titulado “Neopositivismo y existencialismo”.[61]

Esa estancia veraniega en Cuba tiene, además de refuerzos económicos, como consecuencia que Ferrater Mora revise los textos e ideas que había elaborado durante su primera estancia en La Habana y le sirva nuevamente de acicate para generar nuevos textos que agrupen lo experimentado en Cuba. Así, pocos meses después de su regreso a Estados Unidos, en carta dirigida a María Zambrano, Ferrater Mora le dirá que:[62]

He intentado bosquejar un pequeño libro cuyo tema es más o menos -más bien menos que más- el mismo que desarrollé en mis conferencias del Lyceum de La Habana, con el título -posiblemente conservado- de “Filosofía, angustia y renovación“. Comencé a escribir algo sobre el cinismo, y de inmediato me enzarcé en los peligros escollos de la información“…

Las intenciones de Ferrater Mora tras esta nueva estancia en Cuba, no obstante, no acabarían, concretándose en un nuevo libro tal y como anunciaba a Zambrano, sino que sus conferencias cubanas de 1949 le servirían para enriquecer a la que iba a ser la primera obra de la que se sentiría plenamente satisfecho: El hombre en la encrucijada, aparecida en 1952 y que Ferrater Mora ya había empezado a bosquejar por aquel entonces.

Sea por ello, o por pura coincidencia, lo cierto es que en su diálogo espistolar con Zambrano durante el año 1950, Ferrater Mora le insiste a su amiga muy especialmente en que dé a conocer de una manera más explícita y estructurada sus opiniones, que no se inhiba de ellas. Frente al tradicional fragmentarismo del pensamiento de Zambrano, su amigo apela en carta fechada a finales de junio de 1950 a la necesaria “desinhibición“, a la necesaria opinión que le reclama de todo aquello que han compartido sobradamente, especialmente en relación al Cristianismo:[63]

usted tiene la obligación -interprete esta palabra como quiera- de decirnos en un libro lo que sea el Cristianismo, para que de rebote veamos lo que es la Filosofía. No le pido que escriba un “libro importante“ (…) sino que escriba y termine su libro. Esto es mucho más importante que los libros importantes de los cuales se habla en los periódicos y en las revistas de filosofía“

Exigencias de amigo, de cómplice

         El verano de 1952, tras pasar antes por París para visita a la madre de Renée, Ferrater Mora regresa a Barcelona. Se encuentra una ciudad en una situación económica menos deprimida de lo que algunos le habían dado a entender pero de vida intelectual “migrada“, con un panorama poco estimulante en lo científico y en lo filosófico. Detecta que intentan aprovecharse las grietas del régimen (hay permisos para traducciones al catalán) y el tono general oscila más bien entre el de Carles Riba (“tot millora“) y el de Joan Oliver (“tot empitjora“). María Zambrano tendrá conocimiento de la visita que Ferrater Mora hace a Barcelona. En octubre de 1952, su amiga le reprochará por carta no haberle dicho ni escrito nada desde allí. En carta fechada el 7 de octubre desde La Habana, Zambrano le confesará a que temía enterarse por terceros de que él hubiese decidido abandonar su exilio para reintegrarse a Barcelona. Aunque lo hubiese aceptado, reconocía que enterarse por boca de terceros hubiese sido algo decepcionante. Decía Zambrano:[64]

Hay que contar también con que estamos deshabituados a vivir en nuestra Patria, fuese esta cual fuese, y que ya se ha constituido en una especie de categoría y hasta de obsesión que poco tiene que ver con el modo en que la vivíamos cuando era natural el estar en ella (…) Lo peor para nosotros es eso, creo: el haber perdido la naturalidad, el que se nos haya (hecho) problema no España, sino nuestra vida en ella, pues problema siempre lo fue“.

         Y pese a que pocos familiares directos le quedan ya a María Zambrano en España, ésta le confesará que:[65]

Si volvemos a coincidir en Francia quizá me animara a ir con Vd. y con Renee a España. Yo no tengo alma para entrar sola con mi hermana y no encontrar a nadie, a nada, Dios mío, a nada de lo que quise o apenas nada“.

         En realidad, Ferrater Mora había hecho a María Zambrano confidente de sus primeras impresiones tras su visita a Barcelona. A ella había enviado antes a otros sus impresiones de este reencuentro. Apenas finalizado su viaje, el 10 de agosto de 1952, Ferrater Mora le había escrito una carta (tal vez no recibida a tiempo por Zambrano) en la cual dejaba constancia de las intensas sensaciones contrapuestas experimentadas durante esas semanas[66]:

Por primera vez en… pues sí, en casi catorce años, estuve en España (…) No le ocultaré mi emoción: todos sabemos lo que pasa y lo que ha pasado (y hasta sospechamos lo que pasará), pero ni los viejos amigos ni las viejas piedras, ni las nubes ni los pájaros parecen tener que ver gran cosa con ello“.

Ferrater Mora le hace a María Zambrano en esta carta una disección sentimental de lo que ha encontrado a su paso durante este primer reencuentro con su tierra:[67]

España (…)sigue siendo el país que no hace caso de las sirenas diversas que le dicen que se ha “desviado“ (en un sentido o en otro), y que, por lo tanto, continúa haciéndose problema de sí misma. Lo cual, claro está, es una tragedia (o un drama), pero nadie ha demostrado que la tragedia o el drama no sean necesarios para la vida“.

Y no elude la pregunta clave[68]:

Una consecuencia de ello es que la vida allí se hace (¿no lo ha sido casi siempre?) bastante “incómoda“; yo ya me pregunto si nosotros seríamos capaces de vivirla. Pregunta terrible, pues equivale a reconocer que por alguna dimensión estamos “fuera“ -y no sólo espacialmente-. Pero me consuela pensar que esta “estrañeza“ puede proporcionar una cierta lucidez que allí no se encuentra. Y como se necesitan muchas cosas para hacer un mundo (y hasta una actitud frente al mundo), creo que el estar fuera también tiene su justificación“.

         Resula, pues, significativo que fuese María Zambrano una de las primeras personas en ser informada de las íntimas impresiones de Ferrater Mora después de una visita a Barcelona tras casi catorce años de exilio. No fueron muchas las personas a quienes desveló las impresiones de esta experiencia, y Zambrano fue una de las escogidas. En sucesivas visitas posteriores, Ferrater Mora seguirá escogiendo a su amiga como confidente de estas impresiones de las visitas así como de sus dudas acerca de un posible retorno a casa. A inicios de 1953, le dirá que:[69]

como usted presume, el pasar otra vez por allá hace a la patria menos aristada y más asequible. Me pregunto, sin embargo, si ello es solo el efecto de un pasar efímero por ella y si el estar de verdad en ella no haría renacer las aristas -u otras aristas-. No se puede saber: el hábito de vivir fuera no es posiblemente algo que se pueda dejar afuera, como una prenda. Es uno de esos conflictos insolubles que no le dejan a uno vivir, pero sin los cuales, al mismo tiempo (otra de las paradojas del ser humano), no se puede vivir…

7.- En la encrucijada: la huella de Zambrano y de Ortega

A inicios de octubre de 1951 Ferrater Mora informaba a su amigo Xavier Benguerel de la inminente aparición de un nuevo libro: “l´únic dels publicats per mi que –parlant seriosament- resultarà llegible“.[70] El hombre en la encrucijada estaba previsto ser entregado a su editor, López-Llausàs, a finales de ese mes de octubre. Aprovechando algunos de los artículos publicados previamente en la revista Germanor incluidos en la serie “Hel.lenisme i Cristianisme“ Ferrater Mora rehace y reescribe contenidos adaptando un “estil sobri i no massa literari[71]. En este caso, como en otros ya mencionados, las coincidencias temáticas entre Ferrater Mora y Zambrano no son fruto de un “momentum“, de una preocupación generacional compartida, sino de algo más: son un ejemplo más de una auténtica fertilización mutua de ideas e intereses tomando un conjunto compartido de referentes como punto de partida.Toda la década de los años cuarenta, con la II Guerra Mundial como trasfondo, alimenta unas preocupaciones compartidas que fructificarán en dos libros que Ferrater Mora consideraba trascendentales para su trayectoria: El sentido de la vida y en El hombre en la encrucijada. En esta última late una fuerte preocupación típicamente zambraniana de esos años preliminares: las causas últimas de la(s) crisis de Occidente, acosado por formas diversas de totalitarismo antes y después de la II Guerra Mundial.

         La tensión entre individualismo y colectivismo ya había sido, no obstante, objeto de preocupación para Ferrater Mora en fecha tan temprana y turbulenta como 1940. Un precedente claro a las tesis que se desarrollarían en El hombre en la encrucijada se encontraba ya en su primera conferencia dictada en La Habana, y en el artículo asociado a la misma que había sido publicado aquel mismo año de 1940 en la Revista Bimestre Cubana[72] y titulado precisamente así: “Individualismo y colectivismo“. Ferrater Mora trataba de dar en él respuesta a una pregunta fundamental: ¿qué pasa en el mundo? Un mundo en guerra, atenazado entre totalitarismos, y en el que la fe en la ciencia no era, a su juicio, tan sólida como anteriormente. Un mundo en el que la política había absorbido toda interpretación de la realidad y que devenía “el factor capital“ capaz de determinar todos nuestros actos.

         Por otra parte, la relación entre Ortega y Ferrater Mora se remontaba a inicios de 1936. En concreto, desde la dirección de la calle Pablo Iglesias nº 6 de Barcelona, el diez de enero de ese año, Ferrater Mora enviaba carta a Ortega con motivo de la preparación de su incipiente Diccionario de Filosofía:[73]

         Distinguido señor:

         De parte de la Editorial Labor, S.A. me permito adjuntar a la presente un esquema del artículo que, con carácter provisional, he redactado sobre su personalidad filosófica para incluirlo en el “Diccionario de Filosofía“, de Heinrich Schmidt, 9ª edición, que traducido por el que suscribe, está próximo a editar la mencionada casa.

         Estando interesados en que los conceptos sean lo más precisos posibles, agradecería a usted tuviera la bondad de devolverme el mencionado artículo indicando las modificaciones que desea se introduzcan en él y las agregaciones que crea usted convenientes para la mejor comprensión de su labor filosófica.

         Como la casa Labor piensa editar el mencionado Diccionario con la mayor celeridad posible, me complacería recibir dentro del mes en curso sus noticias sobre los puntos consultados.

         Anticipándole gracias, quedo a su disposición muy atto. y s.s.

                                                        José Ferrater Mora

         Efectivamente, Ferrater Mora incluía en su carta un texto que debía constituir la entrada dedicada a Ortega en el Diccionario de Filosofía. En él, además de la semblanza biográfica, se detenía especialmente en el raciovitalismo y en el perspectivismo orteguianos. Así resumía Ferrater Mora parte del pensamiento de Ortega en 1936:[74]

La vida es lo que hacemos en tanto nos damos cuenta de lo que hacemos (…) La vida es quehacer; es lo que hay que hacer. Podemos eludir o no este quehacer y de ello dependerá el que lleguemos o no a ser nosotros mismos, el que logremos la “mismidad“. Esto nos obliga a formarnos un programa general de nuestra existencia y a justificar todos nuestros actos. Toda vida necesita de la justificación de sí misma. Vivir es una operación que se hace hacia adelante. Lo fundamental es el futuro.(…) nuestra época es el comienzo de un nuevo tiempo en que a la razón física vigente desde el Renacimiento debe sustituirla la razón histórica

Un programa de vida que Ferrater Mora aplicaría a su propia biografía a partir de ese momento.

La respuesta de Ortega se hizo esperar. Tras dos recordatorios de Ferrater Mora (el tres de febrero y el cinco de marzo) finalmente Ortega da señales de vida y el siete de marzo contesta al colaborador de la Editorial Labor. Tras excusarse inicialmente por cuestiones de salud, Ortega daba por bueno, con matizaciones, el resumen que le ha entregado Ferrater Mora y añadía: “El espíritu con que está redactada su nota me parece limpio y por eso rompe mi costumbre de no intervenir para nada en lo que los demás digan de mí, sea bueno o sea malo[75].

Cuando apareció en 1941 la primera edición del Diccionario de Filosofía, Ferrater Mora había modificado ligeramente el texto entregado a Ortega en 1936 como propuesta de entrada, pero seguía destacando en ella una contribución a la Filosofía capaz de vincular íntimamente Razón y Vida, racionalismo y vitalismo. La vida, nos dirá Ferrater Mora en el Diccionario es para Ortega “programa“, “bosquejo que se forma el hombre en el movimiento de aproximación a su mismidad[76]

Y añade: [77]

“La razón es instrumento que la vida maneja para su realización y que, por tanto, hace de la verdad no una mera adecuación del intelecto y de la cosa, sino una coincidencia del hombre consigo mismo. De ahí la necesidad de elaboración de una razón vital.

Ferrater Mora no hizo explícita su opinión sobre la actitud adoptada por Ortega en 1936, pero en abril de 1940, Zambrano daba cuenta desde La Habana de la aparición de un libro de su maestro en Argentina (Ensimismamiento y alteracion. Meditación sobre la técnica[78]) y sí aprovechaba la ocasión para lamentar el silencio de Ortega antes y durante la Guerra Civil. El que había sido su maestro reverenciado, el ejemplo a seguir, su inspiración preferente, había callado. De hecho, tal silencio no había realmente existido: Ortega había optado por ponerse de lado del bando sublevado, tal y como podía deducirse de una lectura atenta de su “Epílogo para ingleses“ en la edición de 1938 de La rebelión de las masas, pero la mayoría de exiliados no llegó a saberlo a tiempo.

Si bien Zambrano intentaba aplicar una “razón misericordiosa“ capaz de justificar al maestro, la decepción y el dolor estaban muy presentes:[79]

Duele, sí, no ha dejado de doler este silencio de Ortega. Lo hemos sentido como una losa fría en los días de la guerra, en la soledad de Barcelona. Y lo hemos sentido más que nadie, quienes hemos confiado en su palabra, quienes hemos creído en ella con una ingenua y radical confianza“.

El silencio del maestro precedió a la catástrofe, anunciándola. Y devino después ya parte constitutiva de la misma:

Allí, en Barcelona, en silencio de muerte, de verdadera muerte cuando templos y casas caían por tierra y el helado asfalto era inhóspita sepultura incesante, sentíamos el silencio del pensador como parte, la más terrible, de ese silencio al que el mundo nos había condenado“.

Años más tarde, con motivo del fallecimiento de Ortega en 1955, Zambrano evocaría de nuevo ese silencio doloroso. Pero sin rencor alguno entonces hacia quien formaba parte de “lo más esencial de la vida“, cuya presencia sentía siempre cerca, alguien que hacía del silencio fuerza meditativa intrínseca a su persona. Zambrano prefería recordarlo entonces, no en las aulas, sino al aire libre, en el campo que rodeaba a Madrid. Como una figura de granito, como manantial inagotable de pensamiento, como “campeón de la europeízación de España“. Nada, pues, que reprochar en el momento de su muerte.

         8.- Caminos entrecruzados

María Zambrano y Ferrater Mora murieron con tan solo una semana de diferencia: el 30 de enero de 1991 falleció Ferrater Mora y el seis de febrero de ese mismo año 1991, María Zambrano. La Vanguardia publicaba al día siguiente del fallecimiento de Zambrano un artículo firmado por Ferrater Mora escrito poco antes de morir él mismo y que estaba inicialmente pensado para un suplemento dedicado a la pensadora. Se titulaba “Una amistad de medio siglo“. En él, Ferrater Mora empezaba confesando al lector:[80]

Conocí a María Zambrano hace muchos años, un poco más de medio siglo, en La Habana, donde coincidimos a raíz del exilio. Nos hicimos amigos de inmediato y nuestra amistad continuó, inconmovible, a través del tiempo“.

Unamuno, Ortega, las categorías culturales, san Agustín, los nexos entre Filosofía y Poesía, la dicotomía entre Razón y Fe, el rechazo a toda forma de totalitarismo…. fueron temas compartidos, trabajados simultáneamente por Ferrater Mora durante los años habaneros y, hoy lo podemos afirmar sin temor a equivocarnos, motivos de mutua influencia extendida en el tiempo. De ello dan fe los artículos y libros respectivos concebidos durante ese período y, en el caso de Ferrater Mora, prolongados en etapas sucesivas de su exilio, especialmente la chilena. La Habana fue para Ferrater Mora un catalizador decisivo, poco reconocido en los estudios sobre su Obra, y María Zambrano ofició de entusiasta animadora de una trayectoria que, si bien se separaría temáticamente de la suya, siempre mantendría un trasfondo de complicidades que su epistolario bien pondría de manifiesto durante muchos años después. Así, por ejemplo, el 7 de noviembre de 1962, más de veinte años después de la salida de Ferrater Mora de Cuba, Zambrano constataba en una carta dedicada a su amigo que seguían disertando en torno a los mismos temas de entonces. Decía Zambrano: “Quién iba a pensar que Cuba, aquella Cuba despreocupada, ligera, iba a dar lugar a todo esto. Yo no, desde luego.“[81]

En cuanto tuvo noticia de la muerte de Zambrano, Ferrater Mora quiso hacer honor a su amiga. Pese a ciertos desacuerdos intelectuales, a diferentes „estilos de pensar“, Ferrater Mora afirmaba en su artículo en La Vanguardia que Zambrano y él estaban siempre de acuerdo en tres cosas fundamentales: en que un mundo diverso es preferible a uno homogéneo; en que la bondad y la generosidad están por encima de la inteligencia y del talento; y en que un mundo sin poesía es un mundo desolado y condenado. Confesaba que cada vez que oía por teléfono la voz de María Zambrano tenía “la impresión de que estábamos aún en La Habana durante una de sus conferencias, tan inmensamente sugestivas, tan cálidas…


[1]Alemndros, Herminio, Diario de un maestro exiliado (ed. EmparBlat y Carme Doménech) Pre-Textos, Valencia, 2005, 15 de mayo 1939 p. 234

[2]Almendros, Herminio (2005) op. cit. 20 de mayo 1939  pág. 237

[3]Prats, Alardo, El Mundo, La Habana 30 de mayo de 1939

[4]Almendros, Herminio (2005) op. cit. 30 de mayo de 1939 p. 245

[5]Cuadriello, Jorge Domingo, “Alejandro Casona y su relación con Cuba”, en: VVAA Actas del „Homenaje a Alejandro Casona (1903-1965)“, Congreso Internacional en el centenario de su nacimiento, Ediciones Nobel, Oviedo, 2004, pp. 395-423

[6]Cuadriello, Jorge Domingo  (2004) op. cit. pp. 156-8

[7]López-Ocón, Leoncio, “La Editorial Atlante: claves de una iniciativa cultural de los republicanos españoles exiliados”, Laberintos: revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, 2013, pp. 129-155

[8]La bibliografía sobre María Zambrano ha aumentado muy significativamente a lo largo de los últimos años. Cabe citar una casi exhaustiva reedición de sus artículos y obras publicadas en el exilio, la tarea realizada por larevista Aurora desde el Seminario María Zambrano de la Universidad de Barcelona, la aparición periódica de nuevos volúmenes de su Obra Completa en seis tomos iniciada por la Fundación María Zambrano en Vélez-Málaga bajo el impulso de Mercedes Gómez-Blesa (junto a la revista Antígona de la misma Fundación), o la excelente tarea de Jesús Moreno Sanz, especialmente importante para la reconstrucción del periodo de tiempo más relevante en este epistolario: sus años en Cuba. Pero el número de estudios acerca de su Obra no se detiene. Como mínima representación de algunos de esos estudios podemos citar, por ejemplo: José Luis Abellán, María Zambrano: una pensadora de nuestro tiempo Anthropos Barcelona 2006; A. Bundgård, Un compromiso apasionado. María Zambrano: un intelectual al servicio del pueblo (1928–1939), Trotta, Madrid, 2009; J. Moreno Sanz, El logos oscuro: tragedia, mística y filosofía en María Zambrano, Verbum 4 vols.  Madrid, 2008; y, en general, puede consultarse la bibliografía recogida en: http://www.ub.edu/smzambrano/mzcomplementaria.html

[9]Lamentablemente, y pese a las múltiples búsquedas realizadas para hallar rastro documental de ese curso impartido por María Zambrano en 1938 en Barcelona, el resultado ha sido negativo

[10]Chacón y Calvo, José María, Diario íntimo de la revolución española, Verbum, Madrid, 2009 pp. 154-157

[11] Zambrano, María. La Cuba secreta y otros ensayos, Edición de José Luis Arcos, Endymion, 1996 p. 12

[12]La estancia de María Zambrano en Cuba ha dado pie a abundante bibliografía. De toda ella resultan especialmente ilustrativas las aportaciones de Jorge Luis Arcos (ed.) La Cuba secreta y otros ensayos, Endymion, Madrid, 1996; o las aportaciones de José Moreno Sanz, en general y especialmente en “Insulas extrañas, lámparas de fuego”, incluida en La visión más transparente, Trotta, Madrid, 2004. Para una visión más completa del tema, tanto de la influencia de Zambrano en sus coetáneos cubanos como de la influencia ejercida sobre su pensamiento, puede consultarse adicionalmente el texto y la bibliografía incluidas en el capítulo titulado “La Habana en fuga y la melodía de El hombre y lo divino: aliados del amanecer” del volumen I  “El eje de El hombre y lo divino, los inéditos y los restos de un naufragio” del extenso estudio de Jesús Moreno Sanz El logos oscuro: tragedia, mística y filosofía en María Zambrano, Verbum,  Madrid,  2008

[13]Zambrano, María Lezama Lima, José Correspondencia  Edición de Javier Fornieles, Espuela de Plata, Editorial Renacimiento, Sevilla, 2006

[14] Zambrano, María  „Dos conferencias en la casa de la cultura“ Hora de España X,  Octubre 1937

[15]«La agonía de Europa» (síntesis del ciclo de conferencias en el Instituto de Altos Estudios), Revista Cubana, nº 16, La Habana, 1941, pp. 5-25

[16]La razón poética zambraniana sería una cierta recuperación de la forma de hacer filosofía de Aristóteles, que entendía a ésta como una síntesis entre intuición y razón.

[17] José Lezama Lima – María Zambrano – María Luisa Bautista (ed. Javier Fornielles), Correspondencia, Editorial Renacimiento Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2006, p. 19 

[18]Juana Sánchez-Gey Venegas, “María Zabrano: sus relaciones personales y su aportación a Cuba”, Escritos,  Medellín-Colombia  Vol. 19  n. 43, p 431. 

[19] Al respecto, puede consultarse la recopilación de artículos de Ferrater Mora en Cuba efectuada por Amauri Gutiérrez (ed.): Razón y verdad y otros ensayos, Editorial Renacimiento Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2007

[20]Ibidem

[21]Zambrano, María, Unamuno. Puede emplearse la edición llevada a cabo por Mercedes Gómez Blesa para Debate en 2003

[22]Gómez Blesa, Mercedes, “El Unamuno de María Zambrano”, B.I.L.E. nº 482002, p. 144

[23]Luigi Ferraro, Carmini, “María Zambrano, intérprete de Miguel de Unamuno” Cuad. Cát. M. de Unamuno, 34, 1999, pp-13-28

[24]Unamuno, Miguel de,  Del sentimiento trágico de la vida, Escelier, Madrid, 1966, Vol. VII, p. 110

[25]Ferrater Mora, J. “Miguel de Unamuno: bosquejo de una filosofía”, Sur, nº 69, junio 1941, pp. 29-45

[26]Ferrater Mora, J. “Unamuno: voz y obra literaria”, Revista cubana, 1941, nº 15 enero-junio, pp. 137-159

[27]Ferrater Mora, J.  Unamuno. Bosquejo de una filosofía, Losada, Buenos Aires, 1944

[28]Ibidem. p. 59  

[29]Ibidem. p. 69

[30]Ibidem. p. 133

[31]Ibidem. p. 141

[32] Ferrater Mora, J. «Unamuno: voz y obra literaria», Revista cubana, 15 (enero-junio), pp. 137-159.

[33] Zambrano, María “La religión poética de Unamuno.” La Torre.  Revista General de la Universidad de Puerto Rico, San Juan de Puerto Rico, IX.35-36 (julio-diciembre de 1961), pp. 213-237

[34] Carta de J. Ferrater Mora a María Zambrano de 28 de octubre de 1962

[35]Ibidem.

[36] Ferrater  Mora, J. Les formes de la vida catalana, Agrupació Patriòtica Catalana, Santiago de Chile, 1944

[37]J. Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía (1ª edición), Atlante, México, 1941, p. 9

[38]Ferrater Mora, J., “Vico y la historia renaciente“, Cuadernos americanos, 2:5 (septiembre-octubre, volumen 11), pp. 165-180

[39]Ferrater Mora, J., Cuatro visiones de la Historia universal, Sudamericana, Buenos Aire, 1955

[40]Recogidas en forma de resumen en la revista Ultra

[41]publicado originalmente en La Habana:  «Más sobre La Ciudad de Dios», en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1993, p. 126

[42] Zambrano, María,  La Confesión: género literario y método, Luminar, México, 1943

[43] Zambrano, María,  El freudismo: testimonio del hombre actual, La Verónica, La Habana, 1940

[44] Ferrater Mora, J. “Nota sobre Sigmund Freud”, La Escuela activa, nº 1, 1939, La Habana, Setiembre 1939, pp. 5-14

[45]http://www.ferratermora.org/biog_interviews_cambio.html

[46]Ferrater Mora, J., “Filosofia i poesia en el Cant Espiritual de Joan Maragall“, Germanor, nº 462-463

Novembre-Desembre 1941, pp. 9-13

[47]Ferrater Mora, J., “Filosofía y poesía en el Canto Espiritual de Maragall”, Sur, nº 100 enero 1943, pp. 26-40

[48]Ferrater Mora, J., Variaciones sobre el espíritu, Sudamericana, Buenos Aires, 1945, p. 123

[49]Ibidem, p. 132

[50] María Zambrano „Eloísa o la existencia de la mujer“,  Sur nº 124, 1945,  pp. 35-38

[51] Carta a María Zambrano de 7 de noviembre de 1945

[52] Ferrater Mora había traducido y prologado la Pedagogía sistemática de Wilhelm Flitner para Editorial Labor en Barcelona, y conocía la de Spranger a través de su compañero universitario  y amigo J. Roura-Parella, gran difusor de la obra de Eduard Spranger y traductor de su obra más conocida, Las Ciencias del Espíritu y la Escuela, publicada por Losada en Buenos Aires en 1942

[53] Para una revisión nunca exhaustiva pero sí amplia y detallada sobre el tema, puede consultarse por ejemplo, de Mario Martín Gijón „La patria imaginada. La reflexión sobre España desde el exilio“, incluido en El ensayo del exilio republicano de 1939 Biblioteca del Exilio  Renacimiento  Sevilla  2018  pp. 13-109

[54] Gracia, Jordi y Ródenas, Domingo (ed.) El ensayo español. Siglo XX,  Crítica,  Barcelona,  2008, p. 96

[55] Nicol, Eduardo. El problema de la filosofía hispánica  Conferencias  dictadas en la Universidad de Columbia en 1959. Edición de Luis de Llera, Fondo de Cultura Económica, Editorial Renacimiento Ediciones Espuela de Plata, 2008

[56]Carta a Xavier Benguerel de 11 de agosto de 1948

[57]Ibidem

[58]Gracia, J. “Una mica més que un Diccionari” en Burgesos imperfectes. L´ètica de l´heterodòxia a les lletres catalanes del segle XX, pp. 127-160, La Magrana,  Barcelona,  2012

[59]Carta de Pedro Salinas a J. Ferrater Mora de 18 de julio de 1948

[60]Carta de Américo Castro a J. Ferrater Mora de 4 de marzo de 1949

[61] Cuadriello, Jorge Domingo, (2009) op. cit, Entrada: J. Ferrater Mora

[62] Carta a María Zambrano de 22 de diciembre de 1949

[63] Carta a María Zambrano de 28 de junio de 1950

[64]Carta de María Zambrano a J. Ferrater Mora, 7 de octubre 1952

[65]Ibidem

[66] Carta de J. Ferrater Mora a María Zambrano de 10 de agosto de 1952

[67]Ibidem

[68]Ibidem

[69] Carta de J. Ferrater Mora a María Zambrano de 18 de enero de 1953

[70]Carta de J. Ferrater Mora a Xavier Benguerel, 4 de octubre de 1951

[71]Ibidem

[72]Incluido en la edición ya citada de Aumauri Gutiérrez Razón y verdad

[73]Carta de J. Ferrater Mora a J. Ortega y Gasset de 10 de enero de 1936

[74] Ferrater Mora, J. (1958) op. cit.

[75] Gracia, Jordi, José Ortega y Gaset ,Taurus, Madrid, 2016

[76] Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía (1ª edición), Atlante, México DF, 1941, Entrada: „Ortega”

[77] Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía (6ª edición), Alianza, Madrid, 1979, Entrada: “Ortega y Gasset”

[78] Incluido en: Ortega y Gasset, J., Obras Completas; Revista de Occidente, Madrid,  1964 (6a. ed.). Vol. V. p. 304

[79]Ibidem, p. 270

[80]Ferratar Mora, J.  “Una amistad de medio siglo” La Vanguardia 7 de febrero de 1991

[81] Carta de María Zambrano a J. Ferrater Mora el 7 de noviembre de 1961

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