©Presina Pereiro
LA CULPA
Carmen vuelve a hablarme de hijos. Dice que deberíamos decidirnos, que este es el momento. Sonrío con esa mueca bobalicona de no querer saber. La oigo, ¿cómo no?, pero en silencio, no quiero implicarme. Aún no estoy preparado para ser padre. No sé cómo decirle que cuando me cuenta sus intenciones de nido y cuna regreso a un día que quisiera olvidar.
Antes de salir mamá consultó su reloj. Desde la puerta me advirtió de que pronto serían las cinco, de que la catequesis comenzaba a las siete. y de que papá regresaría con tiempo suficiente para que yo no llegase tarde. También detalló, una a una, las normas para cuidar de la nena.
Apenas se marchó, mi hermanita comenzó a llorar. Al principio no le di importancia y seguí afilando la punta de mis lápices. Mientras su llanto fue una débil queja lo desatendí, pero enseguida se convirtió en el ruido de un taladro que horadaba mi cerebro. Penetrante, agudo como el dolor que provoca la aguja que se adentra en la piel. No podía resignarme. Intenté sosegarla. No pude conseguirlo y me culpé. Pensé que había olvidado alguna de las indicaciones de mamá. Las repasé, las puse en práctica, y el llanto no cesaba. No supe qué hacer mientras los mocos le tapaban la nariz, expulsaba flemas por la boca y tenía las mejillas muy rojas, como raspadas.
Estaba seguro (aún lo estoy) de que mamá nunca recomendó que la sacase de la cuna, pero lo hice. La cogí con mucho cuidado y la paseé por la habitación. Después me senté con ella en el pupitre para distraerla con mis lápices. Tampoco la aplacaron los colores, y yo era responsable. Poco a poco llegué a estar muy nervioso porque no lograba contentarla y necesitaba hacer mis deberes. El libro de la catequesis permanecía cerrado en el pupitre, aún no había aprendido la oración ni había terminado las tareas del colegio, no había retirado los platos de la mesa. Estaba inquieto, angustiado, acobardado, porque su llanto se parecía a un grito, un rugido tan porfiado como la ametralladora que San Nicolás le regaló a Fernandito.
La sujeté, la apreté contra mi pecho y le pedí, casi le suplicaba, que dejase de llorar al menos un momento. Recordé la nana que mamá solía cantarle. La entoné. No sirvió. Nada era efectivo, yo era un niño inútil (sigo siendo un inútil).Por eso cuando Carmen me habla de hijos me pongo tenso. No sabré cuidarlos, no soportaré sus llantos y tendré que escapar de casa, (quizá fuese eso lo que hacía papá. Algo así sospecho ahora).
Creo que Carmen intuye que no la escucho, que no quiero saber nada de hijos y también creo que ha comprobado que me altera su insistencia. Tal vez por eso me acaricia la mano y me pregunta si me apetece una infusión o salir a pasear a un lugar tranquilo donde hablar de futuro. Le digo que yo prepararé un té verde con hierbabuena y piñones. Y marcho deprisa a la cocina pensando de nuevo en Emelina.
Y regreso al momento en que salí con ella a la escalera. He recordado ese instante muchas veces y con muchos detalles. Tuve que hacer un equilibrio casi de acróbata para girar el picaporte. Llamé en la puerta de la casa de la mamá de Fernandito para pedir consejo, pero no debía de haber nadie. Mi hermanita pesaba, mucho, cada vez más. Regresé a casa y no quise inquietarme porque papá tardase, ni porque los brazos me doliesen y la niña llorase. Llorábamos los dos. Cada vez que camino por el pasillo noto la gravedad de su cuerpo, su pesadez insoportable. Me acuerdo del alivio que sentí al dejarla en la cuna. Aún no era la hora de su toma y tampoco tenía permiso para darle el bibe. Pero encendí la hornilla y dejé hervir el agua antes de añadirle la leche en polvo. Berreaba, su llanto era irritante, yo no sabía qué hacer, y papá no llegaba. Lo mezclé como quien azota una alfombra sucia, metí la tetina en su boca, y presioné la boquilla por si estaba atascada con un grumo. Lo había visto hacer a mama y volví a hacerlo, otra vez, y otra, y otra… Mi hermanita tosía y la leche escapaba por sus pequeños labios…, y después, cuando aminoró el volumen de su lloro, respiré más tranquilo. La via abrir la boca, mucho, mucho…, y mover las manos…, mientras sus ojos parecían entornarse…, y su gemido se silenciaba Tiene hambre, pensé, y apreté, apreté, apreté la tetina y Emelina hizo un ruido muy raro, como un bostezo, debía de estar muy cansada, y enseguida se durmió.
Me había salpicado el babi. Le quitaba las manchas cuando entró papá. Eran las seis y cuarto. Preguntó por la niña y le dije que le había dado su bibe y ahora dormía.
Y papá fue a verla y le oí sollozar y le vi apretar los nudillos, y cogerla, y abrazarla. Me acerqué, contento, satisfecho…, y le dije que ya era mayor, que la había dormido y que él ya podía salir a pasear con mamá. Y él me dijo que sí, y que ya no tendré que cuidar de Emelina porque ella se marcha a un lugar mucho mejor que este, y le pregunté si podía ir con ella y contestó que no. Recuerdo su abrazo, y sus dedos revolviendo mi pelo y advirtiéndome de que se me hace tarde y que después vaya a casa de la mamá de Fernandito porque ellos van a salir con la niña…, y dice que mañana me va a comprar chocolatinas y que no diga a nadie que dormí a mi hermanita con la leche. Ese iba a ser nuestro secreto.
Esta noche me ha anunciado Carmen que haremos el amor, está en los días fértiles. La he oído casi con miedo y he buscado una excusa. Me acaban de llamar de la oficina, le he dicho, mientras pensaba en mi hermana, y en mamá siempre triste, y en papá guardando nuestro secreto, atado a la botella y sin querer vivir. Después he pensado en nosotros, en que Carmen no debe ser otra víctima de aquel niño que no supo cuidar de Emelina. Nos hemos sentado en el sofá y le he contado que tuve una hermanita a la que ahogué. Yo tenía siete años, ni siquiera confesé lo ocurrido antes de tomar la comunión, pero aún me duele.
Presina Pereiro, Málaga, escritora y poeta. Licenciada en Filosofía y Letras de Málaga especializándose en la investigación Histórica, y se hizo hueco en el mercado laboral llegando a ser funcionaria de la Junta de Andalucía. Tiene publicados las novelas: No dejes de buscarme (Albores, 2016); Crónicas del mal amor (Ed. El Genal, 2017); El otro lado del cristal. (Ed. Alfeizar, 2017); Pasar haciendo caminos (Manguta de libros, 2019); Larga será la noche (Ed. El Genal, 2022).
Los libros de poesía: (2021). Arde Prometeo. Prólogo José Infante. Ediciones del Genal. (2022). No he venido a ver el cielo. Prólogo Javier del Prado Biezma. Elvo Editorial. Poesía. En mi cabeza, entre mis caderas, dentro, Prólogo de Aurora Gámez Enríquez.

















