
En los dos artículos mencionados que se van a comentar, Zambrano desgrana algunos de los rasgos más característicos de la poesía de Prados, lo que nos revela mucho tanto sobre el observador —ella— como sobre el observado —él—.
Poesía y filosofía ha sido siempre un binomio que ha desatado a lo largo de la historia de la literatura múltiples comentarios y reflexiones de todo tipo.
Tengo para mí que uno de los principales atractivos de la personalidad y la obra inclasificable de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) reside en el poder transformador del pensamiento, en concebir la filosofía no tanto como una teoría sino antes bien como una práctica, si es que la una y la otra son disociables.
María Zambrano había cruzado la frontera francesa junto a su madre y hermana Araceli hacia el exilio el 28 de enero de 1939. A los pocos días se reunía con su marido, Alfonso Rodríguez Aldave, en el sur de Francia, en Salses, y desde allí partían juntos hacia París.
Con estas palabras Aranguren, el filósofo fundamental que en la década de los cincuenta reabrió en solitario el camino de la filosofía en España después del desértico panorama del ámbito de la posguerra española, nos descubre uno de los pilares básicos en la obra de María Zambrano: la mística.
Un monográfico homenaje, en la revista Sur Literatura, sobre María Zambrano (Vélez-Málaga, Málaga, 22 de abril de 1904 – Madrid, 6 de febrero de 1991), sigue siendo un reto maravilloso, una delicia para quiénes gustan del pensamiento y la creación poética.
¿Es posible una razón poética? Sabemos que sí. El testimonio es la obra y la propia escritura de María Zambrano. En ningún lado de su vasta obra explica exhaustivamente dicho concepto, porque su misma voz ya es expresión de ello.
En el mencionado libro se recoge un texto en el que la filósofa expresaba lo siguiente: «la poesía es todo y en ella uno no tiene que escindirse.
Por una parte, ella misma es una gran escritora, que aúna el rigor y la concatenación rigurosa de ideas con la riqueza de una prosa palpitante, matizada, conmovida, con rasgos de un lirismo propio de la prosa poética.
El segundo libro dedicado por el escritor a la pensadora fue Contra el cine, en 1955, en la edición Mis Cosechas. La dedicatoria dice: “A María Zambrano este divertimento que apunten más hondo” (Ramón Fernández Palmeral, 2005: 3).
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