VICENTE ALEIXANDRE Y EL SENTIDO DEL HOMBRE Y DE LA VIDA

Vicente Aleixandre (1898 – 1984), inmerso como todo ser humano en la generación que le tocó vivir y, por ende, haciendo honor a su sensibilidad, inteligencia y vanguardismo, pertenece a la conocida y admirada “Generación del 27”. Podemos decir, para comprender mejor su poesía y, por tanto, al hombre que existe tras ella, con sus preocupaciones, anhelos e inquietudes, que la misma pasa por cuatro etapas:

  1. Poesía pura
  2. Poesía surrealista
  3. Poesía social
  4. Poesía de la experiencia

Aleixandre sentía una gran necesidad de ahondar en el conocimiento humano, de adentrarse en el sentido del hombre y de la vida. Lo hace con una maestría inusitada. Es conocida su recurrente y magistral utilización de la metáfora para ello. Entre 1924 y 1927, en esa denominada etapa pura, escribe Ámbito, en cuya obra predominan versos cortos y la poesía clásica española de la Edad de Oro, así como la influencia de Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Jorge Guillén. Posteriormente, destaca por su irracionalismo surrealista y expresa la enorme fuerza de la pasión y el amor. El amor es inherente a nuestras vidas, independientemente de que subraye su carencia o exalte su presencia,  justificando el sentido de la vida por excelencia. Ese llamado irracionalismo, que caracteriza al surrealismo, no deja de ser una oportunidad que utiliza el poeta para expresar su más hondo raciocinio sobre lo que ve o siente, donde aflora su inconsciente.

Otro máximo exponente de la valía de Aleixandre es, sin duda, su libro Sombra del paraíso, escrito entre 1939 y 1943, en el que no faltan las reminiscencias del surrealismo y lo telúrico. La naturaleza está altamente presente en la belleza y modela la idiosincrasia del ser humano. Son palabras recurrentes en sus versos: el mar, la noche, el silencio… El paraíso es la propia naturaleza desde su inicio, antes de que apareciese todo mal, tal y como él quiere recuperarla, perfecta y gloriosa. Llora ante la imperfección de esta y por su afectación al dolor y sentimiento humano. De ahí parte el atractivo título: Sombra del paraíso. Aleixandre añora la luz radiante y palpitante antes de que surgiese cualquier atisbo de oscuridad.

De su etapa surrealista llamó mi atención, poderosamente, su poema titulado “El último amor”. Ya la palabra “último” invita a pensar que no hay esperanza, sentimiento que es crucial para el hombre en cualquiera de las vicisitudes de su vida. Si la pérdida del ser querido ya de por sí es dolorosa, la ausencia del último amor es aún más mortífera y ausente de expectativa y, así lo dice el poeta con un realismo subyugante, que eriza la piel y deja un sabor agridulce, amargo. Transcribo los últimos versos de dicho poema:

… y quedé mudo.

Y oí los pasos que se alejaron.

Volví, y me senté. Silenciosamente

cerré la puerta yo mismo, sin ruido.

Y me senté. Sin sollozo.

Sereno, mientras la noche empezaba.

La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.

Y dije…

Pero no dije nada. Moví mis labios. Suavemente.

Suavísimamente.

Y dibujé todavía

el último gesto, ese

que yo nunca repetiría.

Porque era el último amor. ¿No lo sabes?

Era el último. Duérmete. Calla.

Era el último amor…

Y es de noche…

Sin amor ni esperanza nuestra vida se vuelve noche, muere. Me vienen al recuerdo las sabias palabras de Nietzsche: “El amor nos hace humanos, demasiado humanos”. Ese es el sentido de nuestras vidas: el amor. Cuando se conoce el legado de Vicente Aleixandre se comprende perfectamente que esté en la cumbre de los Premios Nobel de Literatura, reconocimiento que le fue otorgado en 1977. Su esencia permanece indeleble. Su obra es inmortal.

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